Los resultados de las elecciones del pasado 4 de mayo en Madrid son la peor noticia de la semana. Antes de la convocatoria, la diferencia entre las derechas y las izquierdas era de 3 escaños en la Asamblea; tras ellas, alcanza 20. El PP se comió a C’s y arrancó voto en todos los segmentos de población, localidades y franjas de edad. La suma de todos sus sufragios es, por sí sola, superior a la de todas las izquierdas que, en las elecciones autonómicas con más participación (76,2%), pierden 45 mil votos con respecto a las celebradas hace ahora dos años. Poco consuelo otorga el sorpasso en 4 mil votos de Más Madrid al PSOE, ambos empatados a 24 escaños. Tampoco la subida de Unidas Podemos en 3 escaños, que ahora se sitúa en 10, o el que las fuerzas que se referencian en el olvidado 15-M superen en 200 mil votos al partido del presidente Sánchez.
La derecha ganó y ahora, en alianza con Vox, que aumentó en un escaño (13) aunque desciende en votos respecto a las generales, marcará una salida claramente neoliberal a la crisis sanitaria, social, económica y medioambiental que la Covid-19 ha acelerado.
Las izquierdas fueron incapaces de presentar un modelo alternativo al neoliberal de Ayuso y a su manera de organizar la sociedad madrileña. Los hilos de resistencia y denuncia surgidos contra la gestión de la crisis de la Covid, que encarnó con más fortuna que nadie Más Madrid en su defensa de un “Madrid que cuide” verde, social y feminista, quedaron ahogados en medio de la falta de una propuesta común de gobierno compartido. La suma alrededor de Unidas Podemos de sectores de los movimientos sociales y expresada en varios candidatos de su lista quedó eclipsada por las muy serias amenazas contra Iglesias, con balas incluidas, y la brutal campaña contra su persona (siempre bien arropada por obispos y medios de comunicación).
En el momento en que el escudo social muestra con mayor claridad sus cortos límites y su evidente incapacidad para evitar las graves consecuencias sociales de esta gran crisis, lo único que conectó con una población cansada y cada vez más empobrecida fue el “trabajar y consumir sin restricciones” de la derecha.
Cuando la política pública no resulta capaz de asegurar, a través de las medidas sociales y de la intervención en la economía, los medios de vida de la población trabajadora y de amplias capas de sectores populares, es decir, cuando no se pone en cintura a los dueños del dinero, lo único que queda inalterado para la mayoría es la maldición bíblica: la inexorable necesidad de trabajar. En esas condiciones el miedo y la urgencia por la búsqueda, cada vez más desesperada, de un capitalista que nos emplee (como sea) para garantizar, sin más, la supervivencia al día siguiente, pasa al primer plano.
Eso votó Madrid. No por estupidez, sino buscando seguridades en medio de un momento convulso en el que debías coger metros, trenes o autobuses llenos para ir a trabajar mientras no podías ver a la familia. Más allá de los profesionales sanitarios o docentes, recordémoslo, nada parece que nos esté cuidando a la gente. Pero a la vez, el voto de Madrid fue un voto a la “madrileña”. Es decir, el votante hizo suya la ventaja que otorga una posición económica social y política privilegiada de la que disfruta como capital del reino en un mundo globalizado y que el PP se encarga de llenar de tópico reaccionarios.
Mucho tienen que hablar las izquierdas sociales y políticas de Madrid para ver cómo salen de esta situación. Nadie tiene por sí solo la respuesta. Al contrario, hay que construir un discurso compartido y falta mucho para lograrlo. Habrá que hallar y generar espacios que lo permitan.
El resultado de Madrid pesa sobre todo el reino. El PP ya se apresta, si lo dejan, a terminar su fagocitación de C’s mientras atornilla, sin descanso, al gobierno de Sánchez. La derecha se reorganiza siguiendo la estela de Madrid, mientras al gobierno de coalición progresista se le agota el crédito. Hace meses que parece haber topado con unos límites que siente como insuperables. Todo indica que no hay avances sobre Catalunya y sus presos, tampoco en la reforma laboral, los alquileres o la ley mordaza. Los fondos europeos no llegan y cuando lo hagan, se percibe que solo darán más salud al Ibex 35. Los cambios impositivos anunciados dejan tranquilos a los peces gordos, mientras se notifican peajes en carreteras y cambios en el IRPF que afectan a quienes menos tienen. Los despedidos son ya legión.
Los cambios urgen, el crédito se agota y la calle debe, más pronto que tarde, comenzar a hablar.