Los cambios municipales están trayendo de la mano un carro de prohibiciones de conciertos y actuaciones. Responsables: el trío de Colón (PP, C’s y Vox). Aunque en la ciudad de Oviedo fue Rozalén la que se cayó del cartel, sin duda es Madrid la que se lleva la palma. Primero, Def Con Dos, luego Luis y Pedro Pastor. Y ahora, para rematar, llega un tuit, ya borrado, del PP madrileño en el que abiertamente reconoce que no se va a dejar cantar a quienes no sean “afectos al régimen”. El dúo municipal madrileño de Almeida – Villacís se desmarcan cada uno a su manera del asunto, pero el resultado es el mismo: ninguno de los grupos y artistas citados actuaran en las diferentes fiestas de barrio de la capital del reino. O sea, se impone y gana la censura.
Lo que está ocurriendo con este carrusel de prohibiciones no resulta nuevo. Comenzó con Pep Gimeno “botifarra”, Cesc Freixas, la banda Carreixet o raperos como Valtonyc, hoy exilado en Bélgica. Siguieron tuiteros por sus comentarios, o los titiriteros granadinos por su espectáculo en las calles de Madrid. No es demagogia, se trata multas y penas de cárcel. Es el precio que se paga por las leyes mordaza que siguen ahí, a pesar de que Sánchez en su momento se comprometió a retirarlas. Para recuperar derechos y libertades es completamente imprescindible que esas leyes desaparezcan. Jueces que no escoge nadie, fiscales con patente de corso y un sinfín de gentes de ley y orden monárquicas, machistas y franquistas marcan por encima de la población su criterio sobre el bien y el mal. Los defensores del derecho a decidir, en la cárcel a la espera de sentencia; los vecinos de los pueblos del País Vasco, constantemente recriminados y amenazados con acusaciones de posible exaltación del terrorismo por recibir a sus vecinos cuando éstos salen de la cárcel.
A la vez y al contrario, quienes defienden la dictadura franquista, reclaman su memoria de muerte y opresión, y organizan actos en exaltación de la misma no tienen problemas ni acusación alguna sobre ellos. Es la demostración evidente, una más, de la enfermedad de un régimen, el del 78, incapaz de soportar la crítica y de reconocer la libertad de pensamiento de la ciudadanía. Es la prueba de la necesidad imperiosa de trabajar para pasar página a esta monarquía, de ganar república y así, derechos para las personas y los pueblos.