El pasado jueves, 23 de abril, acudió Sánchez a la reunión del Consejo Europeo a por bonos mancomunados que evitaran nuevas fatigas a las ya castigadas arcas públicas, a por un sistema de subsidio europeo que cubriera a desempleados y trabajadores en ERTEs, y a por un fondo de reconstrucción que no hubiera que reintegrar. En resumen, a por más dinero dentro de una propuesta común de toda la Unión Europea contra la pandemia y sus efectos sociales y económicos. Cuando terminó el encuentro, el globo de Sánchez se había deshinchado. Los jefes de la UE rechazaron cualquier forma de mancomunar deuda o implantar un subsidio común, y el fondo de reconstrucción quedó para un mañana impreciso y nebuloso. Lo único que Merkel y los gobiernos holandés y finlandés admitieron fue que el reino continuara hipotecado; eso sí, a precio algo más barato y con garantía de compra (por ahora) para toda la deuda que emita. Las condiciones de devolución de toda esa masa monetaria (superior a más de un año de producción entera del país) se dejan para cuando despeje un poco la “tempestad viral”, pero se recuerda bien claro que se trata de préstamos y que habrán de ser devueltos en las condiciones marcadas por la estabilidad comunitaria.
En lo interno, de momento, el Gobierno ha renunciado a aprovechar la triple crisis en la que nos hallamos para avanzar decididamente en la construcción de una verdadera política social basada en una reforma fiscal seria y en un mayor peso de lo público, de aquello que ha resultado y resulta imprescindible para salvar vidas y haciendas. Es decir, el lugar seguro al que se acude porque no hay otro. Sánchez rechazó también una Renta Básica universal de urgencia con la que hacer frente a la pobreza galopante, y en su lugar prefirió extender un conjunto de medidas parciales. Decidió entregarlas mayoritariamente a través de los bancos y de unos raquíticos e infradotados servicios sociales post recortes. Y así es como esas ayudas, junto a un salario mínimo vital que nunca se concreta, quedan encalladas entre la rapiña de los banqueros y la eterna burocracia. La gente no recibe dinero, los alquileres e hipotecas no se abonan, los intereses corren y las colas en los comedores y bancos de alimentos crecen.
En unas jornadas llega el Primero de Mayo, esta vez en confinamiento. No parece una buena idea que ese día no nos dejen salir a la calle en condiciones de seguridad y responsabilidad y a la vez no haya problema en hacerlo 24 horas después, el día 2. En este Primero de Mayo de balcones, los sindicatos de clase nos van a recordar que debe ser una jornada de defensa de los servicios públicos y de apuesta por otro modelo productivo. Unamos fuerzas para ello.
Cerrada la puerta de Europa, con los bancos (inyectados de dinero público) negándose a dar el crédito que se necesita y, por el contrario, abiertos de par en par la necesidad social y el cambio hacia un modelo sostenible, es la hora de exigir al Gobierno de coalición progresista medidas precisas que sometan al dinero (impuestos sobre las grandes fortunas) y rescaten a las personas. Acción contra la usura e impulso de una banca pública que salve a las personas y a la pequeña empresa en un régimen del 78 en el que la miseria crece.
Necesitamos más democracia, más derechos y más libertad; aire fresco republicano que ventile todo el Estado desde su jefatura hasta los ayuntamientos. Necesitamos más medios para imponer la voluntad de la mayoría. Los jueces de un régimen que trabajan por dar el tercer grado a Rodrigo Rato -que hundió Bankia, estafó a miles de familias y generó una deuda de 20 mil millones- son los mismos que no votó el pueblo y que condenan a la diputada Isa Serra a 19 meses de cárcel por defender el derecho a la vivienda frente a los bancos y los fondos de inversión. Un retrato explícito de la realidad que padecemos y de la vergüenza que provoca.