Esperando la sentencia. Insistir, resistir y nunca desistir

En el segundo aniversario del 1-O fui invitado a un acto en el pueblo de Llagostera (Girona). El Ayuntamiento, gobernado por una alianza entre ERC y CUP-Alternativa per Llagostera, organizó una serie de actos bajo el lema Revoltes republicanes d’octubre a Catalunya, para conmemorar el levantamiento federal republicano en octubre de 1869, conocido como El foc de La Bisbal (El fuego de La Bisbal), el de octubre de 1934 y el de 2017.

Previamente se había convocado una concentración para recordar los hechos y en solidaridad con las personas presas y exiliadas, también con los CDR detenidos recientemente, en la que se leyeron diversos manifiestos y se recitaron poesías. Al acabar, más de 100 personas asistieron a la proyección en el teatro del Casino del documental sobre lo sucedido el 1 de octubre de 2017, también se recordó que era el aniversario de la conquista del voto femenino en España, y al posterior debate en el que participaron Albert Botran, CUP, Montse Bassa, ERC, Gemma Geis, JuntsxCat y el que suscribe este artículo. La periodista Lluïsa Fuentes condujo el debate mediante diversas preguntas y estas son algunas de las notas que preparé y opiniones que expresé.

1 de octubre. Esta jornada está grabada en la memoria de todas las personas que participaron, fue una gran demostración de movilización y organización popular. Miles de urnas y papeletas llegaron a los colegios electorales y ni la policía, ni la guardia civil ni el CNI lograron encontrar una sola. Ahora que se acerca la sentencia del Tribunal Supremo, resulta más indignante aún recordar la brutalidad policial de ese día y que pretendan condenar al movimiento y a sus dirigentes por violentos, ya sea por desobediencia, sedición o rebelión. Ese día fue lo más parecido al inicio de una rebelión o incluso de una revolución: millones de personas movilizadas con un objetivo preciso: votar, con la confianza de que todo era posible, el Estado desbordado y sin apenas capacidad de reacción -más allá de la represión- actuando abierta y masivamente; una rebelión no es cosa de unos pocos ni se puede hacer a escondidas. Esa experiencia cambió la conciencia de millones de personas y representó una ruptura con el régimen monárquico. Pero, como apareció en el debate, fue insuficiente y se frustró en las siguientes semanas; por eso es tan necesario el balance de lo que pasó y sacar conclusiones sobre el camino a seguir.

Porque hubo también el 3-O, el día en el que un paro cívico movilizó a muchísimas más personas que dos días antes, hubo paros en centros de trabajo e impresionantes manifestaciones unitarias de independentistas, soberanistas y demócratas indignados por la represión policial. Ese día se planteó, y de hecho sigue planteado, el problema de que para avanzar hacia el ejercicio del derecho de autodeterminación se necesita acumular más fuerzas, incorporar a sectores del movimiento obrero, del sindicalismo de clase, debilitar aún más al estado monárquico, entre otras cosas buscando aliados entre el resto de los pueblos de España, y dar un giro social, de propuestas parlamentarias y de gobierno para que la república que se pretende incorpore a los sectores sociales más desfavorecidos.     

Debilitar el régimen. Para que un proceso de emancipación nacional y social tenga éxito es imprescindible la participación masiva del pueblo, pero esa es sólo una de las condiciones. Otra, no menos decisiva, es que el gobierno o el régimen político esté dividido, debilitado o en quiebra, y una tercera que la dirección política del proceso esté firme y decidida para llegar hasta el final. Si analizamos los procesos históricos, la mayoría, si no todos, se produjeron tras el hundimiento del régimen imperante. La primera oleada de la formación de naciones se produjo tras la revolución que recorrió Europa en 1848. La respuesta a la carnicería imperialista de la Primera Guerra Mundial inició el proceso de revolución socialista en Rusia, pero también liberó a multitud de naciones tras el hundimiento de los imperios ruso, alemán, austro-húngaro y otomano. El final de la Segunda Guerra Mundial facilitó la liberación de numerosas colonias dependientes de los imperialismo inglés y francés. La caída de la burocracia estalinista en 1989 representó un nuevo desarrollo de la emancipación nacional en zonas de Europa, Ucrania, los Países Bálticos, etc. y en zonas de Asia del antiguo imperio ruso. Si pudiéramos analizar caso por caso veríamos que, salvando las diferencias históricas, los estados centrales se encontraban en crisis y no fueron capaces de resistir el empuje de la emancipación nacional. Hay dos ejemplos en los que el proceso de autodeterminación fue acordado entre las partes, en realidad porque el estado central no podía ya soportar la unión o no era capaz de enfrentar una crisis. Nos referimos a la separación de Noruega de Suecia en 1905 o la de Chequia y Eslovaquia en 1993.

