Millones de personas de los 5 continentes salieron el viernes a la calle para exigir medidas reales que protejan la vida con mayúsculas. La movilización fue un éxito; fue la voz del planeta que sufre y se levanta contra las heridas que, por tierra, mar y aire, le provoca la burguesía con su lógica de mercantilizarlo todo para someterlo al único dios que reconoce: el capital. Dicho de otra manera: para el puñado de mil millonarios que dominan el planeta la creatividad humana, las selvas, el agua, el subsuelo, los animales, o las plantas no tienen sentido alguno si no pueden ser obligados a pasar por el ojo de la aguja que aumenta su cuenta corriente. El resto, lo que se queda fuera de ese estrecho marco, simplemente no tiene valor. Por tal razón, el campo se somete despóticamente a las inhumanas ciudades en las que solo se aprecian las capacidades de quienes que se hallan empleados y en las que el territorio, como demuestra la operación Chamartín, únicamente “sirve” si puede convertirse en dinero.
El cambio climático es hijo de esa manera de entender la relación del ser humano con la naturaleza. Una relación impuesta por la desposesión forzosa de la inmensa mayoría de la humanidad para el beneficio de una minoría poseedora de los medios de producción.
De la misma manera que sin freno se calienta el planeta, se calienta también, con lógica propia, la política en el reino. Con provocadoras detenciones, como las de esta semana pasada en Catalunya, o con discursos hechos golpe de estudio demoscópico. En las elecciones que vienen el poder y la prensa que le sirve no ponen en el centro lo que de verdad preocupa a la ciudadanía. En consecuencia, poco o nada se habla sobre empleo o sobre protección al desempleo; tampoco aparecen las medidas con las que se piensa transitar de este modelo productivo depredador del medio, que somete y empobrece a la sociedad, a uno más sostenible sobre el que, eso sí, se discursa sin parar. No hay hueco para los desahucios, la precariedad, los pensionistas o los asesinatos de mujeres; tampoco para revelar cómo meterles mano a los ricos. Menos aún para explicar cómo dar satisfacción al serio problema que representa que algo más de la mitad de la población del reino reclame una salida negociada frente al enquistamiento provocado por la incapacidad del régimen para dejar decidir al pueblo de Catalunya.
Vivimos un “calentamiento político global” que no está provocado por la reiterada repetición de elecciones, sino por la incompetencia de las instituciones surgidas del marco político del régimen del 78 para ofrecer una respuesta positiva a las urgentes demandas de la sociedad. Unas demandas cuyos puntos más evidentes en la calle son ahora las movilizaciones de los pensionistas, las de mujeres contra la violencia que sufren, la democrático-nacional de los pueblos del reino o la lucha contra el cambio climático.
Todas y cada una de esas movilizaciones son importantes, exitosas y reconocibles porque, en su diversidad, han encontrado un lenguaje que, por encima de los matices, une y potencia su acción. Bien al contrario, en su forma actual, la pluralidad de siglas y nombres en la izquierda, lejos, como ya se vio en las elecciones autonómicas y municipales de Madrid, de sumar, acaba añadiendo simples matices que, hasta ahora, no impiden que el mar siga dominado por la derecha.