El viernes 11 de junio, decenas de miles de mujeres se lanzaron a las calles de todas las ciudades y de muchos pueblos del reino para, una vez más, denunciar la violencia machista. En Madrid, en Barcelona, en Vigo o en Cádiz. No hubo rincón en el que no estuvieran presentes el dolor, la rabia, la sed de justicia, la lucha por la igualdad y los derechos de la mujer ante la violencia que sufre. La calle habló y señaló al machismo institucional, a los jueces que, con sus sentencias, ningunean la violencia que se ejerce sobre la mujer, entran al chantaje con los niños y permiten al maltratador seguir manteniendo el control. La calle pidió libertad para Juana Rivas, presa en Granada por proteger a sus hijos, y también en la calle se denunció a la policía o la Guardia Civil que nada hacen, salvo poner siempre en duda la versión de las mujeres. Se reclamaron recursos: dinero y medios. Hay un Ministerio de Igualdad, pero falta mucho, mucho más, porque “nos queremos vivas” y por ahora no es posible garantizar ni la vida de las mujeres ni las de sus hijos. Desde 2013, 41 niños han sido asesinados por violencia machista y 1.096 mujeres han corrido la misma suerte.
La brutalidad del asesinato de Olivia y Anna a manos de su padre y el injusto e inmenso dolor que acompañará a su madre, Beatriz Zimmermann, toda su vida nos recuerdan lo lejos que queda esa libertad e igualdad para las mujeres.
Dos días después, el domingo, en la plaza de Colón de Madrid, se reunió la derecha contra los indultos de los presos políticos del procés. Estuvo lo mejor de cada casa. Convenientemente espoloneados por esos mismos jueces que no protegen a las mujeres ni a sus hijos, hubo una mezcla de negacionistas de la violencia sobre la mujer, ultra católicos, franquistas de toda la vida y de nuevo cuño, racistas, homófobos y cómo no, los jefes del “trifachito” (PP, Vox y C’s). Evitaron la foto compartida, pero no por ello dejaron de inyectar su veneno contra el derecho a decidir de los pueblos catalán, vasco o gallego. Cierto es que “los de Santiago y cierra España” pincharon en Colón y su gran bandera no tapó el fracaso. No llegaron a sumar ni a la mitad de hace dos años. Si entonces no les valió para evitar la plural mayoría parlamentaria que sustenta al Gobierno de Coalición Progresista, ahora tampoco ha de servirles para impedir avanzar en los cambios imprescindibles que necesitamos.
La reacción conspira y busca en el aparato de Estado la fuerza que la calle no le aporta. La mayoría plural de izquierdas y soberanista que hoy representa la base del gobierno debe también buscar complicidades con la calle a base de medidas compartidas que exigen ir más allá de la Constitución del 78. O por lo menos, bordearla en su la parte más exterior.
Se necesitan cambios profundos que permitan asegurar la vida de las mujeres, la amnistía de todos los presos, represaliados y exilados en Catalunya (3.000 personas), e iniciativas que protejan el empleo o la salud.
En Colón se reunió la avanzadilla de la reacción, esa reacción que, en Perú, de la mano de Keiko Fujimori y Vargas Llosa, continúa intentando por todos los medios que el maestro Pedro Castillo no sea presidente. Ganó por votos, pero esperan que el poder judicial le birle al pueblo su victoria.
En Lima o en Madrid, el camino para derrotar a la reacción es el mismo: la movilización y la organización social.