Desde hace poco más de tres meses Pedro Sánchez se sienta en la presidencia del gobierno del Reino de España. Tras ese tiempo, ¿qué queda de ese gobierno que él mismo definió como de personalidades que han aparcado carreras profesionales exitosas?
En 100 días hemos pasado de querer resolver el melón central de la financiación autonómica, a mandarlo a la próxima legislatura. De comprometernos con la legalidad internacional y los derechos humanos, a justificar la venta de bombas a Arabia Saudí. O sea, a defender los oscuros lazos (de todo tipo) entre los Borbones y los Saud. En este lapso, hemos transitado de las acogidas especiales de personas refugiadas (Aquarius) a las devoluciones en caliente a Marruecos que dominaron la era PP y a sostenerlas ante la Corte europea. La eliminación de las concertinas ya ha quedado supeditada al sacrosanto principio de una supuesta seguridad que únicamente lacera a los pobres. Por su parte, los ricos, siguen bien. Las presiones de los amos del dinero han enterrado el impuesto a la banca, y la subida del impuesto de sociedades o a las rentas más altas, siguen en el alero. Por el contrario, el aumento y futuro de las pensiones no acaba de concretarse y la reforma laboral, parece inamovible.
En este corto lapso de tiempo, se ha pasado de la regeneración en el poder judicial, a pagar medio millón de euros por la defensa de Llarena y a comprobar otra vez, y sin que nadie se plantee cambiar de línea, cómo los tribunales belgas dan un nuevo revolcón a la judicatura (Valtonyc).
Se podrá decir que ha habido cambios: se ha recuperado la sanidad universal, Franco saldrá del Valle de los Caídos, se anuncia una ley de vivienda y sigue la sensación de cierto aire fresco. Ahora bien, todo ello no puede negar que en estos 100 días el gobierno se ha topado con una realidad más compleja que la aritmética parlamentaria, la naturaleza del régimen del 78 en crisis.
Sánchez y los suyos se empeñaron en presentarnos el cambio de gobierno como un simple cambio de timonel. En otras palabras, nos vinieron a decir que, echando al capitán y a parte de la casposa y corrupta oficialidad, la nave de la monarquía con su estructura nacida de la constitución, tomaría, con unos apaños de chapa y pintura, velocidad de crucero.
Tres meses han bastado para ver lo falso de esa idea. Sánchez llegó a la Moncloa aupado sobre una base heterogénea, pero básicamente republicana, social y partidaria del derecho a decidir. Un conjunto de fuerzas que entienden que, para resolver los serios problemas de desempleo, pobreza, falta de libertades o de recuperación de derechos sociales perdidos, lo que hace falta es ir más allá del régimen del 78. La chapa y pintura no tapan las profundas goteras y la inutilidad del régimen para resolver aquello que la calle en Catalunya pide (un millón el pasado 11-S) y que se resume en: libertad para los presos y derecho a decidir, o aquello que la urgencia social exige: embridar a los ricos, pensiones, empleo, vivienda, protección social, etc.
Necesitamos una nueva política y nuevos y plurales pactos. Una política nacida de la movilización y basada en los principios republicanos, sociales y de compromiso con la autodeterminación de los pueblos del reino. El régimen del Borbón es una telaraña gruesa y desgastada de la que solo se puede salir, rompiéndola; de lo contrario, te atrapa y te ahoga.