Hablar

Sánchez va a Barcelona y no ve a Torra, no responde a sus cartas, ni le coge el teléfono, ni siqueira acepta hablar. Es el presidente de “todos los españoles”, pero solo visita a su policía herido; los heridos por sus policías o por los de Torra no merecen su consideración. Además ha tenido que huir con el rabo entre las piernas, en el hospital lo han abucheado, dentro y fuera; ha cancelado la reunión prevista en la delegación de gobierno por estar las calles ocupades por un pícnic pacífico de jóvenes convocados por el Tsunami democrático. Grande-Marlaska reúne a la prensa para afirmar que en Catalunya solo hay un problema de orden público y que “España es una gran democracia”. Ni una palabra para las cuatro personas que han perdido un ojo a consecuencia de los pelotazos de goma, ni para las dos que perdieron un testículo. Menos todavía para los 579 heridos y los 194 detenidos que dan prueba del importante agravamiento de la crisis política provocada en el reino por la sentencia contra los dirigentes del procés.

Durante una semana, y sigue en la actual, las calles de Barcelona y de muchos pueblos de Catalunya se han llenado de gente y cargas policiales. El día 18 mucho más del medio millón que dice la Guardia Urbana marcharon pacífica i civicamente en 5 columnas de cien kilómetros sobre la ciudad condal parando buena parte de la producción en toda Catalunya; el número de la masa andante impedía cualquier otra actividad. La juventud ha topado las calles y autopistas y no aceptan que los desalojen de ellas, al grito de “las calles seran siempre nuestras”.

Para los gobernantes del Rey y sus partidos está desaparecida toda idea de resolver de manera integradora una cuestión política cuya envergadura desborda los cauces constitucionales del régimen del 78: la autodeterminación de los pueblos del reino de España. No es lo único que ya parece hallarse fuera de las posibilidades del régimen. Combatir la corrupción, evitar la evasión fiscal, impedir el asesinato de más mujeres, enfrentar la pobreza, el desempleo o garantizar sanidad, educación y dependencia de calidad tampoco encuentran su solución en “esta gran democracia” de Marlaska.

No es la primera vez que, en poco tiempo, la “salida” constitucional de los conflictos se reduce a sentencias, policías y golpes. La última oleada de huelgas contra la crisis acabó con disparos en Airbus y 300 sindicalistas procesados; las movilizaciones del 15-M desembocaron en la Ley mordaza; el empeño por decidir del pueblo de Catalunya, expresado el 1 y 3 de octubre de hace dos años, terminó con más de 900 heridos, la aplicación del artículo 155 y una sentencia judicial por sedición en la que la suma de todas las condenas asciende a 100 años de cárcel. La pena media por el intento de golpe de estado del 23-F se situó en 6,5 años; la del procés, en 8,3 años.

El PP y C’s exigen más dureza, más cárcel, y la presidenta del gobierno de Madrid ya reclama prohibir manifestaciones en la capital por este asunto. La última concentración, celebrada la semana pasada, se saldó con más de cien identificados, doce detenidos y porrazos a diestro y siniestro.

Una y mil veces se le ha repetido a la población que “el problema nacional” es algo que no tiene nada que ver con sus vidas y que además representa un elemento de división. Mucha gente trabajadora teme que todo el “embrollo” acabe ayudando a la derecha a recomponerse más y mejor a pocas fechas de las elecciones generales.

Es verdad, la derecha acorta distancias en las encuestas, pero no esencialmente por los problemas en Catalunya, no por las manifestaciones, ni siquiera por los contenedores que arden. El principal elemento al que se aferra esa derecha es justamente la incapacidad de Sánchez de hacer algo como coger el teléfono y tomar medidas que permitan sentar las bases de un diálogo sobre los problemas políticos que hoy existen. O sea, derecho a decidir y amnistía.

Todo el mundo reclama que hay que construir puentes para resolver la situación, pero Sánchez, agarrado al Rey y su orden, no puede, y con ello allana el camino al trifachito. Así que esos puentes deberán cimentarse, a partir de bases republicanas, en la calle con más libertad, más igualdad y más fraternidad. Esos puentes que, débilmente, ya existen en cada concentración y acción que tiene lugar fuera de Catalunya deben fortalecerse mientras, en la moqueta de palacio, se fragua la reacción en nombre de una cada vez más inútil constitución.