El domingo compareció Sánchez en la televisión hablando de guerra, cuando lo que en realidad sufrimos es una crisis sanitaria sin precedentes. Aquí y ahora se trata de salvar vidas, de protegerlas, no de arrebatarlas. Sobran los símiles militaristas y los generales en las ruedas de prensa. En estos quince días en los que únicamente se realizaron actividades esenciales no hubo juntas de accionistas, pero sí todo tipo de tareas asociadas a proteger y a mantener la vida (sanitarias, de alimentación, limpieza o cuidados), profesiones todas ellas ampliamente feminizadas, muchas veces mal pagadas y sometidas a una altísima precarización.
Terminó el permiso retribuido recuperable y retornaron al trabajo la construcción y la industria; el resto seguimos confinados. Mascarilla, guantes y distancia de seguridad serán el primer instrumento para medir la tutela de la salud en el trabajo. Se abre un campo fundamental de defensa de derechos ante un tejido productivo disperso y una mano de obra precarizada.
A la par, la población confinada ve cómo las prestaciones a las que tiene derecho se atoran ante una burocracia imposible y convenientemente recortada por las obligaciones impuestas para el rescate bancario de 2008 y el modificado artículo 135 de la Constitución. Mientras, los bancos siguen practicando la usura en la gestión de unos préstamos avalados por el Estado que urgen para salvar pequeños negocios y muchos hipotecados.
Estamos sometidos a una descarnada y constante disputa entre capital y trabajo, entre capital y vida. Una pelea que traspasa cada decreto, orden ministerial o rueda de prensa de los distintos niveles gubernamentales del reino de España. Un esfuerzo que exige más democracia, igualdad, libertad y fraternidad para la ciudadanía. Ahogada en el marco legal monárquico del 78, la lucha del trabajo sobre el capital produce pocos y contradictorios frutos, que siempre se acompañan de una letra pequeña que acaba siendo la principal.
Lo vimos en los pactos de la Moncloa, que asentaron un régimen heredado del franquismo basado en un capitalismo de amiguetes corrupto. Lo constatamos en la crisis de 2008, cuando se salvó a la banca y a base de recortes se abrió la enorme fractura en desigualdad y pobreza que ahora pesa sobre más del 26% de la población y que está afectando a la manera en que sufrimos esta triple crisis sanitaria, social y económica.
Salvar vidas, salvar a la población y preservar la salud de nuestra sociedad exige medidas claras y democráticas. Necesita la participación de la población, unidad de los de abajo y mucha complicidad entre todas las tendencias sociales y políticas. Para el capital, esta crisis es un paréntesis cuyo coste seguirá intentando que paguemos los de siempre a través de la política neoliberal. Para la población hoy confinada, colocar la defensa de la vida y del derecho a la salud en el centro exige avanzar en la libertad, en la igualdad y en la fraternidad republicanas. Hoy, 14 de abril, más que nunca sabemos que nuestros derechos están asociados a tomar el destino de nuestra propia vida.