Los resultados de las pasadas elecciones municipales y autonómicas en algunas comunidades, la crisis del bipartidismo y el abanico de partidos con representación parlamentaria y municipal hace más compleja la vida política y, ciertamente, más interesante, y convierte los pactos en uno de los principales problemas a gestionar. La polarización política en una situación de crisis como la actual no ha hecho desaparecer los bloques, al contrario, les ha dado mayor visibilidad y trascendencia. Existe un bloque de izquierdas y otro de derechas y la búsqueda del centro imposible no deja de ser una operación de marketing o una forma de moderar las propuestas políticas que suelen tener una corta duración. Además, en Cataluña, País Vasco-Navarro y Galicia existe el conflicto nacional, especialmente vivo y popular en el primer caso a día de hoy, y la representación política del soberanismo y/o independentismo es una realidad que para desesperación de algunos y evidencia para los más hace más complejas las combinaciones. Hay quien preferiría que todo fuera “más simple”: derechas e izquierdas. Por esta razón algunos analistas de izquierda solo ven en la larga movilización por la autodeterminación nacional en Cataluña “intereses burgueses”, “intentos de maquillaje”, “problemas que no van con ellos”, etc. etc. Aunque la realidad sea claramente opuesta a esta manera de analizar: ¡peor para la realidad! Que la patronal catalana haya declarado repetidamente que no quiere, no simpatiza… con el independentismo, ¡qué más da para los que consideran que solo hay derechas e izquierdas! De nuevo, ¡peor para la realidad!
En este debate no hay que confundir el apoyo para que una formación logre el gobierno con la participación en ese gobierno. Ante la investidura de Pedro Sánchez parece evidente que Podemos y las confluencias deberían ofrecerle su voto frente a la derecha, y exigir un acuerdo de propuestas para condicionar ese apoyo. Otra cosa, discutible, es si habría que entrar en un gobierno con el PSOE, lo que Pablo Iglesias llama gobierno de coalición, como el medio para garantizar que se cumpla lo acordado. La capacidad de maniobra de un gobierno Sánchez será más que limitada por las imposiciones de Bruselas, que ya exige recortar 7.000 millones de los Presupuestos, con la obligación de cumplir el 135 —el artículo constitucional modificado con rapidez lacayuna por un pacto entre el PSOE y el PP: la Constitución como se ve es fácil de modificar cuando lo piden los poderosos, cuando lo pide una gran parte de la población puede ignorarse completamente, y cuando se trata de oponer la lucha popular y democrática contra la represión, el derecho a la autodeterminación, pongamos por ejemplo, entonces se trata de defender el “imperio de la ley” como le llaman algunos sinvergüenzas— y por la negativa en nombre de la monarquía para afrontar de una manera democrática el conflicto catalán. En esas condiciones, entrar en ese gobierno, por más que decida algunas pequeñas reformas —ni siquiera se ha comprometido a derogar la reforma laboral del PP— solo servirá para ser prisionero de esa política. ¿No sería mucho más práctico condicionar la investidura mediante una serie de propuestas acordadas y presionar desde fuera, en el Parlamento y sobre todo en la calle?
La polémica sobre la alcaldía de Barcelona —de la que hablamos a continuación— también ha aparecido en Madrid. Carmena, que fue la lista más votada, pero no con los suficientes regidores para ser elegida alcaldesa, le propone a Ciudadanos que haga como Valls en Barcelona y le dé los votos a la lista más votada —que no es el caso de Barcelona—. En la Comunidad de Madrid también se quiere que el PSOE pacte en la asamblea con Ciudadanos y Mas Madrid para frenar a Vox. Estas operaciones de encaje de bolillos, aparte de que no parece que tengan recorrido, dejarían a Ciudadanos como árbitros de la situación y rehenes de sus políticas, por lo que en vez de empezar a debatir los problemas de recuperación de las izquierdas seguiríamos tiempo y tiempo dependientes de otra fuerza de la derecha. Mal camino.
