Madrid no solo está en el centro geográfico del reino, sino también en el político; al menos hasta el 4 de mayo, fecha de sus elecciones autonómicas. A nadie se le escapa que lo que deparen las urnas en esa jornada va a determinar una parte importante del tramo final de la XIV legislatura y de la suerte de su gobierno de coalición progresista, así como de la propia derecha. La inestabilidad y la provisionalidad dominan la escena institucional. El bloque que gane las elecciones en Madrid y dentro de él, la fuerza que más robustecida salga, se hallará en condiciones de marcar (en parte) cómo encarar el siguiente tropiezo del régimen del 78. Al régimen se le acumulan y enquistan los problemas, a la vez que se le obturan las soluciones. En la legislatura de la Covid-19, primero fueron los presupuestos, luego las elecciones catalanas y ahora las de Madrid. El avance de los presupuestos depende en buena medida del dinero de las ayudas de Bruselas y de sus exigencias (reforma laboral, pensiones, vivienda, IMV). En el caso de los comicios catalanes, de la amnistía y la mesa de negociación que se halla estancada. Finalmente, en Madrid, la pelea estará en el voto.
Esta semana Pablo Iglesias anunció que abandonaba su puesto de vicepresidente segundo en el Gobierno para disputarle la presidencia de la Comunidad de Madrid a Díaz Ayuso. Iglesias lo hizo a la vez que proponía un acuerdo de unidad a Más Madrid que incluía, en caso de haberse producido, primarias para elegir quién debía encabezar la lista conjunta. Más Madrid rechazó la iniciativa, no sin antes recordarle el respeto que merece su labor de oposición de los últimos dos años. También esta misma semana, Ayuso se felicitó por la salida de Iglesias de Moncloa, a la par que intentó empequeñecer su peso y persona. Eso sí, por si acaso, no dudó en sustituir por “comunismo” la primera palabra de su slogan electoral que hasta ese momento rezaba como “socialismo o libertad”.
Tras la estocada murciana, han continuado a buen ritmo los saltos de tripulantes de ese barco medio hundido y sin rumbo que se llama Ciudadanos. A estas horas, el último es Ángel Garrido, exconsejero de transportes madrileño, ahora en C’s pero, que hace tres años y estando en el PP, sustituyó a Cifuentes como presidente autonómico. Por su parte, Ignacio Aguado, ex vicepresidente y cómplice de Ayuso en la gestión desastrosa de la Covid-19, dijo adiós poco antes a la vez que daba la bienvenida a Edmundo Bal como nueva cabeza de los restos del naufragio de C’s en Madrid.
Mientras zozobra el barco, las redes del PP, en su autodenominado proceso de reorganización del “centro derecha español”, siguen prestas al salvamento de tripulantes del barco “centrista”. Operación acompañada de una intensa corrupción institucional que pagan gustosos.
El cansancio y la apuesta por la abstención
La convocatoria madrileña está marcada por la Covid-19 y por sus efectos sanitaros, sociales, económicos y ecológicos.
La pandemia ataca a las personas y afecta la manera en que éstas desarrollan sus vidas. En el caso de Madrid, un territorio en el que desde hace 25 años percute sin descanso una gota neoliberal que ha ido horadando derechos, a la par que dibujando relaciones, el resultado no puede ser más desastroso.
Convivir y combatir la pandemia en las condiciones marcadas por el neoliberalismo extremo que nos gobierna constituye un enorme sacrificio físico, personal, humano y social para sus habitantes. Un sobreprecio perfectamente evitable o claramente mitigable. En Madrid hubo más muertes en las residencias durante la primera ola que en el resto de España, ha habido más contagios e infectados, menos personal sanitario, mayores colas del hambre, ninguna ayuda al pequeño comercio, desahucios o vecinos sin luz, como en La Cañada Real. Mucho se ha escrito sobre ello, incluidos artículos en Sin Permiso (aquí, aquí o aquí).
La derecha sabe que su campaña se apoya en el cansancio que vive la sociedad, en la pervivencia de la pandemia y en la desconexión entre la política oficial y la vida real. No quieren que en las elecciones se hable de su gestión, de los fondos del Estado que se escurrieron sin invertir en medios sanitarios, de sus contratos con el sector privado; de su incapacidad manifiesta para mejorar la vida de las personas y sus haciendas, salvo las de los multimillonarios, de su falta constante de iniciativa. Huyen de ese espejo como de la peste y se refugian, con el apoyo de la aplastante mayoría de los medios de comunicación, en un discurso vacío y trumpista en torno al falaz, que no inútil para sus fines, slogan de “comunismo o libertad”. Unos objetivos que persiguen solo movilizar a los suyos y dejar al resto en casa.
