Algunas preguntas y respuestas sobre la guerra en Ucrania

Lo que parecía improbable es hoy una cruel realidad. Hay invasión y guerra en Ucrania, más de dos millones de desplazados, miles de muertos, un país semidestruido, sanciones y amenazas, rearme militar y la economía mundial a punto de saltar por los aires. Dijeron que la globalización abriría una nueva época para la humanidad –“el fin de la historia” anunciaron. Se medio aceptó que el reparto fuera desigual, al fin y al cabo, el capitalismo seguía dominando, pero que no habría guerras y progresivamente las sociedades serían más ricas y democráticas. Poco tiempo duró la mentira. La desigualdad fue aumentando, más aún después de la crisis del 2008 y de la pandemia, y los conflictos militares se fueron generalizando. Cierto que, excepto la guerra de los Balcanes, se producían en otros continentes, en lejanos países que nos parecían extraños. Ahora la guerra está aquí y anuncia un giro en la situación mundial.

Y siempre que los de arriba inician la barbarie, el odio y la destrucción, surge por abajo la solidaridad: de los ucranianos que defienden su país, de los rusos que se enfrentan a la cárcel por protestar contra la guerra, por todo el mundo expresando apoyo a los que sufren.

Una de las características de la etapa imperialista del capitalismo es su continua necesidad de emprender guerras ya sea de saqueo y conquista (como las agresiones coloniales) de enfrentamiento interimperialista para un nuevo reparto del mundo (como las dos guerras mundiales) o las numerosas intervenciones de carácter regional para proteger sus intereses imperialistas (como Vietnam, Irak, Afganistán, etc.). Dicen que son necesarias para salvar la democracia, para hacer caer un dictador o defender el modo de vida occidental, pero la realidad es que todas, sin excepción, tienen un objetivo económico, de conquista o de reparto de los intereses y beneficios de las grandes corporaciones industriales y financieras. Esa es la verdadera cara de las guerras. Aunque ahora pueda parecer lejana, la época de guerras del imperialismo es también una época de revoluciones, de los intentos de los pueblos y las clases trabajadoras de liberarse del yugo de la explotación y la opresión. Mientras exista el capitalismo es impensable un futuro de paz. Lograr la paz exige pensar y luchar por una nueva sociedad emancipada de las miserias de la desigualdad, la explotación, el patriarcado y el militarismo. 

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Si hemos de buscar una referencia histórica hay que remontarse al hundimiento de la URSS y de todos los regímenes de la burocracia estalinista en los años 90 del siglo pasado. Los capitalistas se frotaron las manos esperando controlar el mundo, recuperar sus economías e imponer sus condiciones militares.

De ese fracaso surgieron unos estados autocráticos y un empobrecimiento general de las poblaciones, mientras que la mayoría de la propiedad colectiva pasaba a manos de los oligarcas que medraron en el poder. Los dirigentes de la OTAN incumplieron las promesas de que su presencia militar no avanzaría hacia el este y progresivamente fueron encorsetando a Rusia. En 1999 la República Checa, Polonia y Hungría se integraron en ella. En el 2004 fueron Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia. En la cumbre de abril de 2008 en Bucarest se planteó el ingreso de Ucrania y Georgia, con la oposición de Francia y Alemania. En el 2009 se integraron Albania y Croacia. En esa combinación de presión económica y militar imperialista y el deseo de Rusia de defenderse y volver a jugar el papel de potencia mundial ha surgido el actual conflicto. La ocupación de Crimea y el posterior conflicto en el Donbas fueron el anuncio de la actual guerra.

Un conflicto interimperialista

Putin es al agresor y por lo tanto hay que defender a la nación agredida. Independientemente del carácter del gobierno ucraniano, con el que no compartimos ni sus políticas neoliberales, ni sus alianzas con los oligarcas, ni el alto nivel de corrupción que le rodea. Un futuro independiente y socialmente favorable a las clases trabajadoras exigirá que éstas sean capaces de darle la vuelta a la actual situación. Es entendible que en la lucha contra el agresor se una la nación para defenderse, pero la nación está formada por clases sociales que tienen intereses opuestos y que la guerra puede agravarlos.

Los objetivos de la agresión rusa son típicamente imperialistas: el acceso y control a los enormes recursos naturales, industriales y agrícolas de Ucrania; ampliar su influencia en la zona y, mediante su política patriótica rusa, sostener el régimen autocrático en alianza con los oligarcas que controlan las grandes empresas del país. El tiempo dirá si esa apuesta no se le vuelve en su contra y se convierte en el principio del final de su poder. Las protestas de la población rusa contra la invasión puede ser un síntoma.