Navarra es otra de las comunidades donde el conflicto es evidente. La agrupación de la derechas, Navarra Suma —UPN-PP y Ciudadanos— ha sido la lista más votada, pero la derecha lo ha considerado cuestión de Estado, hasta el punto de que ha ofrecido su voto a Sánchez para la investidura a cambio de que no le arrebaten su hegemonía en Navarra. La suma de todas las izquierdas y el independentismo podría sumar mayoría. Desde la Moncloa se ha desautorizado a los socialistas navarros para que negocien el apoyo de EH Bildu. Otro ejemplo de que Sánchez y el aparato del PSOE son capaces de aceptar el gobierno de la derecha antes que un acuerdo con el soberanismo y/o el independentismo. Toda una declaración de intenciones para aquellas personas que aún precisen más evidencias políticas de lo que está dispuesto a hacer el gobierno del PSOE en temas de “izquierdas-derechas” y “libertades democráticas nacionales”. Se corre el riesgo vergonzoso de que las presiones de la Moncloa permitan que la derecha navarra vuelva a gobernar y destroce los cambios realizados en estos últimos cuatro años.
El laboratorio de Barcelona
La situación para elegir alcalde o alcaldesa en Barcelona está siendo uno de los debates más interesantes después de las elecciones. Como se sabe, la primera lista fue la de ERC, que ganó por cerca de 5.000 votos a la candidatura de BcnenComú. En concejales los resultados han sido: 10 para ERC, 10 para BcnenComú, 8 para el PSC, 6 para la candidatura Valls-Ciudadanos, 5 para Junts per Catalunya y 2 para el PP. Se ha hablado mucho de la evidente mayoría de las izquierdas —la suma de ERC, BcnenComú y PSC— que podría reunir 28 concejales —la mayoría en Barcelona son 21—. Entiéndase, con “mayoría de izquierdas” nos referimos a una idea muy laxa, general, vaporosa e imprecisa. El PSC apoyó entusiásticamente el artículo 155 y se manifestó con la extrema derecha en Barcelona. Cuando muchas veces hablamos de “izquierda” es en relación a otras formaciones más derechistas. Por decirlo castizamente: hoy Thatcher y Reagan estarían en el centro izquierda no tanto por sus exquisitos valores izquierdistas sino por el desplazamiento continuado hacia la derecha de muchos partidos y de la política practicada desde los años 80 a la actualidad. Lo aclaramos para situar las palabras en el contexto que queremos ponerlas.
La noche de las elecciones, Ada Colau, reconoció su derrota y reclamó una Barcelona de izquierdas —recordemos lo dicho al respecto—, sumando ERC, PSC y BcnenComú. Los socialistas reaccionaron inmediatamente, y por boca de Iceta y el concejal del PSC, Jaume Collboni, proclamaron que harían todo lo posible para que no hubiera un alcalde independentista. Valls, el candidato de Ciudadanos, se ofreció a que tres de sus concejales dieran su voto a Ada Colau — “sin condiciones, sin pedir nada a cambio” — para evitar que sea alcalde el candidato de ERC. El objetivo: que Barcelona no tenga un alcalde independentista. En esta campaña no han faltado comentaristas o politólogos de alguna izquierda animando a que Ada Colau aceptara los votos de Valls, del mismo que dijeron que es un neoliberal y un xenófobo declarado. Una verdadera operación destinada no sólo a evitar que ERC tuviera la alcaldía sino a seguir enfrentando los bloques y a decantar a BcnenComú hacia el bloque del 155.
Ante la falta de avances, el PSC no quiere negociar con ERC y ésta tampoco quiere un acuerdo con los favorables al 155 y con quien antidemocráticamente vota para quitar las prerrogativas a sus diputados encarcelados, BcnenComú anunció que presentaba a Ada Colau como alcaldesa. Una asamblea muy numerosa de la militancia avaló esa decisión el viernes día 7.
Muchas cosas pueden pasar hasta el día 15 en que se constituirá el Ayuntamiento:
A/ Que haya un acuerdo a tres, parece bastante improbable por lo explicado.
B/ Que haya un acuerdo con el PSC —lo exige para votar la investidura de Ada Colau— y en este caso Valls daría su apoyo para que Ada Colau fuera alcaldesa.
C/ Parece más que improbable un acuerdo con ERC. Habría que saber las razones y no parecen poco importantes el que en este acuerdo Maragall, su candidato, sería el alcalde, aunque siempre se podría pactar dos años para cada candidatura u otras fórmulas satisfactorias para ambas partes. En el rechazo a este acuerdo, cuenta, y mucho, la errática política de oposición de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona durante los últimos cuatro años. Aunque Jaume Asens, que fue concejal de Barcelona y ahora es diputado en Madrid por En Comú Podem, ha declarado que no descarta este pacto, que “esta puerta no se ha cerrado nunca”.
D/ Que no haya ningún tipo de acuerdo previo y cada lista se vote a sí misma. Al no haber mayoría la lista más votada tendría la alcaldía.
Como se ve el panorama es bastante embrollado. Curiosamente en esta polémica se habla bastante poco de contenidos e incluso la mayoría de las partes negociadoras reconocen que las diferencias son pocas. Motivo de reflexión —o preocupación— adicional: hay pocas diferencias entre algunas candidaturas. El problema de fondo, que lo determina prácticamente todo, para desconsuelo una vez más de alguna izquierda autista en el tema nacional, es el conflicto que mantiene Cataluña con la monarquía borbónica, los dirigentes presos, el juicio y la sentencia que puede pasar a la historia de la represión de las libertades democráticas. Querer hacer política al margen de esta situación es una ilusión. Ilusión nefasta, por otra parte.
La realidad puede ser brutal. Se dice que hay que romper la política de bloques, pero si finalmente Ada Colau fuera alcaldesa con los votos del PSC y Valls sería el bloque del 155 quien decantaría la balanza. Y, aunque no haya un pacto con Valls, tampoco se quiere decir públicamente que no se quieren sus votos, que no son bien recibidos. ¿Alguien se cree que esa decisión no tendría hipotecas? Hipotecas y vergüenzas políticas para muchos años.
Se transmite también la idea de que la única manera de seguir poniendo en práctica políticas de izquierdas es teniendo la alcaldía. Ada Colau declaró en la asamblea de la militancia que no a cualquier precio, pero es evidente que con los votos de Valls se paga precio, y no solamente ese día, también para el resto de la legislatura. Más que dudosa resulta la idea extendida de que la única manera de hacer cambios políticos es desde las instituciones ¿no se decía que el 15 M había llegado para cambiar ese “modelo”? Hay que estar en ellas, pero ya hemos visto en estos cuatro años como se las ahoga económica, política y judicialmente y sin la perspectiva de cambio de régimen político sus limitaciones son evidentes.
Hay mucha memez que intenta pésimamente esconder los problemas políticos importantes: “hay que gobernar —en Barcelona— teniendo en cuenta la ciudadanía de Barcelona”. ¿De verdad? ¿Hay alguien que diga algo así como “hay que gobernar —en Barcelona— teniendo en cuenta la composición mineralógica de la Luna?”. Cuando se repite la misma memez muchas veces hasta parece razonable. Y no, gobernar teniendo en cuenta la ciudadanía de Barcelona, lo diga quien lo diga, es no decir absolutamente nada. En un régimen sin democracia comisaria republicana, los representantes, los supuestos fideicomisarios, hacen lo que consideran oportuno sin rendir cuentas a sus fideicomitentes… porque no hay fideicomitentes ni fideicomisarios. No hay democracia comisaria republicana.
No hay recetas por adelantado ni respuestas para todas las circunstancias, pero es necesario que los acuerdos y compromisos sean claros. Un acuerdo para la alcaldía o para el gobierno no debería contar con ningún voto de la derecha, y si lo da, recordemos la cita del viejo socialista alemán: “¡Ah, viejo Bebel! ¡Qué tontería habrás dicho para que esta gentuza te aplauda!”.
Y, sin embargo, habría otro camino, otro acuerdo que representa mayoritariamente el voto de la ciudadanía de Barcelona, pues fueron las dos candidaturas más votadas. Un pacto de izquierdas y republicano, entre BcnenComú y ERC, basado en las iniciativas de cambio ya iniciadas y desarrolladas por BcnenComú, que además incorpore una respuesta democrática al conflicto que existe en Cataluña, la libertad de los presos, un referéndum efectivo y una política de alianzas con la Generalitat —paralizada políticamente— para decantarla al servicio de los municipios.
Una primera respuesta el día 15.Daniel Raventós es editor de Sin Permiso, presidente de la Red Renta Básica y profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. Es miembro del comité científico de ATTAC. Sus últimos libros son, en colaboración con Jordi Arcarons y Lluís Torrens, «Renta Básica Incondicional. Una propuesta de financiación racional y justa» (Serbal, 2017) y, en colaboración con Julie Wark, «Against Charity» (Counterpunch, 2018) traducido al castellano (Icaria) y catalán (Arcadia). Miguel Salas sindicalista y miembro del comité editorial de Sin Permiso