La unidad posible
Las derechas apuestan con descaro por la abstención. Durante esta campaña, nos espera un mes y medio de ruido intenso, imprescindible para que no se aprecie el silencio que acompaña su total vacío de propuestas. Para amedrentar, exhiben bravuconamente el músculo de las encuestas; esperan con ello negar sentido al útil hecho de ir a votar. Creen que la mayoría social que más necesitamos de la acción política del gobierno y de lo colectivo para preservar derechos y libertad, puede, en medio de la precariedad, los bajos salarios y el contagio, preguntarse legítimamente, qué sentido tiene ir a votar un martes en unas elecciones que todas las encuestas dan por perdidas. O incluso qué ventaja aportará entrar en el lío del papeleo del voto por correo, que, por cierto, la derecha ya empieza a desprestigiar.
Los maestros de la demoscopia señalan que la división en tres listas es la mejor opción para recuperar Madrid. De un lado, afirman que la llegada de Iglesias aleja a Unidas Podemos del fantasma del 5% y, del otro, que cada tendencia podrá, más libremente, movilizar a todo su electorado a condición de no pisarse la manguera en la jugada, pero con ello, no basta.
La oferta de Iglesias a Más Madrid mostró hasta qué punto el diablo se encuentra en los detalles. Estuvo mal hecha; minusvaloró la profundidad de la división existente en el espacio a la izquierda del PSOE, intentó remediar a golpe de titular un doble problema que debe ahora forzosamente buscar otras vías para revolverse. Nos referimos, por una parte, a la recomposición del espacio a la izquierda del PSOE, algo que obliga a mucho diálogo, paciencia y que no cumple con los plazos de la Junta Electoral; y otro, no menos serio que el anterior, al que sí debe encontrársele salida antes del 4 de mayo: las fórmulas de unidad imprescindibles para poder ganar a la envalentonada derecha. Porque ya vimos y sabemos que no basta con movilizar a la propia parroquia de cada una de las partes para sumar más votos que las derechas. Jesús Gago lo explica muy bien en su artículo en Nueva Tribuna “Izquierdas. Ir divididas aumenta la abstención”. En este texto, apoyándose en las cifras de participación y los barrios en las elecciones del 2015 y 2019, señala como, a la tradicional menor participación electoral en las zonas populares, se le sumó en 2019 la división en tres listas que todavía redujo aún más la afluencia a los colegios electorales.
Construir la unidad, la posible entre las tres izquierdas (PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos) representa un problema que, de no resolverse, afectará seriamente la posibilidad de conquistar Madrid y contar con un gobierno que proteja los intereses de la mayoría. La población ve, junto a su empobrecimiento, lo mucho que cuesta, simplemente, que la atiendan en el centro de salud. En consecuencia, sabe muy bien que costará mucho más poner un gobierno decente en la Puerta del Sol. Hace falta mucha fuerza para lograrlo y para ello es condición sine qua non la máxima unidad. No unidad en general, sino la posible e inmediata ya, la que acepten las partes. Unidad en la política, pero que debe también reflejarse en la calle y en la pluralidad su tejido asociativo.
Una unidad que ha de apoyarse en pocas medidas, pero con tintes de claro rescate ciudadano, de respuesta a la emergencia, sanitaria, social, económica y ecológica que sufrimos. Los objetivos de la Agenda 2030 compartida y reconocida como motor por todos los actores sociales y políticos pueda otorgar el marco necesario. Ahora bien, se trata especialmente de poner fecha y blindar recursos para poder abrir todos los centros de salud y contratar las plantillas prometidas. Lo mismo en la educación pública. Es esencial garantizar la máxima extensión posible de la Renta Mínima de Inserción y su no contraposición al Ingreso Mínimo Vital. Es imprescindible congelar todo desahucio sin alternativa habitacional y usar los dos años de legislatura (por imperativo legal, en 2023 habrá elecciones) para levantar la manta de la corrupción que el PP, con la tapadera de C’s ha mantenido también estos dos años y que ahora con de Vox de aliado, pretende prologar y asegurar.
Movilizar por el voto pasa por lograr la unidad alrededor de medidas concretas y prácticas de gobierno que cambien la vida de la mayoría. Sin esa unidad, sin tales medidas y sin la movilización común por ellas, Madrid seguirá en el centro, pero las izquierdas perderán la oportunidad electoral de colocar en el centro del debate lo que de verdad ahora importa contra el PP y Vox.
Carlos Girbau es concejal de Ahora Ciempozuelos y amigo de Sin Permiso.