No son diferentes los intereses de los otros bandos. Con el fondo de la destrucción militar, los miles de muertos y los millones de desplazados se está jugando una partida de ajedrez para ver quién de los diferentes bandos sale fortalecido. Hasta las sanciones económicas impuestas a Rusia forman parte de ese enfrentamiento. Europa, que tiene una importante dependencia del gas y petróleo ruso, sigue recibiéndolo y pagándolo, al mismo tiempo que envía armas a Ucrania para asegurarse una futura mejor relación económica. Mientras, Estados Unidos y el Reino Unido cortan la compra del petróleo y gas ruso porque tienen suficiente y han abierto negociaciones con Venezuela e Irán. El imperialismo americano busca neutralizar a Rusia y de paso debilitar a la Unión Europea para intentar volver a ser la indiscutible gran potencia mundial, con el permiso de China. Este es el complejo tablero en el que se enfrentan los distintos imperialismos, uno directamente mediante la guerra y otros presionando para sacar provecho de la crisis. Las empresas petroleras, eléctricas, de gas y de armamento ya son las primeras interesadas y beneficiadas del conflicto, mientras a la mayoría de la población se le ha disparado sus facturas de consumo de energía.

A lo largo de la historia estos conflictos han puesto a prueba a las izquierdas y al movimiento obrero. Desde la Primera Guerra Mundial la socialdemocracia se puso detrás de la burguesía de su propio país y permitió el enfrentamiento entre las clases trabajadoras de distintos países. Y así continuamos hoy. Elegir entre uno de los bandos imperialistas es colocarse detrás de los intereses de cada uno de los bandidos. Las izquierdas deben plantear su propio programa contra la guerra, defender el derecho de autodeterminación de las naciones, estrechar las relaciones entre las clases trabajadoras de todos los países y luchar contra los gobiernos, sean de un bando u otro, para lograr una salida favorable a los intereses de las clases trabajadoras.

Se anuncia un cambio en el orden mundial. La globalización, el libre comercio está dando paso al enfrentamiento entre bloques. Bajo el capitalismo son dos caras de la misma moneda y en ambas la guerra es un medio privilegiado, ya sea para forzar abrir mercados, para protegerlos o arrebatárselos a otros. El geógrafo David Harvey lo ha expresado así: “Someterse a las leyes coercitivas de la competencia, tanto entre corporaciones capitalistas como entre bloques de poder geopolítico, es la receta para más desastres, incluso si el gran capital sigue viendo esta escalada, lamentablemente, como una nueva vía para la interminable acumulación de capital en el futuro”.

Rusia no es la URSS

Algunas reflexiones parecen mantener una cierta identificación entre la Rusia actual y la desaparecida Unión Soviética. A diferencia de otras épocas no se trata de la defensa de un país con propiedad pública frente a los intentos capitalistas de recuperar la propiedad. No, la política actual del Kremlin sigue la tradición del zarismo y, en parte, la que volvió a introducir Stalin (no podemos olvidar que los tanques rusos invadieron Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968)) la de una gran Rusia que impone su poder a los pueblos y naciones que la rodean.

Más conveniente sería tener en cuenta las opiniones de Lenin cuando caracterizaba la intervención rusa en la Primera Guerra Mundial y que nos puede guiar sobre la actual invasión de Ucrania. “El zarismo (sustituir por Putin) pretende, por medio de la guerra, aumentar el número de naciones oprimidas, intensificar su opresión y, de este modo, minar la lucha por la libertad que libran los gran rusos mismos. La posibilidad de oprimir y desvalijar a otros pueblos agrava el estancamiento económico pues, en vez de desarrollarse las fuerzas productivas, se busca la fuente de los ingresos en la explotación semifeudal de los pueblos «alógenos». Por tanto, por parte de Rusia, esta guerra tiene un carácter sumamente reaccionario y opuesto a toda libertad. […] Un proletariado que acepte que su nación ejerza la menor violencia sobre otras naciones no puede ser socialista.”. (Lenin. El socialismo y la guerra. 1915)

¿Desnazificar?

