Nos jugamos mucho en Brasil

Las elecciones presidenciales del pasado 7 de octubre en Brasil y el 46% de los votos cosechado (en la primera vuelta) por el ex capitán retirado, misógino, homófobo, machista, racista y siete veces diputado del Partido Social Liberal, Jair Bolsonaro, han hecho saltar todas las alarmas. Frente a él, su oponente, el ex ministro de Educación  y ex alcalde de Sao Paulo, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, solo consiguió el 29% de los sufragios. Asistimos a un nuevo terremoto que se suma a los de Trump, Piñera o Macri y que muestra un giro político hacia la derecha en todo el continente americano y en buena parte del planeta, incluida Europa.

Ese domingo 7 de octubre,  también se votó en Brasil para el senado y el congreso federales, así como para los distintos parlamentos estatales.  Y en todas las elecciones, el avance del sector que tumbó de manera ilegal a la presidenta del PT Dilma Russeff y que mantiene en la cárcel a Lula,  ha resultado evidente.  Los representantes del agronegocio, de la minería y la industria extractiva, los defensores de los rifles y los de la bíblia (evangélicos y pentecostales) continúan contando con mayoría en el parlamento de Brasilia.

Desde que estalló la crisis económica en 2014, Brasil vive, junto al retroceso en las condiciones de vida de su población, una crisis del régimen constitucional que vio la luz hace 30 años y que significó la salida de los militares del poder. Un régimen constitucional que  permitió la presidencia de Lula e importantes avances sociales, a la vez que llevó a sectores fundamentales del capitalismo brasileño a buscar un mejor lugar en el marco de la globalización neoliberal. Tal dualidad, base del régimen, alimentada también a través de la corrupción y la compra sistemática de una parte nada pequeña de la representación política, incluida la de los trabajadores, se quebró con la propia crisis.

Tras el resultado del 7, los compañeros del PSOL brasileño llaman a una campaña internacional de solidaridad, de apoyo contra Bolsonaro y de defensa, en la segunda vuelta, del voto a favor de Haddad. Se trata de una buena iniciativa que busca y debe sumar el mayor número posible de actores sociales.

El voto a Bolsonaro y su programa neoliberal extremo revela cómo sectores determinantes de la burguesía brasileña afrontan la crisis del régimen constitucional brasileño abandonado al PSDB y apostando por salidas más duras. Si ganan en la segunda vuelta, la imprescindible reorganización de la izquierda y el obligado balance del PT y de los 30 años de constitucionalismo se llevará a cabo en condiciones mucho peores. Apoyar a quienes como las mujeres y los sectores obreros organizados se encuentran dando ya la batalla contra el plan de Bolsonaro es fundamental e imprescindible. Todos nos jugamos mucho el próximo día 28 de octubre en Brasil.