invierno y la ayuda humanitaria
Estoy en Ucrania con la misión de entrevistar a los sindicatos y conocer qué clase de ayuda podríamos hacer desde los sindicatos de Europa occidental. No es una visita como sindicato sino como coordinador del grupo de acción sindical de la Red Europea de Solidaridad con Ucrania (ENSU en sus siglas en inglés). Durante los días que llevo en Kiev la mayor parte de ellos ha estado lloviendo. Una lluvia a veces fina, pero que te cala hasta los huesos. El río Dnieper recoge útilmente esta agua y el paisaje desde lo alto de Kiev es magnífico, con el ancho río y los árboles verdes. Vitaly, Catya y otros compañeros jóvenes de Sotsialnsy Rukh nos han acompañado el domingo a dar un paseo por la ciudad y nos explican algunas batallas sociales que se han librado ahí o bien aspectos de la historia de Ucrania.
Pregunto a Vitaly qué pasará en invierno en medio de esta guerra. Cierra los ojos y dice que será muy duro. Cuando pregunté al presidente de la Federación de Sindicatos de Ucrania qué clase de ayuda necesitan, lo primero que me dice es que necesitan que los sindicatos occidentales entiendan que esta guerra no es un conflicto interno entre ucranianos, sino una agresión de un país a otro soberano. Hablaré de ello más extensamente en otra crónica, pero me sorprende que no empiece por hacer peticiones materiales.
Después de entrevistarme con los dirigentes de la FPU, me entrevisto con los de la Confederación, la KVPU. Ellos son la segunda federación en Ucrania. Ambos sindicatos están haciendo ayuda humanitaria a sus afiliados y a la sociedad civil en general. Por ejemplo, si la electricidad no funciona en un barrio o en una región, todo el mundo sufre porque esto lleva aparejado que no funcione el sistema de calefacción, centralizada o no, ni aparatos domésticos, ni trabajo. Olesia, la responsable internacional de la KVPU, me explica que el ejército ruso no sólo ha bombardeado y destruido edificios civiles, bloques de pisos, escuelas, sino que también ha destruido expresamente centros de distribución de energía. El caso más flagrante es el de la central nuclear de Zaporihja, la más grande de Europa, que está siendo bombardeado en sus alrededores con grave peligro de que una de sus bombas afecte a la propia planta.
Hace apenas unas semanas los rusos bombardearon una presa sobre el Dnieper y eso provocó una avalancha de agua e inundación muchos kilómetros río abajo. ¿Tenía algún sentido militar esa destrucción? No. Esto es una violación de las leyes internacionales. Un ataque a la población civil. Por suerte la población cercana al río y la presa fue avisada a tiempo y se pudo salvar, pero no sus casas.
Aleksey, sindicalista ferroviario de la Confederación, me enseña con el móvil cómo ha quedado la casa de un compañero de trabajo tras un ataque ruso. El interior está todo roto, aunque se mantienen las paredes. Pero el techo ha desaparecido completamente. Me dice que el sindicato le está ayudando a reconstruir la casa antes de que llegue el invierno. Y me enseña la cifra de lo que están recogiendo, que me parece muy baja: 1.250 euros. Pero ese dinero es sólo el costo del material; el trabajo lo pone el compañero y otros que le ayudan a la reconstrucción.
También me cuenta Aleksey que las ayudas oficiales no llegan o llegan con mucho retraso. Además de que llega poca ayuda, hay corrupción en algunas autoridades. Y burocracia. Un jefe de policía de un barrio reconstruyó su casa rápidamente mientras que sus vecinos esperan hace meses alguna ayuda.
En la visita a la Confederación me enseñan una sala donde se acumulan diferentes artículos para ser repartidos como ayuda humanitaria: comida, ropa, calefactores. Algunos de esos materiales han llegado de Polonia traídos por organizaciones solidarias o por sindicatos. Otros los han comprado en Kiev con dinero recogido de ayuda internacional. También veo en otra sala bastantes rollos grandes de plástico: son para poner en las ventanas rotas mientras no se pueda poner cristales. Vuelvo a pensar en el invierno. Sin tapar las ventanas no se podrá vivir.
