La aprobación de los Presupuestos del Estado por una amplia mayoría de 188 votos a favor contra 154 encamina el desarrollo de esta legislatura, pero conviene no confundirlo con estabilidad. Hay demasiados problemas encima de la mesa: la pandemia sigue sin estar controlada, la crisis económica y social va a tener un largo recorrido, sigue enquistado el conflicto catalán y, sobre todo, las derechas y diferentes sectores del aparato del Estado continuarán su política de polarización y enfrentamiento.
Hay una concatenación de hechos que nos deben alertar sobre la situación. El hilo conductor es que las derechas no han aceptado en ningún momento el resultado de las urnas y el gobierno que surgió de ellas. Desde el primer momento generaron la idea de “gobierno ilegítimo”, sencillamente porque no son ellas quienes están en el poder y, por lo tanto, todo vale para acabar con él. Ya deberíamos haber aprendido que las derechas carpetovetónicas españolas solo aceptan la democracia cuando el viento sopla a su favor. Hay que recordar la brutal campaña en los tiempos de Aznar o en la época de Zapatero para ser conscientes del enemigo al que nos enfrentamos. Representa, además, lo que podríamos llamar una tendencia internacional. En Bolivia, no aceptaron el resultado electoral y dieron un golpe contra Evo Morales, que se ha revertido en las recientes elecciones con una nueva victoria electoral del MAS. Trump sigue sin aceptar que ha perdido las elecciones, y continúa maniobrando con la idea de un fraude que nadie ha visto y que los jueces rechazan ante cada denuncia, pero mantiene su campaña para hacer creer que el gobierno de Biden surge del fraude electoral. Ya tenemos otro “gobierno ilegítimo”. Lo que esconde, Trump es que pretende negociar con unos y otros su situación legal y su enorme deuda privada, amenazando con una campaña permanente, pero no realista, sobre la legitimidad.
Deprecian la democracia
Detrás de estas ideas, las defienda Trump, el PP o Vox, la democracia pierde todo su valor pues se limitaría a la pasiva aceptación de que solo pueden gobernar los “elegidos”, o sea directamente las derechas, y que todo lo demás es “ilegítimo” o, en todo caso, las otras tendencias o partidos solo serían un mueble decorativo para algo que llamarían democracia pero que no lo es.
El colmo de la hipocresía es que dejen desnuda a la democracia y se pongan a gritar “libertad, libertad”, cuando son los principales negadores de la misma. Lo hicieron en sede parlamentaria cuando se aprobó la Ley Celaá, y se la ponen como toga, o como capa de la tuna que es más castizo, para ocultar que no se trata de la libertad sino de la defensa de sus privilegios. El privilegio de que la escuela privada o concertada siga financiándose con dinero público y a costa de la escuela pública y la Iglesia siga teniendo el poder “evangelizador” sobre la juventud. El privilegio de ser grandes propietarios de inmuebles mientras diariamente se desahucia a centenares de familias. El privilegio de seguir sobreexplotando a la clase trabajadora con empleo precario y sueldos miserables. Cuando las derechas gritan libertad lo más conveniente es protegerse el bolsillo porque están pensando en seguir manteniendo su poder y privilegios.
En la sucesión de hechos que estamos comentando, la libertad se convierte en una palabra hueca cuando el Tribunal Constitucional no tiene ningún reparo en mantener la Ley Mordaza o legalizar las expulsiones de inmigrantes. Y claro, se aplaude a rabiar cuando el Tribunal Supremo, continuando en su afán vengativo, retira el tercer grado penitenciario a los condenados por la rebelión catalana, saltándose el espíritu de las leyes y la Constitución. La Asociación de Fiscales, mayoritaria en la carrera, publicó un tuit en el que se mofaba de los condenados: “Junqueras se tomará el turrón en Lledoners” y refiriéndose al reingreso en prisión de Forcadell y Bassa añadían: “De donde nunca tendrían que haber salido”. ¡Viva la independencia de los fiscales!
