Desde que Isabel Díaz Ayuso convocó elecciones a la Asamblea de Madrid el 4 de mayo hasta las cartas de amenaza, con balas incluidas, recibidas por el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, la directora general de la Guardia Civil, María Gámez, y el cabeza de lista por Unidas Podemos, Pablo Iglesias, ha pasado apenas un mes. Sin embargo, el giro de la campaña en este escaso tiempo ha sido enorme.
Hemos pasado de ver a una Díaz Ayuso envuelta en algodones, protegida por los medios de comunicación, aupada por editoriales y tertulianos de todo tipo y condición a observarla en directo en el único debate televisivo que se ha producido. En ese debate pudimos escuchar, sin el filtro de los tertulianos, los memes y los bots, al resto de candidatos. Y es aquí donde llegó uno de los cambios. Por primera vez, problemas reales como la pandemia, el estado insufrible del sistema publico de salud, el abandono que padece la educación pública, las colas del hambre, la falta de protección social, la gente fallecida… salieron a la luz. El maltrato social que sufre la población ocupó el centro del escenario político. La extrema derecha de Vox sacó su ya famoso cartel racista e insultó a todo el mundo, Ayuso hizo lo propio, sin presentar propuesta alguna más allá de tomar cervezas en los bares y bajar impuestos a los más ricos. La prensa y las teles intentaron volver a salvarla, pero la verdad ya había sido vista y comprobada a través de la pantalla. En Madrid hay más muertes, más contagios, menos recuperación económica y más pobreza en comparación con su renta que en resto del reino.
El segundo gran cambio han sido las amenazas por carta recibidas por Iglesias y su abandono del debate radiofónico en la cadena SER. Rocío Monasterio, candidata de Vox, se negó a condenar en directo dichas amenazas y dejó caer que se trataba de un montaje. Tras ello, el debate se tornó ya imposible. Iglesias se marchó y una hora después, Ángel Gabilondo (PSOE) y Mónica García (Más Madrid) siguieron sus pasos. Ayuso no había querido asistir al debate, pero la campaña diseñada por sus gurús del PP se encontraba definitivamente rota. A día de hoy, ya no puede seguir escondiéndose en su jaula de oro y repetir sin coste alguno mentiras que ni la propaganda intensa de los medios afines transforman en verdad; tampoco puede, ante el cartel del metro de Madrid de Vox, ampararse en una decisión judicial que, a pesar de la oposición de la fiscalía, se empeña en mantenerlo. Menos aún continuar esquivando la condena a las amenazas de muerte recibidas por el cabeza de lista de Unidas Podemos.
En esta última semana de campaña, las cosas todavía pueden dar un giro. Todo está abierto. La clave, eso no ha cambiado, es que la participación crezca y que, a la alta votación de los barrios ricos, se sume ahora una elevada votación de los barrios y localidades en los que vive la gente trabajadora. Sin duda alguna, a lograrlo ayudaría que el bloque de las izquierdas aprovechara que la campaña de la derecha se ha roto sin remedio y comenzara a debatir más sobre las primeras medidas que debería tomar un gobierno progresista y plural para un verdadero rescate ciudadano en Madrid.
Carlos Girbau Es concejal de Ahora Ciempozuelos y amigo de Sin Permiso