El dirigente del ramo de la construcción de FPU, Vasyl Andreyev, me dice que los sindicatos pueden ofrecer ayuda técnica para reconstruir las infraestructuras dañadas. Los bombardeos afectan en cadena todos los servicios: la electricidad, el agua, la calefacción, la recogida de basuras… La reparación de esos servicios es clave para poder pasar el invierno. Y no hay suficientes ayudas ni trabajadores dedicados a ellas.
En mis preguntas y requerimientos les digo que yo no tengo dinero, que no sé si podré conseguir alguno, que sólo estoy en una visita de prospección. Les digo que hace falta que algún sindicato importante de Europa occidental, o algunos que quieran trabajar de común acuerdo, tomen a su cargo la responsabilidad de hacer una petición a instituciones de sus países, de gestionar el proyecto y de estar en permanente contacto para resolver los problemas que puedan surgir. Lo entienden perfectamente.
El invierno ya asoma con las primeras lluvias de otoño. Yo soy del Sur. Jamás lo he vivido en un país tan al Norte de Europa, pero imagino que la temperatura cae en picado. Si en Europa occidental la gente se prepara y compra leña, en Ucrania la falta de gas, de petróleo o la avería de la central nuclear puede ser tan mortífera como la propia guerra. La ayuda humanitaria debe llegar por todos los medios posibles y en mayor cantidad y calidad. Los valiosos convois de sindicatos y organizaciones solidarias con Ucrania aún serán más valiosos si pueden realizarse. Pero los grandes sindicatos deben implicarse más en conseguir ayuda financiera, recogiendo dinero de la afiliación y también de las instituciones.
En estos momentos no hay otra clase de ayudas oficiales que para ayuda humanitaria. Lo he preguntado en Catalunya y todos las personas técnicas y expertas me dicen lo mismo. Los proyectos de reconstrucción para después de la guerra están hablándose por arriba, pero aún no hay nada oficial. Posiblemente los gobiernos estén hablando qué partes y empresas les tocará a cada país.
Pero los sindicatos debemos de participar de la gestión de las ayudas que son suministradas en nombre de toda la sociedad. No podemos dejar todo ese dinero en manos de la burocracia de los estados o de la Unión Europea solamente. La gestión de los sindicatos y la ayuda directa ha mostrado ser tan o más eficaz que otros canales. Y, sobre todo, con muchísima menos corrupción. Entrar en la gestión de la ayuda humanitaria oficial que ofrecen Ayuntamientos, Gobiernos regionales, nacionales o instituciones europeas es entrar en una batalla de papeleo, de redacción de propuestas, de vencer trabas burocráticas…pero merece la pena hacerlo. Es también nuestro dinero como parte de la sociedad. Y sabemos que podemos dar un buen uso a ese dinero, que irá a parar lo más directamente posible a la población trabajadora.
¿No deberíamos intentar usar parte de esos fondos públicos para la ayuda humanitaria a través de los sindicatos? En mi opinión, eso es parte de la lucha en favor de Ucrania y para resistir la agresión rusa. Ante el invierno que viene es muy importante…y urgente.
¿Dónde está la gente de Bucha?
Acabo de llegar de Bucha. Me desplacé desde Kiev con Francesco, un amigo italiano. Queríamos ver la realidad de la guerra pues en Kiev todo parece tranquilo y la vida es anormalmente normal: los metros funcionan, la gente anda por las calles tranquila, los comercios abren y la ciudadanía hace sus compras… Y hasta el domingo parece un domingo cualquiera de cualquier ciudad europea, con gente paseando, tomando cervezas, visitando el alto puente desde donde se divisa el río Dnieper y gozando hasta de la lluvia. Quizás exagero o quizás es que la gente tiene ganas de gozar la vida en medio del conflicto.
El camino hacia Bucha es fácil. Tomamos el microbús desde el final de la línea azul del metro. Un viaje hacia el noroeste de unos tres cuartos de hora, que nos ha costado algo menos de un euro y medio. Todo el viaje fue muy tranquilo. Se ven, sin embargo, las medidas que toma el ejército para detener las tropas rusas, en el caso de que se acercaran a la capital: zig zags en las carreteras, controles, parapetos con sacos de arena, mallas que cubren algunos de ellos. Y soldados situados estratégicamente. También controles ocasionales en el microbús y vehículos particulares. Ya eso se parece más a la guerra.
Antes de llegar a Bucha veo un puente derribado. El tránsito se deriva hacia un puente improvisado que lo sustituye. Seguramente quienes lo derribaron fueron los propios artificieros del ejército para evitar la entrada de los tanques desde Bucha hacia Kiev. Las columnas y tropas rusas llegaron por el norte, desde Bielorrusia. Derribar un puente y cortar la circulación de una carretera con bastante tránsito es una medida seria.
Antes de llegar, a unos dos o tres kilómetros de la ciudad, vemos un gran supermercado quemado. Nada se ha salvado de las llamas. Las grandes puertas y algunas paredes están reventadas hacia fuera. Como si una explosión interna hubiera sido capaz de deformar toda su estructura. No sé si hubo muertos en este ataque con bombas o misiles. En cualquier caso, los carteles del centro comercial y lo que se puede ver por los huecos abiertos por la explosión no dejan lugar a dudas de que no se trataba de un objetivo militar sino civil.
Llegamos a Bucha y nos sorprende la calma de la ciudad. Entramos por un barrio bonito, residencial. Hay parques para los niños, setos con plantas, calles bien asfaltadas y cuidadas. Parece que sea un lugar muy tranquilo y bonito para vivir. Pero cuando nos acercamos vemos un bloque semiderruido. ¿Será por una bomba o porque se está construyendo otro? Ya una vez delante de él no hay lugar para las dudas: una bomba lo ha hecho caer.
A partir de ahí vamos viendo otros bloques que han sido objeto de ataques. Unos por arriba, completamente quemadas varias plantas. Otros con algunos pisos destrozados. En algunas plazas la explosión ha reventado la mayoría de cristales de las ventanas de los bloques de su alrededor, que aún están sin reparar. En otros lugares la bomba ha tocado el suelo de la calle y se ve las trazas de la metralla que sale disparada hacia todas partes en las huellas de sus paredes. Hay un silencio especial. Las pocas personas que deambulan van casi siempre solas. Nosotros nos miramos, pero tampoco hablamos mucho, sólo algunos comentarios. Hago fotos, pero intento que no me vean. No quiero herir sus sentimientos, pero quiero mostrar lo que ha sido de Bucha.
Vemos que algunas personas se dirigen hacia un camino que transcurre por un bosquecillo. Los seguimos. Tras unos minutos, cruzamos la vía del tren y vamos a dar a otro barrio de la misma ciudad. La gente toma ese atajo en lugar de ir por la carretera. Ahí, de nuevo, más edificios civiles quemados, dañados, más cristales rotos o sin ventanas. Durante el recorrido no vemos ninguna fábrica o edificio que pudiera considerarse de importancia militar o económica. Sólo casas, bloques de pisos. Algunos, según nos cuenta una señora pensionista con la que Francesco se medioentiende en ruso, parece que son bloques de cooperativas sociales. La misma señora se pregunta el porqué de esos ataques. También les preguntó a los soldados rusos que ocuparon la ciudad y no supieron darle una respuesta.
Por la tarde se concentra gente en la plaza de ese barrio. Llegan de varias calles, algunas personas con vehículo; una mujer joven con un niño pequeño llega con microbús; la mayoría andando. Son casi en su totalidad personas mayores y mujeres. Van con sus bolsas para recibir alimentos. Una mujer asistente social intenta organizar ese pelotón de necesitados. Entre ella y otras dos personas organizan grupos. Nos vamos para no molestar a quienes requieren de tal ayuda para sobrevivir.
