El día 30 de noviembre se conmemora el 100 aniversario del asesinato del abogado y dirigente republicano catalán Francesc Layret siendo diputado por la circunscripción electoral de Sabadell.
Layret creía, como Gabriel Alomar, que el error del catalanismo era haber evolucionado a inicios del siglo XX hacia el centro. Plantean la necesidad de crear un partido catalanista partidario de la «libre determinación de los pueblos» -el problema viene de lejos- con un programa obrero y revolucionario y un Parlament de Catalunya con todas las competencias políticas, sociales y económicas que dieran salida a los anhelos de las clases trabajadoras. Como los republicanos federales de Pi i Margall propugnaban un programa nacional catalán potente -un Estado catalán- con un programa social avanzado.
No se pueden explicar estos años sin entender la relación entre Layret, Companys y Salvador Seguí, «el Noi del Sucre» el gran líder de la poderosa CNT.
Lluís Companys nació en el Tarròs, en el Pla d’Urgell. Salvador Seguí, «el Noi del Sucre», nació en Tornabous, a menos de dos kilómetros. Layret, con dieciséis años, se hace muy amigo de Companys, puesto que estudian juntos en el Liceo Políglota de carácter laico. Ramon Noguer afirma: «Layret sentía por Companys un afecto verdaderamente fraternal». Companys le presenta a Seguí. Lluís Companys nos dice que los tres amigos: «Todo el día lo pasábamos juntos. Dos veces en la semana, al menos”. Layret es asesinado en 1920, Seguí en 1923 y Companys en 1940.
Del ideario de Layret me centraré en un aspecto poco conocido. En julio de 1919 Layret pronuncia unas frases en el Congreso de los Diputados que atemoriza a la clase política de entonces: «La revolución rusa […] representa un traspaso de poder así como la revolución francesa representó el traspaso del poder de la nobleza, del clero y del Ejército a la clase media, a la burguesía, que desde entonces ejerció el Poder político y económico, hoy, merced a la revolución rusa, nos hallamos en otro traspaso del poder, en el traspaso del Poder político y económico de la clase burguesa a la clase proletaria, de manos de la clase media a manos de los obreros, y, nos guste o no nos guste, a eso vamos fatal e indeclinablemente».
Layret propone la adhesión del Partit Republicà Català a la III Internacional. Y pide en el Congreso de los Diputados el reconocimiento de España del nuevo estado soviético en marzo de 1920:
«la revolución rusa es un acontecimiento tan memorable y de tanta transcendencia en nuestros días, como lo fue en los suyos la revolución francesa, y que la nueva Humanidad se forjará dentro de los principios que la revolución rusa ha proclamado, no habría cuestión para resolver este problema. (…) Es principio del Derecho internacional clásico que para el reconocimiento de los Gobiernos se prescinde de las ideas que ellos representen, y signifiquen; que se acepta únicamente la cuestión de hecho (…) es una realidad evidente, innegable que (…) el Gobierno de los soviets domina actualmente -dentro del territorio de Rusia; es una autoridad de hecho, es una autoridad que existe, que tiene una realidad. Y si es principio del Derecho internacional la aceptación de los Gobiernos de hecho, ¿qué razones ni qué motivos puede haber para no reconocer oficialmente el Gobierno de la República rusa? (…) porque la política internacional va dejando de ser obra de diplomáticos, para convertirse en obra de los pueblos. ¿qué razones ni qué motivos puede haber para no reconocer oficialmente el Gobierno de la República rusa?»
Layret afirma en aquellos mismos días: «se entrevé una profunda revolución en todos los países. Las revoluciones políticas son sustituidas por las sociales […] y el punto fundamental es un traspaso de poder». En abril de 1920 Layret da una conferencia en el Círculo Republicano Federal de Sabadell organizada por la Juventud Republicana Federal y recogida en el diario madrileño El Sol donde dice: «hay en el mundo una sola fuerza revolucionaria, esta fuerza es la Tercera Internacional de Moscú y todos los que comulgan en ella son los proletarios revolucionarios». Y hace un llamamiento a la creación de un partido comunista adherido a la Tercera Internacional.
De hecho, se dedica a montar una candidatura para las elecciones de 1920 con el concurso de la UGT y del PSOE, del republicanismo catalán y la participación de algunos militantes de la CNT. El mismo día del asesinato se reúne en Barcelona con Ramón Lamoneda y Antonio García Quejido (dirigentes socialistas). Este mismo día escribe una carta a un político madrileño que deja inconclusa. Sabemos que decía: “Prosigue y se recrudece la persecución iniciada (…) tengo la seguridad de que un éxito de las candidaturas francamente socialistas y comunistas en Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, etc., sería el término inmediato de la represión, (…) Hoy he hablado con Seguí de todo esto y creo que por su parte no hallaríamos obstáculos. Cree usted que los socialistas estarían dispuestos a incluir en su candidatura a Pestaña, a cambio de que por Barcelona presentáramos…”
Fue asesinado por un deep state creado por los aparatos del Estado, el ejército español, el gobierno, con la aquiescencia de la monarquía y pagado e instigado por la burguesía catalana por medio de sus organizaciones como la Federación Patronal. Joaquín Milans del Bosch, capitán general de Catalunya, es quien organiza el sistema, Severiano Martínez Anido, el gobernador civil, Miguel Arlegui como jefe de la policía quienes lo desarrollan.
Creo que Layret iniciaba con este intento el camino del Pacto de San Sebastián y la gran ilusión republicana que llevó a la II República y en cierto modo se avanzó dieciséis años al Frente Popular. Por eso lo mataron, ellos sabían el peligro que les podía generar, ya es hora que nosotros le reconozcamos su atrevimiento, su valía y su generosidad.
Jordi Serrano Blanquer historiador, rector de la UPEC y comisario de la Exposición «Francesc Layret, diputat per Sabadell. El fil roig del catalanisme». Museu Història de Sabadell.