El escenario de un “superdomingo” electoral en mayo de municipales, autonómicas, europeas y generales implicaba una coincidencia de intereses entre aparatos políticos locales, baronías territoriales y supuestos estados mayores que no existen en unas izquierdas desnortadas, que compiten entre si, incapaces de ofrecer una alternativa política unitaria. Muy especialmente en el propio PSOE, donde siguen enfrentados dos proyectos políticos distintos de gestión del régimen del 78.
Así que la decisión del 28 de abril se basa en rentabilizar la propia movilización de la desbandada, del miedo a una victoria implacable del “Trifachito”, en una apuesta estrictamente electoral cuyo resultado tendrá un efecto dominó sobre la geometría del poder municipal y autonómico. En realidad, lo que esta decisión intenta es evadir la cuestión esencial de las alianzas, ignorar la problemática de la unidad de las izquierdas, cuando es esa la “prueba de estrés” de una alternativa progresista capaz de hacer frente con credibilidad al “Trifachito”.
En el anuncio presidencial de la convocatoria de elecciones del viernes 15, tras el consejo de ministros extraordinario, y en el primer mitin de campaña socialista en Sevilla al día siguiente, Pedro Sánchez reivindicó las buenas intenciones fallidas de sus ocho meses de gobierno, su firme defensa de la Constitución de 1978 frente a las mayoritarias aspiraciones democráticas catalanas al derecho de autodeterminación, su estrategia frente a la movilización de las derechas…pero no fue capaz de conectar su llamamiento a un voto al PSOE con la cuestión de que puede ganar las elecciones y perder el gobierno si Unidos Podemos sigue cayendo -entre la absorción socialista y la abstención desengañada- y si no se prevé un escenario de apoyo negociado con los nacionalistas catalanes y vascos.
Esta debilidad política, sin embargo, deja abierto el espejismo ilusorio de que el PSOE podría gobernar, si gana las elecciones, en una coalición con Ciudadanos que reconstruyese el bipartidismo centrista del régimen del 78, que la actual polarización política ha erosionado profundamente. Esa es la fórmula del sector “felipista” del PSOE y de amplios sectores de las clases dominantes y es el terreno de coincidencia tácita de la campaña del PSOE, como se visualizó en el mitin de Sevilla. No es la fórmula más realista para un Pedro Sánchez que ya ha pasado por el pacto programático con Albert Rivera y su rechazo por las izquierdas, cuya movilización -al menos electoral- necesita ahora. Ni para Albert Rivera, cuyo ascenso electoral se apoya en la credibilidad de la alianza de las derechas en Andalucía frente al antecedente de su victorioso fracaso en solitario en Cataluña. Por eso Rivera ha puesto ya sus líneas rojas y definido al enemigo: Sánchez. Pero como Arrimadas ha puntualizado en sus objetivos de la campaña de Ciudadanos: “ni con Sánchez, que ha traicionado a España, ni volver al bipartidismo de la mano del PP”.
La condición política de este escenario hoy improbable es la desmovilización social y nacional que permitiese un segundo golpe interno en el PSOE que desplazase a Sánchez para poder gobernar con Ciudadanos. Este caballo de Troya, esta quinta columna, es hoy el factor de división más importante en las izquierdas y la puerta de entrada a un gobierno del “Trifachito” de derechas, que Miquel Iceta. una de sus seguras víctimas- ha bautizado por su parte como el “Francostein”.
El reto que tienen ante si las izquierdas debe partir de la comprensión de que estamos inevitablemente ante un pulso que determinará la correlación de fuerzas durante todo un ciclo político. Que ese pulso es el resultado de una polarización extrema entre las derechas y las izquierdas por la gestión de la crisis del régimen del 78. Casado, lo ha expuesto con una claridad aznariana: “Acabar con el gobierno Sánchez apoyado por comunistas y secesionistas, que ha traicionado a España”. Es la urgencia de ese pulso inevitable el que le permite, a pesar de su pronosticada caída electoral, asegurarse el apoyo de la extrema derecha de Vox y chantajear a Ciudadanos para que priorice el nacionalismo españolista al regeneracionismo liberal.
A juzgar por las encuestas, a solo dos meses de las elecciones generales, el factor central de la desmovilización de las izquierdas se encuentra en Unidos Podemos, pero más concretamente en Podemos. Esa desmovilización, que supone entre 3 y 4 puntos, puede ser lo que incline la balanza. El discurso inicial de Irene Montero presentando a Unidos Podemos como el garante del fallido giro a la izquierda del gobierno Sánchez, abierto a un nuevo gobierno de las izquierdas, apunta a las aspiraciones unitarias de la izquierda movilizada -de los 10.000 sindicalistas de la Caja Mágica de Madrid, de la campaña del 8 de Marzo, de los pensionistas, e incluso del eco en Madrid de mas manifestaciones por la autodeterminación en Cataluña-, pero no es capaz de ofrecer una alternativa política que cuestione la hegemonía del PSOE, que es a su vez la principal debilidad estratégica de las izquierdas.
No es un problema nuevo, sino que resume todas las disyuntivas estratégicas de Podemos desde su creación en la estela del movimiento del 15 M. Su necesaria adaptación táctica a las distintas coyunturas de la larga crisis del régimen del 78 no ha ido acompañada de la construcción de una estrategia, ni de una organización capaz de sostenerla. Habiendo sido el sillar de la convergencia de las izquierdas, incluido las independentistas, que permitió acabar con el gobierno Rajoy, no ha sabido compatibilizar este frente amplio táctico frente a las fuerzas reaccionarias que quieren una contrarreforma del Régimen del 78 con una competencia estratégica por la hegemonía de las izquierdas que cuestione los limites de la sumisión monárquica y constitucionalista del PSOE. Y que de paso ofrezca una salida republicana y de izquierdas a la hegemonía de la derecha nacionalista catalana en el procés, en alianza con ERC. Muchos de los elementos de esa estrategia para disputar la hegemonía de las izquierdas al PSOE, al tiempo que garantiza la convergencia unitaria y la perspectiva creíble de un gobierno de las izquierdas, han estado en lo mejor de las reivindicaciones del ciclo de luchas abierto por el 15 M y por Podemos: la convergencia de procesos constituyentes entendidos como la convergencia de las movilizaciones sociales y electorales que apuntaban a un cuestionamiento republicano del régimen del 78.
Dos meses no es mucho tiempo, pero es del que dispone Podemos para dar su propio giro hacia la centralidad de las izquierdas y removilizar a su base social. Una renovación estratégica por su actual dirección en la línea apuntada es la respuesta necesaria a un debate estratégico larvado e incompleto, marcado por escisiones organizativas que ponen el acento en las necesidades unitarias o en las exigencias programáticas, pero que hasta el momento no han sido capaces de conjugar lo uno con lo otro y solo están sirviendo para la división y la confrontación impotente de las izquierdas, cuyo peor ejemplo es precisamente Madrid.
Lo otro es creer que “cuanto peor, mejor”, que no es sino la otra cara de la moneda del “mal menor”. No nos merecemos ni lo uno ni lo otro en este pulso estratégico con la reacción.