También vemos en las calles algunos jóvenes y alguno con pantalón militar. En una ventana destrozada se ve tendido un traje militar recién lavado. Eso quiere decir que viven algunos militares. Pero apenas vemos nadie más en las calles. Al mercado también llegaron las bombas. Un improvisado memorial hecho con banderas, una guitarra y un nombre, parece indicar que ahí murió un vecino conocido, probablemente joven.
Extrañamente hay relativamente bastantes coches aparcados. Pero apenas personas. En alguna plaza un par de niños o tres jugando con los columpios, como si no supieran que hay guerra. Juegan, chillan y ríen. Pero después de esa plaza calles desiertas, silencio. Nadie en los bloques. Tiendas cerradas. ¿Dónde está la gente de Bucha?
Dedico esta crónica a aquellas personas que se dicen de izquierdas, pero no se creen lo que dicen las noticias sobre los crímenes de Putin hacia la población civil porque proviene de la prensa burguesa y proimperialista. Pues bien, yo estuve ahí y eso es lo que vi.
Lo que los sindicatos ucranianos esperan de sus compañeros occidentales
Comprensión. Eso es lo que mayormente esperan. Parece que es poco, pero es lo más importante para ellos.
Me reciben dirigentes de la FPU en su céntrico y reformado edificio de la plaza de Maidan. El presidente de la Federación de Sindicatos de Ucrania, FPU, Grigory V. Osovoy, es un viejo sindicalista. Por el lugar que ocupa y por tradición, ha tenido contactos internacionales durante muchos años. La entrevista fue con él y con los responsables de comunicación y organización, de internacional y del ramo de construcción.
Agradecen la campaña internacional que han hecho sindicatos de Francia, Reino Unido y otros países, enviando convois de solidaridad material y humanitaria. También la recogida de firmas pidiendo al presidente Zelensky que no ratificara varias leyes. En particular la ley 5371 que da facilidades para el despido a los patronos de empresas de hasta 250 trabajadores. Están al corriente de que esas campañas fueron desarrolladas por la Red Europea de Solidaridad con Ucrania (ENSU en sus siglas en inglés) y por Labour Star de manera paralela. También conocen que hemos acordado trabajar conjuntamente ENSU y Labour Star para continuar con la solidaridad con Ucrania. Consideran que gracias a que la lucha de los sindicatos ucranianos ha obtenido el apoyo internacional la ley 5371 sólo será vigente durante el periodo de la ley marcial. Una pequeña victoria.
A la pregunta de qué esperan de los sindicatos occidentales, Osovoy me dice “Hemos enviado unas setenta cartas a sindicatos de Europa occidental y otros países pidiéndoles apoyo ante la agresión que tenemos. Y muchos nos han respondido que nos apoyan y que desean que se resuelva el conflicto interno que tenemos. Pero nosotros no tenemos ningún conflicto interno como país. Lo que tenemos es una agresión exterior. Eso es lo que deben entender nuestros colegas sindicalistas.”
En las oficinas de la Confederación de Sindicatos Independientes de Ucrania, KVPU, soy recibido por Nataliya Levytska, presidenta adjunta de unos cuarenta y algo años, y también por la responsable internacional y otro joven responsable técnico administrativo, ambos de unos veintitantos años. Son unas oficinas muy modestas, en comparación con las de FPU. Olesia, la responsable internacional, nos responde casi de la misma manera a la misma pregunta: “Los sindicatos occidentales deben entender que estamos bajo una guerra de agresión de otro país. Si Rusia ganara la vida de los trabajadores de Ucrania sería mucho peor. En los territorios ocupados se puede ver claramente esto”.
