El Parlamento Europeo debatió sobre la situación en Hungría los pasados 11 y 12 de septiembre. A pesar de la abstención de casi todos los eurodiputados del PP que dirige el masterizado Casado, la Eurocámara condenó las políticas racistas y xenófobas del gabinete de Viktor Orbán y decidió abrir camino a la suspensión de los derechos del país como Estado miembro (artículo 7 del Tratado de la UE).
También durante esta última semana, Juncker, presidente de la Comisión Europea, mantuvó su último debate sobre el Estado de la UE. En su discurso pasó de puntillas sobre el Brexit, no habló de la creciente desafección de la población con respecto a la Unión y desconoció el fracaso de una UE a 27 que ha demostrado su inutilidad para garantizar empleo, salud, educación y derechos para una parte cada vez mayor de su población. Tampoco mencionó la incapacidad de la Unión, política y humanamente, para acoger a algunos cientos de miles de personas llegan a sus puertas huyendo de la guerra y el hambre. En resumen, se empecinó en mantener todo aquello que posibilita el actual y hondo giro que favorece el ascenso de la extrema derecha en todo el continente.
Juncker animó a profundizar en la senda neoliberal, militarista, xenófoba y neocolonial en África que nos ha traído hasta aquí. Resumidamente apuntó a: (1) aumentar los acuerdos comerciales con terceros países que favorecerán a las grandes empresas y continuarán destruyendo las economías locales, (2) multiplicar por 20 el presupuesto de Defensa de la UE e (3) incrementar la externalización de fronteras, destinar 10 mil personas armadas al control de la frontera sur de Europa, así como acelerar de manera drástica la devolución de inmigrantes irregulares.
Parece que para Juncker no son bastantes los saldos de más de 8000 personas muertas en el Mediterráneo, 85 millones de pobres y 35 millones de desempleados como prueba de que sus políticas no funcionan para la mayoría de las 500 millones personas que estamos bajo el paraguas UE. Como parece que tampoco lo son para los jefes de Juncker, reunidos en la cumbre informal de Salzburgo bajo presidencia austriaca. Allí, los responsables de los gobiernos de los 27 prosiguieron con la misma música del presidente de la Comisión. De los problemas de su ciudadanía, nada de nada. Incluso cuando abordaron el plan británico de Theresa May para el Brexit, únicamente centraron sus discusiones en mercancías, capitales y fronteras.
Desde que la movilización popular hace ya un par de lustros tumbó, por la vía de diversos referendos, la implantación de una constitución neoliberal para la UE, las clases dirigentes no han elaborado otro plan que no sea más de lo mismo. Poco importa que se diga en el Parlamento Europeo o en la cumbre de Salzburgo, que se hable de deuda pública, pensiones, sanidad e inmigración o que se cuente cada vez con menos respaldos en la población y aparezcan cada vez más boquetes en todos los campos democráticos y sociales.
Construir una Europa democrática y libre, que sustituya a la actual en manos de oligopolios, corruptelas y de guerra al pobre venga de donde venga exige un enorme esfuerzo y una gran unidad por parte de los trabajadores y resto de población oprimida. El único medio para lograrlo pasa por la universalidad e igualdad de derechos de los 500 millones de personas que hoy habitan la UE a 27. Construir libertad, empezando por la de los pueblos, será imposible para la izquierda si no considera como propia y ordinaria esa tarea, y entienda que, cuanto antes se ponga a ella, más pronto vencerá a la derecha, comenzando por la más extrema.