Madre
haz que mi piel
sea de un color neutro.
Los asesinos acechan.
(Abdellatif Laâbi)
Voces de indignación y protesta se extienden por todo el mundo. Expresiones tan sencillas y directas como “quiero respirar” y “las vidas negras importan” (Black Lives Matter) se han convertido en la denuncia de un sistema social racista y represor como es el capitalismo. “La revuelta es el idioma de los ignorados”, afirmó Martin Luther King, dirigente del movimiento por los derechos civiles de la población negra que fue asesinado en abril de 1968.
El asesinato de George Floyd por la policía de Minneapolis ha sido el desencadenante de las movilizaciones más importantes en Estados Unidos desde hace decenas de años. Esta vez no ha sido una más de una durísima estadística que alcanza cada año alrededor de mil muertes por intervención policial, dos tercios de ellas de personas afroamericanas. La gota ha colmado el vaso de un racismo institucional tan persistente como insoportable. La respuesta ha encontrado también la denuncia y solidaridad a nivel internacional. Por todo el mundo se oyen voces contra el racismo y las leyes y prácticas judiciales y policiales tan comunes en la mayoría de los países. En Estados Unidos, las manifestaciones masivas (incluso en la situación de pandemia) han contado con una presencia enorme de la juventud, no solo de la población negra sino también de jóvenes blancos y latinos, con exigencias de juicio y castigo para los responsables del asesinato, pero también de medidas para acabar con la financiación del aparato represivo, reestructurar o desmantelar el sistema policial y su estructura racista y dedicar ese dinero a servicios sociales.
Si las diferencias de clase ya son enormes en el primer país imperialista, las diferencias por el color de la piel no se quedan atrás. Antes de la pandemia, el nivel de pobreza afectaba al 8,1% de la población blanca, mientras que los de color alcanzaba al 20,8%. Las muertes por Covid-19 se han cebado especialmente en ellos. Mientras que son el 13% de la población, de momento son el 25% de los muertos. El 60% de la población negra tiene más probabilidades de no tener seguro médico (en EEUU no existe una seguridad social al estilo europeo) Normalmente, las cifras de paro duplicaban a las de la población blanca, en la actualidad el paro es del 16,7% de la población negra por el 14,2% de la blanca. Este diferencial se explica porque la población negra trabaja habitualmente en lo que se considera servicios esenciales y básicos, limpieza, transporte, etc., los peor pagados y los más expuestos al contagio. Además de la brutalidad policial y la represión, la desigualdad y las pésimas condiciones de vida hacen como si su existencia transcurriera en un submundo.
Racismo y capitalismo
Malcom X, otro de los dirigentes del movimiento negro en Estados Unidos en los años 60, declaró que “No se puede tener capitalismo sin racismo”. Es muy importante constatar esta relación para tener una visión global del problema. La esclavitud fue una de las fuentes vitales de la acumulación capitalista. La enorme rentabilidad del esclavismo facilitó la acumulación de grandes capitales que permitieron el empuje de la primera revolución industrial. Especialmente desde el puerto de Liverpool, pero también el de Nantes en Francia, salían los barcos para cargar sus “mercancías” en el continente africano. Desde 1801 a 1850 desembarcaron en el continente americano unos 3,5 millones de esclavos. Esos mismos barcos volvían a Europa cargados con los productos americanos, ultramarinos se diría en España, y se redondeaba un negocio con impresionantes beneficios. Catalunya también participó en ese proceso y, probablemente, en zonas de la costa todavía se encontrarán familias con el apodo de “els negrers”. Hasta 1865 no se abolió la esclavitud en Estados Unidos; en Cuba, colonia española, fue en 1886 y en Brasil en 1888. Sin la mano de obra esclavista no se hubiera producido esa acumulación de capital, como tampoco hubiera sido posible la explotación de las grandes extensiones dedicadas al algodón, azúcar o café.
Además de esa sobreexplotación, el capitalismo generó el ensamblaje ideológico para que la población negra fuera considerada inferior, con menos derechos o sin derechos y, al mismo tiempo, separar y dividir, o incluso enfrentar, a las clases trabajadoras por el color de la piel. La discriminación y segregación es en realidad la continuidad del esclavismo. No se trata de la biología, como los racistas quieren hacer creer, sino de las condiciones históricas, materiales y educativas en las que la población negra se ha visto obligada a vivir. Esa es la base del racismo y las numerosas leyes y prácticas que los estados han impuesto.
Por eso es tan importante comprender la estrecha relación entre capitalismo y racismo, que no es sólo de odio y persecución frente a otras razas, o frente al diferente, sino que también forma parte del entramado económico del funcionamiento del capitalismo. Es lo que facilita una mano de obra más barata y sobreexplotada, con menos derechos cuando se trata de población inmigrada (como los millones de inmigrantes latinos en Estados Unidos o las poblaciones de todos los continentes migrantes en Europa) y utilizada para dividir a los diferentes sectores de la clase trabajadora.
