El PP ganó las elecciones autonómicas del pasado 4 de mayo (aquí). Lo hizo de manera inapelable. Sus 65 escaños (35 más de los que tenía) lo han dejado a 4 de la mayoría absoluta, que superará sin dificultad gracias a los 13 escaños de VOX, que logró uno más de los que poseía. Los de Díaz Ayuso, aparte de absorber a Ciudadanos (C’s), que pierde sus 26 actas y se convierte en extraparlamentario, mejoran en todo el territorio cosechando apoyos en cualesquiera de las franjas de edad, sectores sociales o localidades que se miren. El PP ha pasado en dos años de sumar 714.718 votos (22,21%) y estar en la cuerda floja a reunir 1.620.213 (44,6%) con una participación superior en un 12% a la cita electoral de 2019. En esta ocasión, por sÍ sola, la fuerza de PP es superior a la suma de todos los votos de las tres izquierdas: 1.485.860 -Más Madrid (614.660), PSOE (610.190) y UP (261.010)-. Unas izquierdas que, a su vez, cosechan casi 45 mil apoyos menos que en 2019, año en el que sumaron 1.530.620.
Quien ganase la cita electoral autonómica madrileña iba a estar en condiciones de marcar el paso en la salida de la crisis sanitaria, social, económica y ecológica que ya se palpaba antes de que estallara la pandemia, pero que no ha hecho más que agravarse a una enorme velocidad. Ahora ya sabemos que ese paso lo marcará con rotundidad el modelo neoliberal extremo que ha gobernado Madrid durante más de 25 años. Un modelo que, con el control de las instituciones, el presupuesto y los resortes políticos de todo tipo en manos de la propuesta trumpista va a presionar duramente sobre el gobierno de coalición progresista que lidera Sánchez. De entrada, 48 horas después de su victoria electoral, Díaz Ayuso ya ha sacado un concurso, casi fantasma (la convocatoria solo dura dos días) (aquí), para que las consultoras privadas gestionen los fondos Next Generation. Hablamos de un botín, a repartir en 214 proyectos, de 22.471 millones de euros, que además influirá en buena parte de la política municipal.
Algunos porqués del retroceso
Llevará tiempo a las izquierdas conocer y modificar las razones de la situación descrita. Hay bastante diversidad en las valoraciones y muchas dudas sobre los caminos a emprender. Todo el mundo coincide en que la victoria del PP representa una noticia pésima, pero la frecuencia con la que se repite, veinte de las últimas veintitrés convocatorias electorales, incluida la “victoria” que acabó en el “Tamayazo” de 2003, muestra que las izquierdas no hallan desde entonces antídotos para ese mal. Por otra parte, la diferencia entre derechas e izquierdas antes del 4 de mayo era de tres escaños y ahora, tras las elecciones, suma veinte. Añadamos que la primera fuerza en voto ya no es el PSOE (y eso les escuece), sino Más Madrid, y que la diferencia entre todas ellas (MM 24 escaños, PSOE, 24 y UP, 10) no da para concluir que exista un único espacio al que sumar, sino diversos.
Ningún artículo puede, y menos en esta situación, establecer todas las razones de la derrota. Pero sí, sin más pretensión, podemos apuntar algunas.
Al principio del confinamiento domiciliario de marzo del 2020, lo público, los sanitarios, los docentes, los ERTE, el llamado Ingreso Mínimo Vital (IMV) y otras medidas que se englobaban en el denominado “escudo social” hicieron aparecer lo estatal como el único garante de la salud y de la protección de la vida y la hacienda de la ciudadanía. Pronto se vieron sus límites: no había EPIs, tampoco mascarillas o respiradores. Las colas del hambre empezaron a formarse. Los sanitaros enfermaban y los ancianos morían sin poder salir de las residencias. Superada esa fase, con un retroceso palmario en el nivel de vida de miles de familias y un alto número de fallecidos, llegó la “nueva normalidad”. Con ella, también la evidencia empírica de lo escaso del escudo social y el fracaso del IMV (aquí, aquí o aquí). En consecuencia, se impuso la lógica aplastante de la necesidad ineludible de trabajar para comer. Así, los trenes, metros y autobuses abarrotados aparecieron junto a los despidos, los aún más bajos salarios, los cierres de empresa y los ERE. Continuaron los contagios, pero la presión por abrir negocios fue ganando batallas. Lo hizo a la misma velocidad que la perdía una protección social que no alcanzaba, ni alcanza, no ya a romper con la lógica de un capital que necesita engordar, sino simplemente a atemperarla. Si a todo ello se añade que las manifestaciones y acciones de calle, la última el 8 de marzo de 2021, fueron prohibidas cuando no insistentemente restringidas, se observa que lo único que ha organizado, sin oposición, a la sociedad madrileña, como a buena parte del resto del reino, no es otra cosa que lo más primigenio y básico en el capitalismo: la necesidad inexcusable de trabajar, de someterse para comer a las condiciones marcadas por el capital dividido en empresas.
En tales términos de conciencia, diremos que la mayoría ha optado por considerar que votar a los que tienen el capital representa la manera más segura de crear empleo. La gente no es tonta, sino conservadora y ante todo busca una legítima seguridad para sí misma y para los suyos. Sustituir la seguridad despótica de los ricos sobre el conjunto de la sociedad, su uso y abuso del poder institucional exigía a las izquierdas no muchas medidas, pero sí algunas claras, contundentes y que se vieran posibles y aplicables en un proyecto de gobierno. Pero eso no ha ocurrido, porque en ningún momento (a pesar de las voces repetidas de algunos) se ha sellado un acuerdo de mínimos sobre posibles iniciativas a tomar entre las tres fuerzas de izquierda. Todo pareció dejarse para el 5 de mayo.
La campaña
Las izquierdas llegaron gripadas a una campaña y a unas elecciones que nunca resultaron fáciles. Gripadas porque las dos fuerzas que componen el gobierno de coalición progresista (PSOE y Unidas Podemos) se presentaron a las mismas sin propuesta conjunta, o lo que es lo mismo, sin un modelo alternativo al de Ayuso, justo cuando el escudo social hace aguas. Fue como decir: “Sabemos o sabíamos gobernar en España, pero no cómo hacerlo en Madrid”. En segundo lugar, tampoco hubo propuesta compartida con Más Madrid, algo que simplemente aumentó la orfandad del proyecto de izquierdas. En tercero, solo hubo un debate que rompió en algo la lógica de diseño de campaña de la derecha. Pero no más. Las gravísimas amenazas sobre Iglesias llevaron el debate al dilema de “fascismo o democracia” y ahí se acabó todo.
Vivir en Madrid
El trumpismo reaccionario madrileñista encontró cómo explotar la situación privilegiada de la capital y retorcerla a su favor. Tiene el poder económico, el mediático y el político. Habitar en Madrid, la capital de una potencia media capitalista en el mundo globalizado, da ventajas. La prueba es que la comunidad sigue ganando población y vaciando al resto (Castilla la Mancha, Castilla y León o Aragón). Por muy mal que se viva en ella, y se vive de pena, hay mas médicos, más comunicaciones, más medios, universidades, empresas y empleo. Vestirlo todo de toros, cañas, banderas, y de una supuesta libertad enfrentada al socialismo que desnudan David Casassas y Daniel Raventós (aquí), engarza perfectamente -como bien señala Pablo Carmona en su artículo “La victoria de Ayuso y el retorno de los neocon” (aquí)-, con el modelo económico y social dominante en un último cuarto de siglo, especialmente intenso en la comunidad.
Por otro lado, continuamos sin saber exactamente cuál es la ventaja de que cada fuerza de izquierda vaya por separado. No hablamos de ir en la misma lista, evidentemente, sino de hacer algo más que ignorarse y mirarse de refilón. A tenor de los datos, lo que nos deja esta convocatoria es que la división ha representado una recomposición en la correlación de fuerzas dentro del bloque de las izquierdas. Tras el 4M, la suma de MM, que subió un 2,28% y UP, que lo hizo en un 1,61%, supera en 200 mil votos al PSOE, que perdió un 10,46% de sus apoyos. Sin embargo, la suma de todos alcanza 45 mil votos menos a la arrojada en los comicios de 2019. Y además se trata de una cifra siempre muy inferior a la que ha logrado el PP, fagocitando a C’s y sumando además 280 mil apoyos “nuevos”.
El PSOE ha realizado una campaña errática, de la que Sánchez y la táctica del gurú Iván Redondo salen bastante tocados, con el PSOE madrileño al borde del colapso y en manos de una gestora. El supuesto giro al “centro”, que se inauguró en las catalanas y prosiguió en Murcia con el resultado que ya conocemos, no aguantó ni la campaña madrileña. A mitad de la misma, Gabilondo volvió a virar, pero sin concretar ni proponer. Ahora, con un congreso del PSM a las puertas y una gestora de nuevo teledirigida desde Moncloa, toca esperar y ver en qué acaba todo.
Unidas Podemos salda su situación sin resolver el problema del espacio que forman Podemos e IU, así como los constantes roces entre ellos. La salida del gobierno de Iglesias permitió que la lista incluyera personas y espacios de interés, pero el abandono del acta del propio Iglesias deja todo más en el aire que antes. Los 10 diputados, tres más que en 2019, no garantizan por sí mismos el fin de la crisis ni el futuro del proyecto.
Más Madrid, ajeno a cualquier desgaste gubernamental, fue quien mejor expresó las deficiencias que padece el Madrid de hoy (sanidad, educación, protección social, sostenibilidad…). Ahora bien, el recorrido solo ha dado para 24 escaños. Es decir, a 45 de la mayoría absoluta. Por el momento señalan que quieren lentamente abrirse a un camino verde y feminista.
A dos años de la próxima cita electoral autonómica y municipal, la derecha sale reforzada en Madrid y con ello empuja a profundizar la derechización en todo el Estado. Eso supone redoblar el modelo segregador, desigual, aporofóbico, xenófobo y de maltrato social a la población no rica. Las izquierdas están a tanta distancia en apoyo popular, que solo un giro general, una búsqueda de la unidad entre fuerzas sociales y políticas diversas puede otorgarnos la base para ganar el reto ineludible que es Madrid hoy.
Carlos Girbau Es concejal de Ahora Ciempozuelos y amigo de Sin Permiso.