El pasado miércoles, EH Bildu llegó a un acuerdo parlamentario con el PSOE y Unidas Podemos que permitió al gobierno de coalición progresista sumar 5 abstenciones más y lograr la quinta prórroga del Estado de Alarma. Fue un buen pacto. De un lado, EH Bildu nos refrescó la memoria sobre uno de los puntos centrales del acuerdo de gobierno entre Sánchez e Iglesias: la derogación de la reforma laboral de 2012, la del PP de Rajoy. Del otro, se puso fecha a su supresión: antes del fin de las medidas de excepcionalidad. Y fue a partir de ahí cuando pareció que la tierra se hubiera salido de su eje. La patronal tildó la decisión de desastre, los medios de comunicación, PP, C’s, Vox y el PNV se apuntaron a ello. Se evidenció la mirada ausente de los grandes sindicatos en el asunto y sobre todo, hubo un rosario de ministros diciendo una cosa y su contraria que no ayudaron precisamente a calmar los ánimos.
El próximo 30 de junio finalizan los acuerdos sobre los ERTE y con ello la limitación de los despidos. Cambiar la norma que ahora los regula y aumentar el poder sindical de negociación en todos los campos, empezando por el empleo y la salud laboral, se demuestran centrales para un periodo que llega cargado de nubarrones: más paro, bajos salarios, más precaridad, deudas y pobreza.
El pacto, incluía también otro punto importante y positivo: fondos para los ayuntamientos. En esta crisis el papel de los consistorios, su lugar político vertebrador de sociedad en el territorio y su papel en la base de la acción democrática institucional resultan prioritarios. Proteger y crear estrategias para incrementar el peso del común y de lo público se juegan en gran media en lo local. Es fundamental derrotar la legislación y normas del PP que continúan hoy ahogando y reduciendo la capacidad política municipal para proteger a la mayoría de la población y encarar la crisis.
Por su parte, el pasado domingo, Vox salió a la calle. Madrid registró la mayor concentración de los más fervientes partidarios de que caiga el actual gobierno. Lógicamente, la izquierda se ocupa y se preocupa ante la falta de una alternativa progresista a la actualmente existente. También por la posibilidad de que un gobierno débil y con cortas mayorías se acabe partiendo.
No podemos saber qué nos deparará el fututo. Lo que sí parece claro es que la mejor manera de enfrentarlo pasa por reforzar la mayoría plural, de izquierdas y progresista que alumbró el actual ejecutivo. Esa mayoría, de la que forman parte EH Bildu, ERC y otros, avanzará más decididamente si aumentan los pactos, no si se retraen. Cuanto más claras y universales sean las propuestas de rescate ciudadano; cuanto más refuercen lo público (sanidad, educación); cuanto más se apoyen todas las medidas en los ayuntamientos, cuanto más incluya a la mujer, a la población migrante y a más colectivos de la sociedad, mejor. Lo contrario, es decir, todo lo que no ayude a la unidad de la mayoría de la población y refuerce su posición solo auxiliará a los que salieron a la calle el domingo, a sus aliados y a sus banderas.
La nueva normalidad se está construyendo en la desescalada como una pelea aún sorda, pero muy potente, entre los intereses de la inmensa mayoría de la población trabajadora no rica y la oligarquía que sigue llevando la manija y no quiere soltarla. El pacto con EH Bildu y el estruendo que ha provocado no han hecho más que demostrarlo.