Dice Putin que una de las razones de la guerra es “desnazificar” Ucrania. Esa idea ridícula sirve para el mercado interno (una cierta tradición propagandística desde los tiempos de Stalin presenta a los ucranianos como aliados de Hitler) y como excusa para la guerra. Se basa en una media verdad, o sea una mentira, porque es cierto que un sector de ucranianos se unió a los nazis, de la misma manera que una mayoría de ucranianos lucharon con el Ejército Rojo (pero a estos se les consideraba rusos y no ucranianos) En honor a la verdad digamos que también grupos de rusos lucharon en el bando de los nazis, como húngaros, rumanos o croatas y a nadie se les ocurre invadirlos por hechos ocurridos hace más de 70 años. Es cierto que hay bandas fascistas en Ucrania, como en muchos otros países europeos, pero el peso electoral en la Ucrania actual de la extrema derecha es apenas significativo. Las dos organizaciones fascistas ucranianas, Swoboda y Pravy Sektor, representan un 1,5% de los votos en las dos últimas elecciones presidenciales en 2014 y 2019, y tienen un solo diputado en un parlamento de 450 elegidos. Lo peor es que la guerra iniciada por Putin puede reforzar a los sectores nacionalistas más reaccionarios y más antirusos.

Resulta sorprendente que sea Putin quien quiera “desnazificar” cuando es un referente de la extrema derecha europea, desde el gobierno Orbán de Hungría hasta la francesa Marina Le Pen, el italiano Salvini o Vox en España. Su modelo autoritario, bonapartista y represivo ha cautivado a la mayoría de esos dirigentes, y probablemente con una buena ayuda económica, aunque ahora todos quieran ocultar la evidencia de esa estrecha relación. Esa expresión de “desnazificar” tiene también un uso exterior destinado a la opinión pública mundial: que no valdría la pena oponerse a la invasión pues no son más que unos “nazis”. La solidaridad mundial contra la guerra y la invasión y de ayuda a los más de dos millones de desplazados es la prueba del fracaso de esa campaña.

El derecho a la existencia de Ucrania

Negar, como pretende Putin, el derecho de existencia a Ucrania es una de las mayores expresiones de su brutalidad imperial. La relación entre los pueblos de la zona siempre tuvo aspectos muy contradictorios, porque en muchas ocasiones estuvieron determinados por los enfrentamientos entre diversos ocupantes.  

El movimiento nacional ucranio surgió a finales del siglo XIX frente a la opresión nacional y social del zarismo. En palabras de un alto dignatario zarista de la época, surgió “llevando las palabras del poeta nacional ucraniano Schevchenko en un bolsillo y las de Karl Marx en el otro” (Citado por E. H. Carr en su obra Historia de la Rusia Soviética). Para los gobernantes rusos Ucrania era una nación de segunda clase que debía estar determinada por los intereses de la gran Rusia. En la Primera Guerra Mundial, una época de durísimas luchas de clases y guerras, la clase trabajadora y la mayoría del campesinado ligó su futuro social y nacional a la revolución de 1917 y, especialmente, a la política bolchevique de defensa del derecho de autodeterminación de las naciones, por lo tanto, de su independencia. En 1919, Ucrania se proclamó como estado independiente y en 1922 fue una de las naciones que constituyó la URSS (junto a la Federación rusa, Bielorrusia y la República Transcaucásica (Armenia, Azerbaiyán y Georgia)) En 1991, tras el hundimiento de la URSS, volvió a declararse estado independiente.

Para la tradición marxista, democrática y revolucionaria, el derecho de los pueblos a la autodeterminación es una exigencia imprescindible para su emancipación y también para lograr la unidad entre las clases trabajadores, sea cual sea su ascendencia nacional. La invasión de Ucrania no tiene como objetivo su liberación sino la ocupación por un ejército extranjero y representa una pesada cadena sobre el pueblo ruso, “Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre”. El pueblo ucraniano tiene su historia y derecho a ser libre e independiente.

¿La OTAN como garante de la paz?

Esta lucha entre bloques imperialistas es la que determina el rearme militar que los gobiernos europeos están decidiendo. En la reunión del pasado 10 de marzo en Versalles acordaron: “Aumentar sustancialmente los gastos de defensa”. Pretender que la OTAN pueda ser una garantía para la paz es una broma pesada. LA OTAN es una organización militar cuyo objetivo es la garantía, usando la fuerza cuando sea necesaria, de los intereses combinados de los Estados Unidos y de los países europeos que, como hemos explicado, se ha ido extendiendo hacia el este. Durante la época de la Guerra Fría se presentaba como contrapeso al Pacto de Varsovia (que se fundó después de la OTAN) y que nadie sabía qué hacer con ella hasta ahora. Ha sido la invasión de Putin quien está dando más argumentos a los defensores de la OTAN.

En este giro hacia el rearme la socialdemocracia está en primera línea. El gobierno alemán, presidido por los socialistas, ha decidido invertir 200.000 millones de euros. El gobierno Sánchez también se ha sumado a esa política. Hay que oponerse y definir criterios propios desde las izquierdas frente a esa deriva militarista. El rearme solo prepara más guerras y significa recortes en inversiones sociales y en derechos, un mayor peso político de los militares y el militarismo y, por la puerta de atrás, las ideas xenófobas y antidemocráticas de la extrema derecha.

