Estamos ante un nuevo intento de echar abajo al gobierno de Venezuela. Como en 2002, como en 2004. Esta vez, hay que reconocerlo, en medio de la más grave crisis de régimen y con gravísimas consecuencias para la sociedad, sea de las capas más pobres o de la empobrecida clase media. Las manifestaciones masivas demuestran que existe un descontento muy grande, hasta desesperación, en amplias franjas de la población.
Pero este intento de golpe, cuya cabeza visible es el autoproclamado “presidente” Juan Guaidó, no es la solución, sino un salto hacia el abismo. Ese golpe se inscribe en el marco de un giro ultraderechista en varios países de América, fraguado directamente con el imperialismo yanqui y Trump a la cabeza. La creación del Grupo de Lima respondió a ese intento tras no reconocer la elección de Maduro en las últimas elecciones. Trump enseña la verdadera cara del interés de Estados Unidos, que no es el humanitario: “Tenemos todas las opciones encima de la mesa”. Es decir, la intervención armada, después de años de sanciones económicas.
Así pues, la propia Unión Europea no puede esconder que estamos ante la reedición de la “doctrina Monroe” y que toda la estrategia y tratamiento informativo sobre Venezuela está concebido bajo el marco del interés del imperialismo yanki, que considera América Latina su “patio trasero”.
Y ¿para qué ese golpe de Estado? Todo el mundo lo sabe o lo intuye: para instaurar un Gobierno títere y controlar las mayores reservas de petróleo del mundo. Para ello no duda en animar y provocar un clima de enfrentamiento político y hasta ciudadano en el país, capaz de llevarlo a una guerra civil. Repetir la destrucción y desastre que ya hizo en Irak. Y decantar aún más en toda América las opciones de derecha extrema neoliberal, que empobrecerán aún más a las masas trabajadoras y campesinas y recortarán los más elementales derechos democráticos. Como estamos viendo en Brasil.
Maduro no ha gobernado para la mayoría. Ha permitido que las clases y capas populares se empobrezcan, mientras los ricos junto con los burócratas nuevos ricos -la llamada boliburguesía- roban y se enriquecen. Pero quien debe decidir si debe continuar o no, democrática, pacíficamente y lo antes posible, es el pueblo. Por eso apoyamos el diálogo que proponen México y Uruguay para que el pueblo venezolano pueda organizarse y exigir que se llegue a un acuerdo de elecciones consensuado y en un clima de paz, que permita al pueblo expresarse libre y democráticamente en un corto plazo de tiempo. Pero cuando lo decidan ellos, no cuando se lo imponga la Unión Europea.
Rechazamos el chantaje del imperialismo europeo, con España a la cabeza, que “amenaza” con reconocer a Juan Guaidó y ese golpe de Estado, si no se hacen unas elecciones a la medida de la oposición. Eso sólo serviría para mantener el clima de violencia en Venezuela. Es lo mismo que Trump bajo otra máscara. Sánchez cede al griterío anti-bolivariano de la extrema derecha y la derecha extrema española y su tridente formado por PP-Cs-Vox.
La solución pasa porque Sánchez apoye la iniciativa de México y Uruguay y ayude a que el Gobierno y la oposición de Venezuela lleguen a un acuerdo para la convocatoria de elecciones bajo supervisión de organismos internacionales como las Naciones Unidas. Una salida política de la actual crisis -ante el peligro de guerra civil e intervención imperialista- pasa por situar en primer plano la soberanía popular, la reconstrucción de la legitimidad democrática de la República bolivariana y el respeto de la Constitución.