Arrancó el curso con la LOMCE de Wert dando doctrina; con los presupuestos de Montoro marcando la contabilidad del Reino; con la Ley de Racionalidad y Sostenibilidad del PP ahogando a los ayuntamientos; con la reforma laboral y la ley mordaza sin retirar; y con Franco en su valle y Billy el Niño con su medalla. Por si todo ello fuera poco, tenemos además la sentencia contra los dirigentes del procés a la vuelta de la esquina, la financiación autonómica abierta en canal y la economía “desacelerándose”.
A ese panorama preocupante, y hasta desalentador, responde Pedro Sánchez con 370 medidas. Medidas que vienen sin pan bajo el brazo porque carecen de financiación y calendario. Medidas, más bien intenciones, que no contemplan acabar con la reforma laboral o la ley mordaza, que, expresamente, prohíben un referéndum de autodeterminación y que no resuelven ni uno solo de los profundos problemas antes expuestos ni aligeran el fardo que representan en nuestra vida diaria.
En junio la gente derrotó electoralmente al tridente de la derecha y abrió la puerta a una mayoría plural y posible que tiene al PSOE como fuerza más votada, pero que solo existe si éste es capaz de sumar a fuerzas de izquierdas, nacionalistas y republicanas que le pueden dar los votos que necesitan en el Congreso. Es esa una mayoría que exige en Catalunya diálogo y una salida votada por su pueblo, así como la libertad de sus dirigentes presos; la derogación de la reforma laboral; la garantía de las pensiones; o que los ricos dejen de reírse del fisco. Se trata de una mayoría que va más allá del régimen y la Constitución.
Sánchez, con su actitud inflexible de todo o nada, está aproximando una cita electoral que un porcentaje de la población teme. No son Podemos y sus confluencias. Su error, al centrarse en ministerios y no en medidas, ciertamente no ayuda a que se muestre hasta qué punto la propuesta de Sánchez es incapaz de generar una mayoría al plegarse ésta a los poderes económicos e institucionales del régimen del 78.
Es esa Constitución y ese régimen un lugar en el que (el resultado electoral) ha demostrado que no cabe una parte muy importante de la sociedad. La parte que no llega a fin de mes, que pierde la casa, que sufre la precariedad, que en Catalunya no puede decidir o que se opone a la brutal desigualdad que sufren las mujeres.
Unas nuevas elecciones no resolverán la situación ni traerán la “estabilidad” añorada. Deshacernos de las normas del PP de Rajoy que hoy nos asfixian, exige avanzar hacia un gobierno que, basado en la calle, también dé pasos para superar esta constitución. Lo contrario, tal y como muestra el trágala de Sánchez, ni suma de verdad ni va a ninguna parte.