A partir de octubre de 2017 se ha ido agravando la crisis del régimen monárquico. Valgan como ejemplos el final del bipartidismo, la repetición de elecciones o que el problema catalán sea el tema central de las campañas de todos los partidos, pero esa crisis es todavía insuficiente para lograr una ruptura política y social. No se trata de esperar pasivamente los acontecimientos sino de seguir luchando, de seguir sumando y ampliando las alianzas, de debilitar al enemigo para poder ejercer los derechos democráticos y sociales que la ciudadanía exige, no solo los que tienen que ver con la emancipación nacional sino también con la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de hombres y mujeres. La idea de que “nosotros solos” (el movimiento independentista) podría conquistar la república catalana ya se demostró ingenua en octubre de 2017. Igual que la idea de “irse de España”; cuando en la práctica no es posible si no hay la fuerza suficiente para lograrlo. El camino es debilitar al estado monárquico, y aún sería mejor abrir procesos constituyentes en todo el Reino para poder decidir qué república y/o repúblicas, para poder ejercer los derechos democráticos y sociales con el concurso y la participación de fuerzas políticas y sociales mucho más amplias, tanto en Cataluña como en el conjunto del Reino de España.

Alianzas. En todo proceso democrático y de movilización el problema de las alianzas es fundamental, tanto a nivel de fuerzas sociales como de organizaciones políticas. Es básico para debilitar al Estado y avanzar hacia una ruptura democrática con la monarquía. Desde el movimiento independentista se habla mucho de buscar apoyos internacionales, de esperar un supuesto apoyo europeo que nunca llega y, sin embargo, se subvalora o incluso se desprecia la búsqueda de alianzas entre los pueblos del Reino de España. No se trata solo de solidaridad, completamente necesaria, sino de encontrar los puntos de acuerdo por los que fuerzas sociales y políticas distintas encuentren un denominador común, un interés compartido para avanzar hacia un futuro más democrático, social, feminista, ecológico y republicano.

¿Cuál puede ser el interés compartido? ¿Qué ganaría cada una de las fuerzas sociales o políticas? Eso es lo que habría que poner encima de la mesa. Liberarse del actual régimen, romper el candado del 78 en nombre de un futuro republicano debería ser un interés común de todas las fuerzas de izquierda, sea cual sea su implantación territorial. Lo es también para las fuerzas independentistas y soberanistas. ¿Qué ganaría la clase trabajadora madrileña, andaluza, catalana o valenciana? Pues que liberarse del actual régimen es una condición para mejorar la calidad democrática (para controlar a los gobernantes, para luchar contra la corrupción, para que la soberanía sea efectivamente del pueblo, o acabar con la Ley Mordaza, para evitar los 300 encausados por participar en piquetes de huelga, o que la justicia deje de ser un cuerpo ajeno a la sociedad, etc.). También habría que cambiar de régimen para implementar los cambios sociales que se necesitan, derogar la reforma laboral, luchar contra la precariedad, mejorar de las pensiones, controlar los precios de servicios básicos y de la vivienda, que dentro de las empresas también haya democracia y control y no que los empresarios hagan o deshagan a su antojo. Cambiar el modelo productivo, hacerlo más ecológico, más feminista, teniendo en cuenta las necesidades de la mayoría de la población parece incompatible con sostener un régimen como la monarquía.  

Nos guste o no, casi toda la vida política está determinada por la crisis catalana. Mientras los partidarios de mantener las cosas como están, o incluso de dar un giro retrógrado, la siguen utilizando para dividir y enfrentar a unos pueblos contra otros, desde las izquierdas habría que poner en práctica la estrofa de la canción L’Estaca de Lluís Llach: “Siset, que no veus l’estaca on estem tots lligats? Si no podem desfer-nos-en mai no podrem caminar! […] Si jo l’estiro fort per aquí i tu l’estires fort per allà, segur que tomba, tomba, tomba, i ens podrem alliberar” (Siset: ¿No ves la estaca a la que estamos todos atados? Si no conseguimos liberarnos de ella nunca podremos andar […] Si yo tiro fuerte por aquí y tú tiras fuerte por allí, seguro que cae, cae, cae, y podremos liberarnos”

Sobre la base de un compromiso compartido, democrático y social, de reconocimiento del derecho de autodeterminación, es posible una alianza que haga retroceder al estado, que acepte una solución democrática al conflicto catalán y plantear un futuro republicano para todos los pueblos del Reino de España. En diferentes condiciones históricas, pactos o acuerdos parecidos fueron útiles, sea cual fuere la valoración de cada uno de ellos, como el Pacto de San Sebastián, que fue la antesala de la II República, el Frente Popular antifascista o la Assemblea de Catalunya, que reunió a la mayoría de la oposición antifranquista. Quizás ha llegado el momento de encontrar una salida a los conflictos actuales a través de una alianza de las izquierdas y los soberanistas e independentistas.

