La Junta de Andalucía depende de Vox, un partido de extrema derecha que ha puesto como primera condición para apoyar a PP y Ciudadanos el fin de las políticas de género y de la memoria histórica. Con 400.000 votos pretende determinar el carácter del “cambio” después de 35 años de gobiernos del PSOE con un giro no solo conservador sino reaccionario.
Vox no es un partido nuevo, tiene más de 10 años de existencia, intentando reagrupar a la extrema derecha dentro y fuera del PP. Pero en estos años, y tras una crisis importante y su reconstrucción por Santiago Abascal ha ido ampliando su agenda desde el nacionalismo españolista de origen franquista a un nacional-liberalismo extremo que quiere sumar a todos los sectores en crisis de la pequeña burguesía frente a “comunistas, emigrantes, feministas…”, en una lista interminable de enemigos imaginarios.
La reaparición de la extrema derecha en el escenario europeo es la consecuencia de la debilidad de la recuperación económica, de las devastadoras consecuencias sociales de la Gran Recesión y de su gestión neoliberal. En toda Europa, a medida que se ha erosionado el gasto social y el estado del bienestar, las clases medias han perdido su nivel de vida y su status social, absorbidas en el torbellino de un crecimiento exasperante de la desigualdad. La crisis fiscal y el aumento de la deuda pública responden a la negativa de las clases dominantes de pagar impuestos, a la sensación de injusticia de los asalariados de ser los principales contribuyentes y a la lumpenización de sectores de las clases medias profesionales o tradicionales. Este proceso ha sido especialmente duro en Europa Central y Oriental, donde todas las promesas de mayor consumo se han visto sustituidas por la lógica excluyente del mercado. Pero la gran diferencia con los años 30 del siglo pasado es que la exigencia de una mayor intervención del estado frente al mercado se ve sustituida ahora por la demanda de la subordinación al mercado de los gobiernos.
Los países del grupo de Visegrad, pero en especial la Polonia del PIS y la Hungría de Orban, se han convertido en el modelo de este populismo reaccionario de la derecha, teñido de xenofobia antiinmigrantes y religiosidad identitaria. Orban, que acaba de adoptar la llamada “Ley de la Esclavitud” -que obliga a hacer horas extras a pagar en tres años- es el ejemplo de Vox. Y ahora, el ciclo “progresista” en América Latina se ve sustituido por los Duque de Colombia o los Bolsonaros de Brasil, a la sombra de un Trump que paraliza el gobierno de EEUU hasta que el Congreso no apruebe los fondos para el muro anti-inmigrantes con México. Todos prometen un ajuste de cuentas que comienza por recortar los derechos democráticos de las mujeres, a las que se quiere reducir de nuevo al gueto de “familia, cocina e iglesia”.
¿Tiene alguna solución real para los problemas actuales el populismo reaccionario? Ninguna. Su único proyecto de futuro es la nostalgia de un pasado mitificado en el que precisamente el estado de bienestar aseguraba el status social de unas clases medias erosionadas por el mercado. El mito del “emprendedor” capaz de ascender socialmente con su solo esfuerzo y sus virtudes choca cotidianamente con una realidad dominada por las grandes finanzas que saquean los presupuestos del estado o le transfieren sus deudas. La debilidad de la recuperación y la desigualdad que promueven sus gestores agota rápidamente las esperanzas de los que creen que en la economía capitalista globalizada del siglo XXI es posible una gestión autárquica de los intereses de las burguesías menos competitivas o el conservadurismo reaccionario de las pequeñas burguesías desclasadas.
El cordón sanitario es un imperativo democrático frente a la extrema derecha reaccionaria y fascistizante. Pero como está haciendo evidente las negociaciones para la formación de un gobierno andaluz PP-C’s apoyado en los votos de Vox, es el conjunto de la derecha la que necesita a la extrema derecha para imponer los intereses de las clases dominantes. Frente a unos y otros es imprescindible una alternativa política de futuro capaz de articular a las grandes mayorías de asalariados en la defensa de la democracia, contra la sobreexplotación, por la redistribución a través del estado del bienestar y la renta básica, por los derechos de las mujeres y de todos los sectores oprimidos. La crisis del régimen del 78 es la consecuencia directa de su absoluta subordinación al “capitalismo de amiguetes” amparado por una monarquía con tintes cada vez más autoritarios. Su superación -que supone acabar con el caldo de cultivo de la extrema derecha- son procesos constituyentes republicanos.
El principal peligro de la coyuntura actual -en el Reino de España e internacionalmente- es la desmoralización y la desmovilización de la izquierda. El ejemplo, de nuevo, es Andalucía: 700.000 votos a la abstención. Su movilización hubiera impedido el acceso de Vox al parlamento andaluz y bloqueado el giro a la derecha neoliberal que pretenden PP y C’. Esos 700.000 votos al PSOE y Adelante Andalucía hubieran asegurado un gobierno de las izquierdas.
Para movilizar a los asalariados, a las mujeres y a los jóvenes amenazados por el paro y la crisis de los servicios sociales hace falta un programa de cambio que profundice la democracia asegurando las bases materiales del ejercicio de la ciudadanía. Hace falta un programa socialista y republicano y la garantía de un gobierno de las izquierdas.
Eso o un gobierno de las derechas condicionado por Vox.