Un movimiento por la paz

Por todo el mundo se ha extendido la movilización contra la guerra y la solidaridad con los desplazados, a los que los gobiernos europeos esta vez les están dando facilidades, a diferencia de otras crisis humanitarias. Como siempre la respuesta de la gente supera todas las expectativas. Positiva ha sido la convocatoria de los sindicatos CCOO y UGT de una concentración de 5 minutos a las puertas de las empresas el pasado día 9.

En el movimiento contra la guerra han surgido debates entre quienes quieren poner el acento en la denuncia de Putin y quienes consideran que el principal responsable es la OTAN. Las diferencias no deberían limitar convocatorias lo más amplias, masivas y unitarias posible. Es muy importante dar la voz y establecer sanas relaciones con la inmigración ucraniana y también con los inmigrantes rusos que están participando en las protestas contra la guerra. Es una manera concreta de combatir la xenofobia (la extrema derecha intenta oponerse a la acogida de jóvenes ucranianos) y también combatir la rusofobia. Es indignante que se hayan cancelado actividades culturales con personas de nacionalidad rusa por exigirles un pronunciamiento público contra la guerra. ¡Es un ataque a la libertad de expresión y la vuelta a la Inquisición!

La crisis económica y empobrecimiento que se avecina es una razón más para fortalecer el movimiento contra la guerra y el aumento de los gastos militares y los gobiernos que lo impulsan. La construcción de un movimiento por la paz es una respuesta al militarismo y una exigencia de protección de la vida, de las condiciones de vida, contra los ricos. La igualdad y no el rearme es el camino para la paz.

Fraternidad entre los pueblos

La fraternidad entre los pueblos es la mejor respuesta a la barbarie militarista. Las izquierdas y los demócratas de los países más implicados han salido a la calle y declarado su solidaridad con el pueblo ucraniano. Miles han sido los detenidos en Rusia en las protestas contra la guerra de Putin. Democracia Socialista, un grupo de izquierdas ruso, declaró: “Exigimos la retirada inmediata de las tropas rusas, el fin de todo apoyo militar a los grupos armados en la zona de Lugansk y Donetsk, el alto el fuego y el derecho de los ucranianos a decidir el futuro de su país sin los imperialistas del Este ni del Oeste”. El Congreso de los sindicatos democráticos de Bielorrusia (cuyo gobierno es un fiel aliado de Putin) publicó: “Ninguna nación del mundo desea una guerra. Los pueblos ruso, ucraniano y bielorruso no son una excepción. […] En este período difícil y fatídico, declaramos que nuestros espíritus y corazones están con vosotros, queridos ucranianos. Deseamos que resistáis y venzáis”. Evidentemente, los grupos socialistas de Ucrania han llamado y están participando en la lucha contra el invasor, dejando claro que no apoyan las políticas del gobierno Zelensky.

La gravedad de esta crisis debería ser la ocasión para reestablecer iniciativas europeas de las izquierdas, propuestas como los Foros Sociales, una mayor relación entre las izquierdas del este y el oeste para establecer marcos comunes de movilización y debate, para organizar y concienciar de la necesidad de una alternativa contra el militarismo y contra la OTAN, contra los diferentes imperialismos y en defensa de políticas y gobiernos democráticos y favorables a los intereses de las mayorías trabajadoras.    

Un reciente artículo de Sin Permiso lo planteaba así: “Consciente de las raíces de la guerra, que se hunden en la dinámica de la opresión y la competencia capitalista, el movimiento socialista y obrero se movilizó sistemáticamente contra las guerras, por un sistema de seguridad colectivo fundado en la voluntad libremente expresada de los pueblos, por la derrota de sus propios opresores y la solidaridad internacionalista de los que no poseen otra cosa que su fuerza de trabajo”.

La factura social

Se dice que cuando empieza una guerra el primer damnificado es la verdad. También lo son las condiciones de vida de la población trabajadora. La inflación ya estaba desbocada, el precio de la energía sigue descontrolado, se multiplican los hogares que no pueden pagar la factura, miles de pequeñas empresas y autónomos no pueden soportar ese encarecimiento y en la siderurgia y en el sector del automóvil se anuncian cierres temporales y sobrantes de plantilla. Hay que tomar medidas urgentes y enérgicas. Las que se tomaron durante la pandemia fueron insuficientes, hay que ir más allá, como regular el precio de la energía e imponer medidas contra los beneficios de las compañías. ¡Hay que reaccionar!

Miguel Salas es miembro del comité de redacción de Sin Permiso