Me dice que hubo una rápida respuesta de completo apoyo a su lucha contra la invasión desde los sindicatos independientes de Bielorrusia. Ellos sí entendieron enseguida que Ucrania tenía que resistir y ganar al imperio ruso. No es casualidad. Rusia sostiene a Lukachenko como fiel aliado al frente de Bielorrusia desde siempre, pero particularmente después de las últimas elecciones donde los resultados fueron cambiados para evitar la caída del régimen dictatorial. Cuando la gente salió en masa a la calle a protestar por el pucherazo y el régimen podía caer, Putin envió sus tropas en apoyo a su valido. Lukachenko empezó una represión que se ha reforzado con la guerra contra Ucrania. Todos los dirigentes de los sindicatos independientes de Bielorrusia están en cárcel y el sindicato prohibido.
Grigory, el presidente de la FPU, me explica que en 2014 hubo ya una guerra en el Donbas. Y también que Rusia ocupó Crimea sin guerra alguna. Pero eso no calmó el apetito de Putin. Quería Ucrania entera. Por eso considera que los sindicatos y trabajadores occidentales deben apoyar la victoria de Ucrania sobre Rusia, porque si no se derrota al agresor, éste seguirá tratando de expandirse. “Esta vez no puede volver a pasar que Rusia cambia a su voluntad las fronteras. Si no lo derrotamos ahora, el problema seguirá latente”. Considera que esto es un problema de seguridad para toda Europa, no es cierto que sólo afecte a Ucrania. Si hay un cambio de fronteras por la fuerza debido a una invasión militar no habrá estabilidad en Europa. Si Rusia ganara afectaría a otros países europeos que estarían en peligro, como Finlandia o Lituania.
Olesia también agradece la ayuda humanitaria recibida de los sindicatos. Ella y el joven administrativo me muestran la sala donde guardan todos los materiales y equipos. Me dicen que la semana pasada estaba la sala llena, hasta arriba. Lo están distribuyendo lo más rápido que pueden. Y también, como FPU, agradecen la firma de la campaña que hemos llevado contra la ratificación de las leyes antiobreras. Le explico que hay debate y reticencias a apoyar el envío de armas a Ucrania entre colegas sindicalistas de mi país. Incluso colegas míos que han firmado contra esas leyes son reticentes a apoyar la victoria de Ucrania porque tiene un gobierno neoliberal que aprueba leyes antiobreras en plena guerra. No lo entiende. Le cuesta entender que haya personas que puedan apoyar a la gente trabajadora frente a leyes neoliberales, pero se abstengan ante una ocupación y una guerra absolutamente injusta. “¿Se puede estar contra Zelensky pero no estar por la retirada de Rusia fuera de Ucrania?” se pregunta con cara de sorpresa.
Olesia considera que la guerra es mucho peor que cualquier otro ataque: mueren personas, se destruyen fábricas y empresas, infraestructuras importantes, se rompe la cadena normal de producción, muchos servicios se paralizan, millones de personas tienen que huir y separarse de sus seres queridos…Todo el país sufre y quienes más sufren son las clases populares. Entonces, apoyar a los trabajadores ucranianos frente al gobierno Zelensky en sus ataques neoliberales está muy bien, pero no es consecuente quedarse de brazos cruzados ante la destrucción de un país por una potencia extranjera. La guerra lo condiciona todo. “Si no se para los pies a la ocupación imperialista rusa de los territorios de Ucrania, no es posible mejorar la vida de la clase trabajadora.”
Eso es lo que piensan personas que dirigen las dos principales centrales sindicales de Ucrania. Son sindicatos diferentes, a veces compiten entre sí, como ocurre en muchos otros países. Pero su discurso ante la guerra y ante lo que piden a los trabajadores y sindicatos internacionales es el mismo: que comprendan que deben apoyar su país frente al invasor, que no se abstengan. Es así como pueden apoyar a la clase trabajadora de Ucrania. Una vez ganen la guerra los demás problemas se podrán resolver mejor. Entre ellos el Donbas o Crimea. También las leyes laborales. Pero si Rusia ganara sería vivir bajo ocupación y dictadura. Como ahora pasa en Bielorrusia o peor.
Electricista, militante de CCOO desde 1969, despedido durante la ocupación de SEAT de 1971. Es amigo y colaborador de Sin Permiso.