Unidad. La lucha por la autodeterminación nacional es una exigencia democrática que se desarrolla en una sociedad dividida en clases sociales. En momentos determinados, diferentes clases sociales antagónicas, como la burguesía y la clase trabajadora, pueden confluir en una exigencia democrática, pero no lo hacen con las mismas intenciones. Los sectores de la burguesía catalana que apuestan por la independencia pretenden liberarse de las limitaciones económicas que les impone el actual estado de las autonomías, pero preferirían mantener las duras condiciones sociales y laborales que impone el actual régimen; eso explica que la antigua CiU pueda votar con PP o con PSOE leyes antisociales o antidemocráticas. Para las izquierdas y el pueblo trabajador, la defensa del derecho de autodeterminación es, ante todo, la defensa de la democracia, de que un pueblo no puede ser libre si oprime a otro, y porque el ejercicio de la autodeterminación, la posibilidad de una república, representa una mejora de las condiciones y de la conciencia contra la explotación capitalista.

El problema de la unidad está muy presente en Cataluña. El presidente Torra habla de “unidad estratégica”, JuntsxCat suele insistir para que haya listas únicas electorales, pero esa unidad solo sirve para que esos sectores de la burguesía catalana sigan encabezando el gobierno de la Generalitat. Hay que distinguir la legítima aspiración del pueblo a ir unido para conseguir sus objetivos y quien utiliza la unidad para seguir manteniendo la hegemonía de la derecha. El problema de la unidad es el de los contenidos políticos y sociales sobre la que debe sostenerse. La dificultad de la unidad estriba en las políticas sociales que se defienden, o que no se practican, desde el govern de la Generalitat, completamente paralizado. La unidad debería basarse en las políticas sociales y democráticas de la república a la que se aspira, eso sería “fer república” (hacer república). La unidad tiene que basarse en objetivos ampliamente compartidos, la amnistía para los presos y exiliados, la libertad (la república) el ejercicio del derecho de autodeterminación y la defensa y el desarrollo de los derechos sociales. Por eso mismo, se necesita una hegemonía de las izquierdas en el proceso de emancipación nacional, porque el de las derechas ha demostrado que ya no da más de sí.

Amnistía y movilización. La respuesta a la sentencia del Tribunal Supremo contra los dirigentes políticos y sociales será un hecho político con repercusión en todo el estado. La provocación de estos días con la detención de nueve personas de los CDR, la campaña de los medios de comunicación (¿orquestada desde el Ministerio del Interior?) publicando información no contrastada de un sumario supuestamente secreto es también una preparación de lo que se avecina. Lo importante de la respuesta es que sea lo más masiva, amplia y democrática posible. No se trata de ver quién corre más o convoca más veces, sino de ir lo más unidos posible, lo más decididos posible y de convocar y ayudar a que la mayoría de la ciudadanía se sienta concernida en la respuesta a una sentencia que, de no ser absolutoria, representará un ataque antidemocrático a la voluntad de un pueblo a decidir su futuro.

Hay sectores de la población que expresan su cansancio con este conflicto. Mientras no encuentre salidas democráticas, persistirá. Solo hay que ver que la campaña electoral del 10 N volverá a girar sobre Cataluña y que quienes lo impulsan son PSOE, PP, C’s, Vox, que siguen pensando que eso les da votos. Otros expresan su cansancio porque -dicen- se habla de Cataluña y no de los problemas sociales, pero esos mismos partidos de ámbito estatal prefieren tapar con la bandera española sus políticas antisociales, en el caso de la derecha, o sus promesas nunca cumplidas, en el caso del PSOE. Para darse cuenta, basta ver los lemas electorales del PSOE: gobierno y España.

Lo importante de la movilización contra la sentencia no estará en intentar dar un salto al vacío de lo que no pudo hacerse en octubre del 2017, proclamar la república y no hacer nada, sino mostrar que se necesita una resolución democrática, un referéndum acordado y aceptado por todas las partes, y desenmascarar a quien se opone a esa salida democrática: el actual régimen político y quien lo apoya.

Entre las numerosas pancartas que colgaban en los balcones de Llagostera hubo una que me llamó la atención. Decía: “Insistir, resistir, persistir i mai desistir” (Insistir, resistir, persistir y nunca desistir). Me parece que expresa muy bien el sentimiento del momento que vivimos.Miguel Salas Sindicalista y miembro del Consejo Editorial de sin Permiso