Lviv: donde no hay guerra…pero se la oye

#Crónicasucranianas

Lviv: donde no hay guerra…pero se la oye

He llegado a la ciudad de Lviv. Formo parte de una delegación internacional que tomará contacto con sindicatos, asociaciones civiles y de izquierdas. Somos dos docenas, 24 personas. En la delegación hay sindicalistas, feministas y ecologistas de Francia, Estado español, Bélgica, Suiza; representación de partidos políticos de Francia, Suiza, Alemania; y parlamentarios de Polonia, Dinamarca y Finlandia. Formamos parte de la red Europea de Solidaridad con Ucrania, una red que agrupa ya 178 nombres de 17 organizaciones de Europa, 2 de Estados Unidos y Canadá y personas individuales.

Durante el viaje por bus desde la frontera Polonia hasta Lviv la prueba de que existe una guerra en marcha es precisamente en el mismo paso de un país a otro. Allí se puede ver colas de refugiados, habitáculos preparados para recibirlos y algún autocar con cartel de Ayuda humanitaria. También hay una larga cola de camiones que quieren entrar a Polonia, parados. No tengo explicación del porqué.

A la entrada de Lviv hemos visto el único check-point. Pero una vez ya en la ciudad las calles aparecen limpias, la gente pasea con normalidad. Llegamos al hotel y tenemos el primer contacto político con la organización anfitriona, el Movimiento Social. Se trata de una organización que tiene un carácter político de izquierda, pero no están constituidos aún como partido político. Se dedican a ayudar a la resistencia, en particular a la clase trabajadora. Ofrecen asistencia legal a sindicatos, sindicalistas, trabajadores. También ponen en contacto a sindicatos y otras asociaciones civiles, como feministas, ecologistas u otras de otros países que quieren trabajar en solidaridad con Ucrania. Su composición es gente joven, muchos de ellos estudiantes, y también profesionales e intelectuales.

Nos cuentan grosso modo que la situación de la clase obrera está completamente condicionada por la ley marcial, a causa de la guerra. Están prohibidas las huelgas; los trabajadores esenciales pueden ser obligados a trabajar hasta 12 horas; la mayoría de trabajadores del Estado no han cobrado la paga. Los sindicatos han aceptado estas duras medidas. Mañana hablaremos con representantes de los sindicatos y sabremos con más detalle lo que comporta la guerra.

La charla de introducción incluye la visita al sótano del hotel, un lugar reducido con una cocina y cuatro mesitas de comedor donde, en teoría, deberían bajar todos los clientes y empleados del hotel, en caso de se escuche la alarma por bombas. “Eso es lo que recomendamos”, nos dicen.

Luego nos llevan a visitar Lviv. Una ciudad preciosa que ha sido centro turístico durante muchos años por lo bien conservada y cuidada. Hoy el único “turismo” que va es el político y de solidaridad. Kiev, la capital es el centro para las visitas oficiales, de jefes de gobierno, autoridades de renombre internacional. Pero Lviv es un centro más operativo (y más tranquilo y apropiado) para poder hacer reuniones, charlas, acuerdos, sin tanta prisa. Para conocer mejor el activismo, pues los que se dedican a esa relación internacional viven o alguno se desplaza hasta esta ciudad.

En el trayecto de bus que tomamos nos muestra un detalle de cómo es la ciudadanía de Lviv: como la puerta de delante donde se paga está llena, vemos que suben a la de atrás. Inmediatamente pienso “se han colado”. Pero no: dan el billete de 10 cópecs al viajero de al lado y este lo va pasando hasta que llega al conductor, que también cobra. Y no sólo eso: a veces recibe por el mismo medio la vuelta. El compañero Olivier Besancenot que también observa la operación, comenta “esto en París sería imposible”. Yo creo lo mismo de Barcelona.

Los de la delegación estamos a punto de entrar en un bar cuando escuchamos un sonido que parece una alarma. Nadie hace caso. Nos miramos entre nosotros y nos preguntamos “¿has oído una alarma?”. Todos asienten, pero suena otra vez y la gente sigue tomando sus cervezas tranquilamente en la calle. Por precaución decidimos entrar dentro del bar.

Hablando con un anfitrión, científico que tiene familia y ahora se dedica a esta tarea política, se ensombrece su cara cuando le pregunto cuánto tiempo cree que puede durar esta guerra. “No lo sé, nadie lo puede saber. No depende de nosotros”. En muy poco tiempo la resistencia ucraniana ha tenido que madurar y asumir tareas inmensas.

Alfons Bech

4 de mayo de 2022