Cuando estalla la indignación y la protesta contra el racismo enseguida aparece ligada a los problemas que lo sostienen. En Estados Unidos, la oleada de movilizaciones por los derechos civiles en los años 60 estuvo entrecruzada con las protestas contra la guerra del Vietnam y la lucha contra la pobreza. Eric Arnesen, historiador de la Universidad George Washington experto en historia de los negros y de los derechos civiles y laborales en el siglo XX compara esas dos épocas: “Los sesenta fueron una de las épocas más turbulentas en la historia reciente de este país. Hay diferencias entre aquellas manifestaciones y éstas, pero desde luego que hay similitudes: existen una rabia y una frustración latentes en cuanto a la desigualdad en general y, en particular, en cuanto a la brutalidad policial”. Ahora, a las exigencias contra la brutalidad policial se suman la lucha contra la desigualdad, el ejercicio real de los derechos y las protestas contra el colonialismo. En la ciudad británica de Bristol los manifestantes arrancaron la estatua de un conocido esclavista de la ciudad y la lanzaron al río. En numerosas ciudades americanas se hacen pintadas contra los colonizadores y se exige la retirada de los monumentos.
Esta rebelión antiracista está poniendo en apuros a Trump. Sus llamamientos a una brutal represión han sido rechazados por los mandos militares, en muchas ciudades y estados se están prohibiendo determinados métodos policiales, la solidaridad interracial es muy visible en las manifestaciones y la exigencia de medidas contra la desigualdad social se extiende por todo el país, y en noviembre se celebrarán las elecciones presidenciales. Puede ser la ocasión para echar a Trump.
Racismo policial y judicial
La chispa ha estallado en Estados Unidos, pero llevamos acumulados muchos episodios de violencia policial racista. En el 2005, dos jóvenes adolescentes murieron electrocutados en los alrededores de París cuando eran perseguidos por la policía. Su muerte desencadenó enfrentamientos en la banlieue parisina que duraron varias semanas y se extendieron por toda Francia. En 2011, los enfrentamientos sucedieron en Londres y en muchas ciudades inglesas después que un policía matara de un tiro a un joven afrocaribeño.
En España, en 2014, una quincena de subsaharianos perdió la vida por disparos de Guardia Civil en la playa de Tarajal de Ceuta. No hubo responsabilidades. En 2018, Mame Mbaye murió a manos de la policía en el barrio de Lavapiés de Madrid. Estos días se ha sabido que un inmigrante marroquí murió en Almería al estilo de cómo fue asesinado George Floyd. Miles de personas se encuentran sin papeles, incapacitados legalmente siquiera para comprar una tarjeta de teléfono móvil. Su piel, su origen y su falta de medios marcan su sino bajo el capitalismo. No hay justicia ni derechos para ellos. Ahí está la base y la práctica del racismo institucional y el origen y fomento de la xenofobia en los barrios populares.
Según informa SOS Racisme Catalunya, el Servicio de Atención y Denuncia (SAiD) ha atendido 2.514 casos desde 1999, de ellos 571 de racismo policial. Solo se ha condenado a 4 policías y en ningún caso se ha aplicado el agravante de racismo ni se ha contemplado como un delito de odio. Existen factores estructurales de indefensión para las personas que sufren el racismo policial, vendedores ambulantes, jóvenes migrantes, trabajadoras sexuales, etc. y no pocas veces cuando se hace una denuncia los implicados se encuentran con una contradenuncia que puede tener consecuencias penales o de aplicación de la ley de Extranjería. En el sistema judicial se suele otorgar validez a la versión policial por encima de los hechos y existe una falta de reconocimiento institucional de la existencia de prácticas racistas en los cuerpos policiales. Se necesita un cambio radical en las medidas, empezando por la derogación de la Ley de Extranjería, la Ley Mordaza, el desmantelamiento de los CIE,s, y una revisión democrática de las prácticas policiales y judiciales.
Combatir el racismo apela a la inexorable lucha por la plena igualdad real, bien podríamos decir republicana, entre las personas. O, dicho de otra manera, a oponernos a la desigualdad social y política y, en particular, al sistema económico construido sobre la explotación de la mayoría y la desigualdad que la acompaña: el capitalismo.
Poco antes de ser asesinado en 1965, el dirigente negro Malcom X declaró: “Vivimos en una era de revolución y la revuelta del negro americano es parte de la rebelión contra la opresión y el colonialismo que ha caracterizado a esta época. […] Es incorrecto clasificar la revuelta de los negros simplemente como un conflicto racial del negro contra el blanco, como un problema puramente americano. Más bien, estamos hoy viendo una rebelión mundial de los oprimidos contra los opresores, los explotados contra los explotadores”. No se realizaron sus deseos, pero esta nueva rebelión antirracista, la solidaridad que se ha extendido por todo el mundo, las graves consecuencias económicas y sociales que se derivarán de la pandemia, abren la posibilidad de una nueva revuelta de los pueblos.
Miguel Salas es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso