1- ¿Cómo afecta el fin de la Guerra Civil, con el triunfo del bando fascista, a la organización partidaria y a la estrategia política del PCE? ¿Qué rol juega el exilio?
Como informó Togliatti a la Internacional Comunista, el fin de la guerra en España pilló al PCE y a su dirección sin un plan para pasar a la clandestinidad ni para evacuar a sus cuadros. Pero tampoco había desarrollado antes en las zonas conquistadas por el ejercito franquista una red propia. La evacuación y el exilio dispersó a la dirección por medio mundo, la represión hizo estragos en un partido de masas acostumbrado a la legalidad y se sucedieron los bandazos políticos, siguiendo la orientación del Kremlin. El golpe de Casado en Madrid y el Pacto Ribbentrop-Molotov de agosto de 1939 supusieron el fin de las políticas unitarias del Frente Popular y la sectarización, primero de la dirección en Moscú y posteriormente, a pesar de las resistencias, de las estructuras de base tras la salida de los campos de concentración de Francia o bajo la letal represión franquista, que consiguió infiltrar la organización del interior.
En el exterior, la dirección se estructuró en tres núcleos, Moscú, México y Francia, además de una dirección regional en Orán. La falta de una orientación política coherente y de un balance de las causas de la derrota en la guerra de España abrió una lucha por el poder cainita tras la muerte del secretario general José Díaz. En el interior se sucedieron los intentos heroicos, pero infructuosos, de reconstrucción de una dirección y una nueva organización, apoyada con el envío de cientos de “instructores” y cuadros desde el exilio, mientras se mantenía en paralelo la propaganda armada y la guerrilla. Las mujeres tuvieron un papel muy destacado, como Asunción Rodriguez “Chon” o Juana Doña. A la dirección de Domingo Girón y Eugenio Mesón, sucedió la de Heriberto Quiñones tras el ataque nazi a la URSS y, después de su caída y fusilamiento, la de Jesús Monzón, Carmen de Pedro y Gabriel Trilla, que aplicó el nuevo programa de Unión Nacional de 1941 y preparó la operación guerrillera en el Valle de Aran en 1944, para extender la guerra contra el nazi-fascismo en Europa a la España franquista y convocar una asamblea constituyente sin referencias a la legalidad republicana.
El choque entre la linea antifascista heredada de la Guerra de España y los giros de 180 grados de la política exterior de la URSS, arrastrando a la Internacional Comunista, provocaron toda una serie de enfrentamientos con la dirección de Jesus Hernández en México y las sucesivas del interior, con su denuncia como “revisionistas”, “adaptados al imperialismo”, “nacionalistas” y finalmente “titistas” y las consiguientes purgas y asesinatos, como el de Trilla. En paralelo, se fue imponiendo la linea estalinista del momento, dictada desde Moscú y aplicada ya desde Francia a finales de 1945 por Santiago Carrillo y los cuadros originarios de las Juventudes Socialistas Unificadas, sobre la base de aceptar los repartos de zonas de influencia acordadas en las Conferencias de Yalta y Postdam por Stalin, Churchill y Truman.
Hasta mediados de los años 50, tras la muerte de Stalin en 1953, el PCE fue reducido a una organización sectaria y testimonial por sus errores políticos y la represión en España y en Francia. Solo con su V Congreso de Praga en 1954 se produjo una nueva reorientación, la política de “reconciliación nacional”, una alianza anti-franquista de la que solo quedarían excluidos los falangistas y los responsables directos del régimen, y la consolidación definitiva de la dirección de Santiago Carrillo.
2- Un aspecto importante a la hora de estudiar el Partido Comunista español es la existencia de partidos «hermanos» que corresponden con los territorios con tradiciones de lucha por la autonomía política: el Partido Socialista Unificado de Cataluña y el Partido Comunista de Euskadi. ¿Cómo se desarrolla la cuestión de las nacionalidades en la historia del PCE?
Curiosamente no hubo ninguna mención a la cuestión nacional en el programa fundacional del PCE. Solo después de 1925, hubo un acercamiento a Estat Catalá de Francesc Macia para construir una alianza republicana contra la dictadura de Primo de Rivera. José Bullejos, el SG del PCE, que era andaluz, viajó con Macia a Moscú para obtener el apoyo de la Internacional Comunista a un proyecto que preveía el ejercicio del derecho de autodeterminación para Cataluña y el Pais Vasco.
El desarrollo de una orientación política en este tema, esencial en los años 30 por el desarrollo de corrientes populares nacionalistas en Cataluña, correspondió en realidad a Joaquín Maurin, que encabezó la primera disidencia importante del PCE, la Federación Comunista Catalano-Balear y su organización de masas, el Bloc Obrer i Camperol (BOC). Tras su fusión en 1935 con la Izquierda Comunista de Andreu Nin, que también escribió en detalle sobre la cuestión nacional, daría lugar al POUM, con una importante implantación en Cataluña. En su estrategia de revolución democrática y socialista, defendían el desbordamiento de los estatutos de autonomía y la proclamación soberana de una República catalana que alentaría un movimiento federalista de convergencia de procesos constituyentes republicanos en la península ibérica.
En 1932, el PCE abordó la cuestión nacional en su IV Congreso en Sevilla, pero con una visión izquierdista, enfrentando la autonomía al derecho de autodeterminación. Pero apoyó la creación de un Partit Comunista de Catalunya para competir con el BOC. El PCC apoyó el fallido movimiento popular de 1934 y la proclamación del “estado catalán en la República Federal española” por Lluís Companys, exigiendo armar a las milicias obreras.
De nuevo, un año más tarde, con la adopción de la estrategia de Frente Popular, el PCE abandonaría la defensa del derecho de autodeterminación por la de los estatutos de autonomía en el marco de una República española unitaria y plurinacional. El PCC se fusionaría en 1936, con esta orientación, con otras dos organizaciones, el Partit Catalá Proletarí y la Unió Socialista de Catalunya para formar el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), sección catalana de la IC, e independiente del PCE, con Joan Comorera como su secretario general, que sería expulsado en 1949 por “titismo”.
Con la misma orientación del IV Congreso, en 1935 también se constituyó el Euskadiko Partidu Komunista (EPK), cuyo primer secretario general fue Juan Astigarrabía, presidente del sindicato de trabajadores portuarios de Pasajes, pero su crecimiento e implantación fue menor que la del PSUC y nunca contó con su autonomía política.
Durante los años 40 hubo esfuerzos autónomos del PSUC por reconstruirse en el interior, como los de Alejandro Matos y Josep Fornells, que murieron bajo la tortura en 1941 y 1942. Es interesante señalar que cuando Pere Canals se sumó en 1944 a la dirección en el interior de Monzón fue criticado por Comorera por no mantener la independencia orgánica del PSUC con respecto al PCE. En el V Congreso de 1954 tanto el EPK como el PSUC fueron incorporados a todos los efectos prácticos en el PCE. Y esta situación perduró hasta el IX Congreso, ya en la legalidad, cuando la abismal diferencia en los resultados electorales de 1977 entre el PCE (9%) y el PSUC (18%) y el abandono del leninismo hicieron recuperar al PSUC su autonomía política.
3- Queremos conocer tu análisis sobre la cultura partidaria del PCE. ¿En qué medida la clandestinidad favorece que se consolide un modelo de liderazgo verticalista? ¿Existe una paradoja en el hecho de que Santiago Carrillo se apoye en la figura de Kruschev como «desestalinizador» para fortalecer su propia estrategia de dirección de partido?
Como he señalado antes, el PCE pasó de ser un partido de masas legal con una orientación frente populista a ser un partido quebrado por la represión, sectarizado y al vaivén de los giros de la política exterior de la URSS estalinista entre 1939 y 1954. La organización vertical era una imposición de la situación de extrema represión, sin que pudiera evitar sin embargo las infiltraciones policiales. Pero también venia exigida por los vaivenes políticos del estalinismo descritos y el criterio de lealtad incuestionable a los mismo, a contrapelo de la experiencia de los cuadros y militantes en la propia URSS, México, Francia y el Interior.
Desde comienzos de los años 40, Santiago Carrillo y el grupo de jóvenes dirigentes originarios de las JSU se fue imponiendo generacionalmente, pero también política y organizativamente, como los ejecutores de los distintos giros estratégicos dictados desde Moscú. Un año después de la muerte de Stalin, tras el V Congreso de Praga de 1954, el pulso entre la dirección “joven” de Paris (Carrillo, Claudín, y Semprún) y la dirección veterana de Praga (Ibarruri, Uribe, Mije, Lister) se fue decantando por la primera. Dolores Ibarruri, “Pasionaria”, como icono de su legitimidad, mantuvo la secretaria general, arrinconando con su ayuda a Vicente Uribe. Este proceso de cambio en la dirección se completaría en el VI Congreso en Praga en 1959, cuando Santiago Carrillo sea nombrado secretario general tras la dimisión de Pasionaria y esta elevada a los altares de la Presidencia simbólica del PCE.
La política de “reconciliación nacional”, que con diferentes lecturas tácticas coyunturales se mantendría hasta el fin del Franquismo en 1977, fue la adaptación de una orientación iniciada ya en 1941 de continuos giros a la derecha en el marco de la Guerra Fría, pero de respeto a la “coexistencia pacífica”. Con Krushev y el XX Congreso del PCUS esta orientación se acentuó con un recambio generacional en el PCE que eliminó de la dirección a los dirigentes más visibles de la época anterior, al tiempo que aseguraba la continuidad del aparato leal a Moscú, como se demostraría ante los acontecimientos de Hungría y Polonia de 1956.
Pero la lógica interna de la política de “reconciliación nacional” -postergado el horizonte estratégico socialista del programa del PCE a la abstracción de una etapa futura sin precisar-, implicaría una adaptación creciente a los limites democráticos, incluso en su versión más débil, que pudieran defender las fuerzas monárquicas, desarrollistas y conservadoras del régimen franquista con las que se quería establecer una alianza, especialmente tras los Acuerdos de Defensa Eisenhower-Franco y el ingreso del régimen franquista en Naciones Unidas en 1955. La relación con el gobierno republicano en el exilio había quedado rota tras la breve participación de Santiago Carrillo en el gobierno Giral en 1945. Como explicó el propio Carrillo en la reunión del Buró Politico de Bucarest de 1956 que descabalgó a Uribe: “el régimen de Franco puede ser reemplazado por medios pacíficos, sin una insurrección, ni guerra civil ni intervención extranjera….una serie de cambios…gradualmente, bajo la presión de las masas, incluso antes de desaparecer Franco”.
4- Entre 1963 y 1964 se produce una ruptura dentro de la línea del Comité Ejecutivo del PCE. Jorge Semprún Maura y Fernando Claudín se separan del análisis «oficial» del partido en algunos aspectos fundamentales (la relación del PCE con el Partido Comunista Chino, la hipótesis de salida de la dictadura franquista). ¿Tiene algún impacto en la posición del PCE con respecto a la dictadura? ¿Cómo repercutió en la militancia (tanto en el interior o en el exilio) esta ruptura?
Para comprender los debates de 1963 y 1964 es preciso remontarse antes al periodo que va del V al VI Congreso, y en concreto al fracaso de la estrategia de la nueva dirección encabezada por Carrillo, Claudín y Semprún, el llamado “jornadismo”.
En estos años hay una recuperación incipiente del movimiento obrero, como la Huelga General de Barcelona de 1951, las elecciones del sindicato vertical de 1957 con avances visibles de la táctica de infiltración de los espacios legales, el día de boicot de la subida del transporte en Madrid en febrero de 1957 y las protestas por la jornada de 8 horas y la subida de salarios. La organización interna del PCE y del PSUC tiene continuidad a pesar de la represión y acumula cuadros dirigentes ademas de los miembros enviados desde el exilio. Y, sobre todo, se va a producir el movimiento estudiantil de 1956, con la derrota de los candidatos falangistas en las elecciones del sindicato universitario en la Facultad de Derecho de Madrid, a partir de un núcleo comunista organizado por Semprún. Todo ello provocará una reorganización del gobierno, con la entrada del sector desarrollista del Opus Dei, que es interpretada por la nueva dirección como una crisis del régimen franquista. Hay movimientos de la frágil oposición monárquica, liberal y socialista, el “Pacto de Paris” de 1957, la “Unión Española” (el almuerzo del Hotel Menfis) en 1959, y finalmente el llamado “Conturbernio de Munich” en junio de 1962, con la exclusión por principio del PCE.
La estrategia de cambio gradual mediante la movilización pacífica bajo el franquismo se concreta primero en la Jornada Nacional por la Reconciliación Nacional y contra la carestía de la vida, el 5 de mayo de 1958, que se considera un éxito a pesar de su limitado alcance, y la Huelga Nacional Pacífica de 18 de junio de 1959, que resultará un rotundo fracaso y desatará una nueva oleada represiva implacable.
El objetivo de esta estrategia era mantener la hegemonía del PCE en el proceso de cambio. Pero se teoriza una fase nueva, un posible gobierno liberal de transición dentro del franquismo y se llama a votar a los supuestos representantes liberales en las elecciones municipales del régimen.El aislamiento del PCE de otras fuerzas de oposición, a las que llama a aliarse frente al franquismo, es casi total, sobre todo con el PSOE del exterior y las nuevas organizaciones socialistas del interior (ASU, MSC..), el FLP de Julio Cerón, la Izquierda Democrata-cristiana de Barros de Lis o el PSAD de Ridruejo.
El fracaso de la HNP cuestiona inevitablemente el análisis de la situación del régimen franquista, los efectos sociales del Plan de Estabilización de 1959 y su acomodo internacional en la Guerra Fría. El primero en hacerlo será Javier Pradera, dirigente de la organización de los intelectuales madrileños en una carta de 1960, en la que plantea la posibilidad de una salida monárquica a la dictadura ligada a la integración en el Mercado común Europeo. Le contestará Semprún para cortar sus veleidades teóricas y llamarle a la ortodoxia, rechazando cualquier posible evolución desarrollista en el sentido de las democracias liberales europeas, bloqueada por elementos semi-feudales y monopolistas que seguían caracterizando a un régimen franquista oligárquico y que exigían una revolución democrática.
De hecho, en estos primeros años 60, en pleno fragor de la Guerra Fría, las guerras anti-coloniales y la crisis de los misiles de Cuba, se va a producir un giro anti-imperialista, en el que no se descartan incluso operaciones armadas contra las bases militares de EEUU en España. El aislamiento político y por la represión en el interior del PCE solo cambiará en parte con la huelga de la minería asturiana en 1962, que permitirá dotar de una base “obrerista” al giro izquierdista de estos años. De nuevo comienza a haber una organización obrera del PCE, que pasa de agruparse como Oposición Sindical en los sindicatos verticales a experimentar con comités de huelga, que se mantienen como estructuras unitarias en periodos de movilización, dando lugar a lo que serían las Comisiones Obreras.
Semprún dejará de viajar al interior en 1962 y en 1963 se produce la caída, juicio y condena a muerte de Julian Grimau, sin que la campaña internacional pueda evitar su ejecución, seguida meses después por la de los anarquistas Granados y Delgado. Son años de división en el movimiento comunista internacional, con los partidos chino y albanés defendiendo una vuelta a la ortodoxia estalinista, el “pluricentrismo” de Togliatti y el PC italiano, y la “coexistencia pacífica” krushoviana como competencia y superación económica y social de la URSS de los EEUU, de la que Carrillo será un completo admirador.
Ese es el caldo de cultivo de los diferentes debates de 1963-64, con la pequeña escisión del PCE ML, que reivindicará una versión republicana de la estrategia antifascista de los años 30 y 40 y el maoísmo, y el debate que acabará con la expulsión de Claudín, Semprún y Francesc Vincens en 1965 sobre las fases y las tareas de la lucha contra el franquismo, a partir del balance de la fracasada estrategia de “reconciliación nacional”.
Una vez más, detrás del debate hay un cuestionamiento de la dirección de Carrillo, en el periodo de agotamiento de la dirección de Krushov y la llegada de Breznev, y va a venir de los sectores intelectuales donde el PCE ha crecido en el periodo anterior. Su inicio es una especie de universidad de verano en 1963, el Seminario de Arrás, en el que el malestar de estos sectores es evidente, aunque aún no se expresa políticamente de manera abierta.
De forma resumida el debate de 1963-1965 tiene dos fases, contradictorias, que responden a la evolución de la posición de Claudín, que era el dirigente con una mayor formación teórica en la dirección. En la primera, con Semprún, Claudín plantea, en el marco del viejo debate sobre las fases tácticas, que el capital monopolista es el verdadero motor de cambio económico y social del régimen franquista y que adapta sus formas de dominación a las distintas correlaciones de fuerzas y factores internacionales, sin necesidad de una ruptura democrática con las instituciones de la dictadura. Es probable, por lo tanto una salida oligárquica no plenamente democrática al franquismo. Ello exige una adaptación de la estrategia del PCE a una serie de fases de acumulación de fuerzas, sin una lucha por la hegemonía del PCE a corto plazo. Semprun, por su parte va a alinearse con las posiciones y el análisis de Togliatti en Italia a favor de una “via democratica” al socialismo.
En una segunda fase, y como consecuencia de las críticas recibidas en el Buró Político de sobreestimar la capacidad del capital monopolista español y sus aliados imperialistas, Claudín dará un giro a la izquierda, en el que no le acompaña Semprún, en el que traslada la confrontación entre imperialismo y socialismo a nivel internacional a la situación interna y considera que el desarrollo del capital monopolista hace imposible que las distintas fracciones de la burguesía puedan llevar a cabo una revolución democrática como fase intermedia y solo es posible una salida socialista dirigida por la clase obrera.
Este debate no se conocerá hasta su expulsión en enero de 1965, cuando Claudín publica por su cuenta 1.000 ejemplares de “Las divergencias en el Partido”, su versión en 135 páginas. La respuesta será un numero especial de la revista “Nuestra Bandera”, redactado por Carrillo y Tomás Garcia, con comentarios críticos párrafo a párrafo de los textos de Claudín.
En términos organizativos, se alinearon con los expulsados unos 200 de los 5.000 militantes del interior, fundamentalmente de las organizaciones universitaria y de intelectuales de Madrid, entre ellos Javier Pradera y Eduardo Haro Tecglen, y de Barcelona, incluyendo cuadros como Jordi Solé Tura y Jordi Borja, que constituirían la Organización Comunista “Bandera Roja”, que una década después se reincorporaría al PCE y al PSUC.
5- La relación del PCE con la URSS tuvo sus vaivenes. Después de la invasión de la URSS a Checoslovaquia comienza un progresivo distanciamiento de la línea del PCUS por parte del partido de Carrillo. ¿Puede leerse la tirante relación con el PCUS como contrapartida de la relación con el PCI de Togliatti y luego Berlinguer? ¿Hay un acto reflejo del PCE de acercarse a la «vía italiana» conforme se separaba de la «vía soviética”?
Si algo caracterizó a la dirección del PCE hasta 1968 fue su ortodoxia pro-PCUS, entre otros, pero muy especialmente de Santiago Carrillo. Y el distanciamiento no fue progresivo, sino de golpe, tras la invasión de Checoslovaquía.
Lo que si se produjo antes -como consecuencia de una asunción paulatina de los postulados iniciales de Semprún y Claudín y por otra del análisis sobre el nuevo papel de la Iglesia Católica de la llamada “Carta de Burgos”, enviada por la anti-claudinista dirección del PCE en el Penal de Burgos en 1965, que llamaba por otra parte a un nueva ola de voluntarismo revolucionario para acabar con un franquismo supuestamente agónico- fue una renovación paulatina de la estrategia de “reconcialición nacional”, alrededor del VII Congreso (agosto de 1965) y que resumiría Carrillo en su artículo “Nuevos Enfoques”. A la idea de una fase antifeudal y antimonopolista de la revolución democrática se añade ahora la “alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura” como sujeto político más avanzado del cambio que, tras presionar para una caída del franquismo, busque la hegemonía en la lucha por una “democracia avanzada”.
En febrero de 1965 ha tenido lugar la segunda oleada del movimiento estudiantil madrileño, con la derrota definitiva del sindicato estudiantil falangista, que va acompañada de la expulsión de cuatro conocidos catedráticos progresistas. En Barcelona tendrá lugar meses después el encierro de estudiantes y personalidades democráticas, la llamada “Capuchinada”. Y en el movimiento obrero ha tenido lugar la importante huelga del metal de Madrid, con Camacho y Ariza a la cabeza, y la creación de Comisiones Obreras en marzo de 1966. Son estos tres procesos los que intenta Carrillo integrar en su estrategia y explicar en “Nuevos Enfoques”, cuando ya hay una nueva oleada represiva que bloquea una vez más su desarrollo, aunque con menos éxito. Pero el régimen franquista se renueva también, dotándose de un horizonte de continuidad con el referéndum de la Ley Orgánica de diciembre de 1966.
Es un periodo de contradicciones flagrantes. Así, con ocasión de una visita a Moscú, la dirección del PCE criticará por escrito un artículo en Izvestia de un asesor de Gromyko que vislumbra una posible salida monárquica a la crisis del franquismo. Y lo hace en nombre de la “ortodoxia”, exigiendo que no haya ninguna apertura diplomática soviética hacia Franco. Esa misma dirección viaja a Cuba tras la crisis de la “micro-facción” estalinista de Escalante para intentar convencer a Fidel Castro de la necesidad de acomodarse a la “ortodoxia” brezneviana. Al mismo tiempo, con ocasión del XI Congreso del PCI, Carrillo y Azcárate se entrevistan en Roma con el teólogo Diaz Alegría y con el embajador franquista Antonio Garrigues.
Todo ello cambiará en 1968 con el Mayo francés, del que Carrillo, a diferencia del PCF, es un entusiasta defensor. Ve en él confirmadas sus tesis sobre el estudiantado y la “Revolución Científico-Técnica”. Y, en segundo lugar, con las reformas del PC Checoslovaco y su discurso de un “socialismo de rostro humano”, que Carrillo también va a apoyar como una justificación de la “vía democrática” al socialismo que parece acompañar su renovada estrategia por etapas de “reconciliación nacional”.
Carrillo impone a la dirección del PCE su visión de los acontecimientos y la condena de la invasión de Checoslovaquia por el ejército soviético estando de vacaciones en Crimea. Viaja a Moscú y convence a Pasionaria. Y, un año más tarde, tras una nueva oleada represiva franquista, que ha cortado de raíz cualquier Mayo del 68 español con el asesinato del dirigente estudiantil Enrique Ruano y la imposición del “estado de excepción” de enero de 1969, vuelca su nueva orientación política interior e internacional en el escenario menos previsible y menos propicio: la Conferencia de Partidos Comunistas de junio de 1969 en Moscú.
Este proceso extraordinario, entre otras cosas por su audacia, fue el particular Mayo del 68 de Santiago Carrillo. No conozco ninguna evolución parecida en otros PCs de la época, por mucho que la “vía italiana” fuera mucho más profunda y rica políticamente. Pero venía de mucho más lejos.
El “castigo” del PCUS no se haría esperar. Organizó dos fracciones pro-soviéticas paralelas y sucesivas, sin gran efecto en el interior, pero si en el exilio, y estableció relaciones diplomáticas con el régimen franquista, al tiempo que financiaba gracias al comercio hispano-soviético al partido pro-soviético unificado, el PCOE, posteriormente PCPE.
En el pleno ampliado del CC de agosto de 1970, Carrillo acompañó su giro político de otro organizativo en la dirección del PCE. Purgó a los escasos restos de las fracciones pro-soviéticas, entre ellos a Lister y a otros cuatro miembros del CC, y cooptó a 29 nuevos miembros, los principales cuadros surgidos de la lucha estudiantil y obrera anti-franquista de los años 60. El nuevo PCE era ya “carrillista”, como se denominaba popularmente a sus militantes, y fue el que intentó hegemonizar la movilización popular en la fase final del franquismo.
6- Algunos autores resaltan que desde mediados de los 60′ el Partido Comunista español hegemonizó la estrategia del antifranquismo en el interior de España. Se subraya la creciente representación comunista en lugares que históricamente habían sido esquivos, como los movimientos vecinales y los colegios profesionales, además de un desarrollo más robusto en lugares más tradicionales como la universidad y los sindicatos. ¿Cuál es tu lectura de este proceso?
Creo que en parte he descrito el proceso en la segunda mitad de los años 60. El PCE intentó hegemonizar procesos muy distintos de movilización estudiantil y obrera, con mayor o menor éxito, aprovechando cualquier resquicio de legalidad, o “espacios de libertad” como se decía. Pero no pudo romper su aislamiento de otras fuerzas antifranquistas ni concretar su política de alianzas para construir una alternativa política al régimen franquista. Eso solo sucedería parcialmente con la Asamblea de Catalunya en noviembre de 1971, la constitución de la Junta Democrática en 1974, y finalmente con la Coordinación Democrática, que unifico en un solo organismo a la Junta Democrática, hegemonizada por el PCE y la Plataforma Democrática, en la que la principal fuerza era el PSOE. Es más, al final, en 1976-1977, Carrillo centró su estrategia en una negociación directa con Adolfo Suárez. Se había pasado de la “ruptura”, a la “ruptura pactada” y de ahí a la “reforma pactada”. Como reconoció Carrillo en la primera reunión pública del ejecutivo del PCE en noviembre de 1976, la iniciativa política había pasado de la oposición a los reformistas franquistas.
Paralelo a este proceso, hay una serie de intentos de movilización popular que pretendían no solo hacer presión sobre esos sectores reformistas del franquismo sino rentabilizar para el PCE la larga lucha clandestina frente a las otras fuerzas de la oposición. El paradigma inicial fue la huelga de la naval de Ferrol en 1972, que iría acompañada de la campaña contra el Sumario 1001 contra los dirigentes detenidos de CCOO, la huelga general convocada por la Junta democrática el 3,4 y 5 de junio de 1975 y el paro de 24 horas del 12 de noviembre de 1976, que sería la última. Ninguna de estas huelgas tuvo un gran éxito, entre otras cosas porque se fue trasladando el eje de las luchas del paro en las fábricas a las manifestaciones ciudadanas, para diluir el carácter de clase de las movilizaciones.
Su visión de que la presión de la movilización aumentaría la distancia entre “evolucionistas” y “retrógrados” dentro del régimen -como ocurría con sectores de la Iglesia-, le hacia impulsar unas movilizaciones que al mismo tiempo tenía que frenar para no poner en peligro su política de alianzas con fuerzas mucho más moderadas en sus objetivos, y que lo último que querían era que estudiantes y obreros desbordaran una estrategia de transición controlada del régimen que no debía poner en cuestión su dominación de clase. El debate escolástico sobre las distintas etapas de la estrategia, una y otra vez redefinidas para dar cuenta de la dificultad de desarrollar la hegemonía política del PCE, es el relato invertido de una adaptación creciente a las fuerzas políticas de la burguesía que sí hegemonizaron el proceso político de cambio, hasta que la consigna de “ruptura democrática” dio paso a la de “ruptura pactada” y de ahí a la “transición democrática”. Todo ello edulcorado con una estrategia futura de “vía democrática al socialismo”, que se quedaba corta a la hora de reconocer la naturaleza de los regímenes estalinistas y las causas de sus crisis y se adaptaba a la naturaleza capitalista del estado en Europa occidental. Eso fue el “eurocomunismo” en su versión carrillista, en un contexto en el que hay que recordar el golpe de estado en Chile, la Revolución de los Claveles en Portugal y la propuesta del PCI de Berlinguer del “compromiso histórico” con la democracia-cristiana.
La fase final de este proceso tiene dos momentos antitéticos: por un lado, los atentados contra los Abogados Laboralistas de Atocha, en enero de 1977, que demuestra la capacidad de movilización y disciplina de los militantes del PCE y, tras la legalización, la reunión del Comité Central que adopta la Monarquía y su bandera como propias, sin un voto en contra y muy pocas abstenciones.
Lo que no resta un ápice a la entrega, el compromiso y el heroísmo político de los militantes del PCE en la resistencia contra el Franquismo. Pero todo lo anterior también explica sus contradicciones y debilidades. Finalmente esa continua adaptación a las exigencias de sus posibles aliados fue una de las causas, pero importante, de su fracaso político.
7- Los resultados de las primeras dos elecciones generales posteriores a la dictadura recorren un espacio temporal en el que el PCE pasó de ser el principal partido español a ser un espacio residual de la política a nivel nacional. ¿Qué factores crees que contribuyeron a esa caida? ¿Cómo sale parado el PCE luego de las elecciones que eligen a Felipe González como presidente de gobierno?
El PCE tenía aproximadamente unos 10.000 militantes cuando fue legalizado. La mitad de ellos se habían afiliado en los dos últimos años. Era un partido de vanguardia, con una importante herencia de lucha antifranquista. Pero, como hemos visto, había perdido paulatinamente la hegemonía cuando se amplió la participación popular en la lucha antifranquista en los años 70 y sobre todo la iniciativa política frente a los reformistas franquistas de Suárez. En las elecciones de 15 de junio de 1977 obtuvo el 9,3% de los votos, frente al PSOE reconstituido en el Congreso de Suresnes de 1974, que obtuvo el 29,3%, y la UDC de Suárez, que consiguió el 34,4%. La única satisfacción que le cupo fue superar a la Alianza Popular del franquista Fraga, que se quedó en el 8,2% de los votos.
Desde finales de 1976, Carrillo y el PCE, no sin múltiples fricciones, había centrado su táctica en las negociaciones directas con Suárez para una “transición pactada”, aceptada ya la Monarquía. Una especie de “compromiso histórico” que era el colofón de la larga orientación de “reconciliación nacional”. La muerte de Franco en 1975 y el callejón sin salida del gobierno de Arías Navarro, con el fracaso del endurecimiento de la represión y las ejecuciones de militantes antifranquistas, habían resuelto en parte el problema de los “retrógados” y abierto la vía para un acercamiento a los “evolucionistas”, ahora travestidos en “centristas” de Suárez.
Y esa visión de co-responsabilidad de la “transición pactada”, con Suárez en el Gobierno y Carrillo fuera de él, pero determinante en su influencia, acabará llevando a los “Pactos de la Moncloa” de 1977 como terreno compartido para la elaboración de la Constitución de 1978. Uno de sus objetivos era limitar el crecimiento del PSOE y recuperar la hegemonía del PCE en la izquierda. No es necesario subrayar que fracasó en todos los sentidos.
En las elecciones de marzo de 1979, tras la aprobación de la Constitución, UCD repitió su 34,8%, el PSOE subió casi un punto hasta el 30,4% y el PCE ganó otro tanto, hasta el 10,7%. Fue el comienzo del fin. Tres años mas tarde, en las elecciones de octubre de 1982, el PSOE se impondría con el 48% de los votos y Alianza Popular se convertía en cabeza de la oposición con el 26,3%. UCD había sido despedazada por los conflictos internos y reducida al 6,7% y el PCE se derrumbaba al 4%. Esta estructura de voto, prácticamente bipartidista, se mantendría hasta 2015, alternándose en el gobierno el PSOE y el PP, heredero de la Alianza Popular, con el apoyo externo de las derechas autonomistas catalana (CiU) y vasca (PNV) cuando fue imprescindible.
Acabada la excepcionalidad de la “transición pactada”, la “normalización” de la estructura política y del sistema de partidos en la segunda restauración borbónica dejó sin espacio al PCE y a su orientación carrillista. Los intentos de reorientación estratégica, con la construcción de Izquierda Unida, oscilaron entre el enfrentamiento con el PSOE del periodo de Anguita al de presión por la izquierda de Llamazares. Ninguna de las dos tuvieron éxito ni ampliaron su base social ni electoral. Solo quedaba por delante una crisis agónica, de la que no se ha recuperado y que puede llevarle a una segunda crisis existencial.
El mismo dilema se ha planteado primero con Podemos y más tarde participando como parte de Unidas Podemos (coalición de la que el PCE actual forma parte a través de Izquierda Unida) en el “gobierno de coalición progresista”, en el que es socio minoritario del PSOE. A pesar de las críticas internas parciales a la orientación de Carrillo en la transición, que fueron unos de los elementos de conformación de la dirección actual del PCE, la necesidad de justificar su participación en el gobierno ha hecho recuperar muchos de los elementos del “eurocomunismo”. Pero en una organización de cuadros que no se puede comparar ni en número de militantes ni en implantación, para no hablar de influencia política, con el PCE de los años 70 y comienzos de los 80.
Gustavo Buster es co-editor de Sin Permiso.