Presiones militares
Para completar el panorama de esta movilización de las derechas hay que incluir las cartas al Rey de militares retirados y los comentarios directamente golpistas en un whatsapp, eso de que “No queda más remedio que empezar a fusilar a 26 millones de hijos de puta”. Cierto que son militares retirados y sin mando, pero no se trata de cuatro sargentos fascistas sino de militares de alta graduación que han tenido muchas responsabilidades y que han formado e influido en sus subalternos. No hay que restarle importancia sino situarlo en su justo lugar: el de un movimiento de presión hacia el Rey y de movilización de opinión en el Ejército contra lo que las derechas llaman “gobierno ilegítimo”, y ya se sabe que contra un gobierno así se puede hacer de todo, hasta “fusilar a 26 millones de hijos de puta”. Decir que esas opiniones no reflejan el espíritu del Ejército es echar balones fuera, porque sí representan la opinión de una parte importante de los altos mandos. Solo hay que repasar los análisis del voto electoral de las zonas donde se agrupan militares y sus familias, un voto mayoritariamente del PP y de Vox.
Parafraseando a Hegel, Marx escribió que a veces los hechos históricos aparecen como dos veces, uno como tragedia y el siguiente como farsa. Salvando muchas distancias, si con algún otro momento de la historia de España podemos comparar el actual sería con a los años previos al golpe de Primo de Rivera, inicios de los años 20 del siglo anterior. Una gran crisis de la Restauración y la monarquía de Alfonso XII, una enorme inquietud de la burguesía, la Iglesia y los militares y el temor a que volviera a hacerse presente el movimiento obrero y el movimiento campesino, que años antes habían protagonizados grandes movilizaciones. La única respuesta fue el golpe militar que el monarca apoyó y que solo sirvió para retrasar lo inevitable: el advenimiento de la II República. Pero hubo que pasar por el doloroso tránsito de represión y falta de libertades en los años que duró la dictadura de Primo de Rivera. Sea con golpe o sea sin golpe, como es evidente las circunstancias históricas no son las mismas, la política de las derechas se encamina, en algunos aspectos ya es presente, hacia una limitación extrema de los derechos y las libertades, una interpretación completamente restrictiva de la Constitución y un abuso de los Tribunales de Justicia para imponer decisiones políticas. Es su manera para lograr sostener al régimen monárquico del 78, quizás no sean conscientes de que con esas políticas pueden prorrogarle la existencia, pero a costa de agravar aún más su crisis y crear la condiciones para que una mayoría de la población del conjunto del Estado decida romper amarras con la monarquía corrupta y busque un camino republicano de derechos sociales y libertades.
¿Estamos preparados?
Sin embargo, debemos preguntarnos sobre la manera en que la izquierda está respondiendo a esta situación. Desde el punto de vista parlamentario la suma de las fuerzas que votaron a favor de la investidura de Sánchez y las que ahora han apoyado el acuerdo de Presupuestos (que no es un cheque en blanco al gobierno) representa una alianza entre las izquierdas y las fuerzas soberanistas e independentistas (con algunas excepciones, el BNG votó a favor de la investidura de Sánchez y en contra de los Presupuestos y la CUP en contra en ambos casos) que además de contraponerse a las derechas podría abrir una perspectiva política y social diferente. La aritmética parlamentaria e institucional no es suficiente, se necesita la movilización social y trabajadora. Las derechas están movilizadas y no lo están tanto los sectores más desfavorecidos y más desprotegidos. A pesar de las dificultades de la pandemia, se hace necesaria la presencia en la calle para defender los empleos, para exigir medidas contra los más ricos y de defensa de salarios, vivienda, derechos y libertades. Esa será la mejor garantía contra las derechas y sus privilegios.
Seguirá la polarización y el enfrentamiento de las derechas, poco tendrían que hacer sin eso, por eso, atarse al pasado, a lo que está en crisis, no es una apuesta de futuro. Algo no cuadra cuando las derechas se erigen en defensoras de la Constitución, que es el mantenimiento de la Monarquía y el recorte de derechos que proponen, y algunas izquierdas siguen atadas a lo que ya no da más de sí. Responder a la deriva derechista exige poner nuevos objetivos de futuro, cumplir con lo prometido, como derogar la Ley Mordaza y la reforma laboral, e implementar medidas de choque para afrontar la crisis social, como una renta básica y universal, más aún después del fracaso del Ingreso Mínimo Vital. Pero, sobre todo, exige poner en el horizonte un cambio de régimen político y social, vale decir republicano, que dé un vuelco para mejorar las condiciones de vida y de derechos de la mayoría de la población trabajadora.
Una propuesta que el ensayista, activista y poeta Jorge Riechmann expresó en este poema:
“El valor de la libertad no está en la libertad,
sino en la igualdad.
El valor de la igualdad no está en la igualdad,
sino en la fraternidad.
Seguro que ya sospechas dónde reside
el valor de la fraternidad y no te engañas:
en la libertad”.
Miguel Salas es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso