De creer al Presidente Trump, el jueves 20 de junio tuvo en sus manos la vida de 150 civiles inocentes y decidió perdonársela, mientras lanzaba un ataque cibernético sustitutorio contra bases militares y la red eléctrica iraní. Horas antes, la defensa aérea iraní había derribado un avión no pilotado de EEUU sobre sus aguas territoriales y el general de la Guardia Revolucionaria Hussein Salimi aseguraba que era “una poderosa señal”, una raya roja en la escalada de tensión entre la Administración Trump y el régimen teocrático iraní.
El punto de arranque de esta escalada ha sido la denuncia unilateral por Trump en 2018 del Acuerdo nuclear con Irán de 2015, cuando se comprometió a limitar su producción de uranio enriquecido con fines civiles bajo supervisión de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, un organismo de Naciones Unidas. A la denuncia del Acuerdo siguieron toda una serie de sanciones económicas que han estrangulado la economía iraní e imposibilitado sus relaciones comerciales con el resto de los países occidentales que mantienen el Acuerdo, vaciándolo de contenido para Teheran.
Irán es la potencia regional que organiza una coalición chiita en Oriente Medio, en la que participan los gobiernos de Irak y Siria, Hizbollah en el Líbano, los rebeldes huzíes en Yemen y a otro nivel Hamas y los Hermanos musulmanes, con la complicidad de Qatar. Frente a ella, Arabia Saudí intenta reconstruir una hegemonía entre los musulmanes sunitas, en competencia con Turquía. Rusia y EE UU son las potencias globales aliadas respectivamente a uno y otro bando en la lucha por el control del equilibrio de poderes en Oriente Medio. Netanyahu e Israel han convertido la destrucción del actual régimen iraní en una de las razones de su supervivencia estratégica.
En mayo se produjo el ataque a cuatro petroleros en aguas de Emiratos árabes Unidos. Y el 13 de junio dos ataques más en aguas internacionales del estrecho de Ormuz cercanas a Irán. EE UU ha acusado a Irán de haber sido el autor, a pesar de la operación de salvamento de los guardacostas iraníes en base a un video al que no dan ninguna credibilidad los expertos. Y la escalada ha continuado, incluyendo el anuncio iraní de que superará los limites de producción de uranio enriquecido del Acuerdo, aunque aún lejos de la pureza necesaria para su uso militar. Si Trump pretende minar la economía iraní aislándola, Khamenei busca enfrentar a EE UU con sus aliados occidentales, sobre todo europeos y japoneses, que mantienen el Acuerdo aunque no sean capaces de cumplir sus compromisos económicos.
El estrecho de Ormuz, escenario de la escalada, es la via de salida del 30% del petróleo que consumen las economías capitalistas. 18 mil millones de barriles diarios. Los incidentes han disparado su precio en el mercado internacional de 65 a 72 dólares el barril.
Como en el caso de Corea del Norte, Trump pretende una renegociación de los términos de los equilibrios regionales en Oriente Medio utilizando su potencia militar global, al mismo tiempo que retira sus fuerzas terrestres de Irak y Siria. Su presencia naval en la zona de Ormuz, desde la base de Bahrein, convierte a EE UU en la principal potencia imperialista en el Golfo.
El peligro de guerra es real. Independientemente de sus intenciones finales, se trata de un juego de pretendidas racionalidades entre una Administración en manos de aprendices de brujos con una ideología irracional y una teocracia autoritaria que en última instancia considera el martirio una virtud celestial. En esas manos está la vida de muchos millones de personas en Oriente Medio y la paz global.
No hacen falta muchas más explicaciones para denunciar esta escalada de tensión imperialista y exigir su fin y el cumplimiento de los términos de un Acuerdo, incluido el fin de las sanciones económicas, cuya única alternativa es la proliferación de las armas nucleares en Oriente Medio.
Y la derecha española aún se pregunta por qué el Gobierno Sánchez ordenó la retirada de la fragata española que acompañaba al grupo aeronaval de EEUU que se aproximaba a la zona. Hay quienes no aprenden nunca, aunque el año que viene tenga que renegociarse los acuerdos de defensa con EE UU y la situación de Rota como base del escudo de misiles y la guerra naval electrónica, que convierten a España en objetivo nuclear. a