Tu poder radica en mi miedo;
ya no tengo miedo,
tú ya no tienes poder.
(Séneca a Nerón)
Han pasado cinco años desde que, en octubre de 2017, una mayoría de la población catalana pusiera en jaque al régimen monárquico y ejerciera democráticamente el derecho a reclamar su propio estado y su relación con los otros pueblos de la península. No ha habido, ni hay, en toda Europa una movilización que durante tantos años haya sostenido su fuerza de masas, su mayoría parlamentaria, haya soportado la represión y mantenido el reto a un estado que no permite el ejercicio de un derecho básico democrático, la autodeterminación.
Se pueden tener visiones diferentes sobre su significado, pero nadie podrá negar que el 1 de octubre de 2017 más de dos millones de personas ejercieron su derecho a votar, en unas urnas que ni el CNI logró encontrar, y que el 3 de octubre hubo una respuesta mucho más masiva en protesta por la durísima represión policial. Durante unas semanas las calles fueron del pueblo movilizado y el poder del estado estuvo asustado, desorientado y con poca capacidad de respuesta. Después el estado descargó todo su arsenal represivo: la práctica suspensión de la autonomía con la imposición del artículo 155 y la barra libre para que la policía y el poder judicial empezaran a perseguir y detener a los dirigentes de la rebelión y a las más de 4.200 personas encausadas.
Ni así lograron desactivar el movimiento. Las manifestaciones continuaron siendo masivas y en las elecciones de 2017 y 2021 el bloque independentista alcanzó la mayoría posible para formar gobierno. Evidentemente, el conflicto tuvo también repercusión a nivel estatal. En 2019, el PP perdió las elecciones y se formó una nueva mayoría con el apoyo de las izquierdas y las fuerzas soberanistas e independentistas.
Desde el poder judicial y las derechas se lanzó la antipropaganda de que la rebelión catalana había sido un “golpe de estado”. ¿Un golpe de estado de un pueblo que no tiene estado? ¿Un golpe sin armas? ¿Una acusación de quienes ni siquiera condenan el golpe franquista? El verdadero sentido de tamaña mentira es ocultar el carácter de masas, democrático, popular y republicano de la rebelión catalana. ¡Eso es lo que no quieren reconocer!
Como siempre que una revolución o una rebelión no llega a realizar sus objetivos, aparecen los agoreros que se preguntan si valió la pena el esfuerzo. ¡Y tanto que valió la pena! Se perdió el miedo y el pueblo descubrió la fuerza liberadora de su movilización, tomó conciencia de lo que podía hacer, mayoritariamente rompió con el régimen monárquico identificado con la represión y la corrupción y se abrió una perspectiva republicana, en Cataluña sin duda, pero también en sectores del conjunto del estado. En las elecciones catalanas de 2021, el 50,73% fue un voto independentista y el 57,88% un voto de izquierdas (incluido el del PSC). Y aunque en las encuestas se aprecia un ligero descenso del apoyo independentista, más del 70% sigue siendo favorable al derecho a decidir.
Cinco años después, el balance no es solo un tema catalán. Frente a la crisis monárquica y del régimen del 78, la rebelión catalana fue una oportunidad para dar pasos en todo el estado hacia una salida republicana. Lamentablemente las izquierdas no comprendieron que una alianza entre todas ellas para defender un derecho democrático hubiera sido útil para luchar contra las derechas y la monarquía. Más aún, hubiera cortado la reacción anticatalana y anti derechos democráticos. Se pusieron de perfil, algunos hasta se creyeron eso de que la movilización era una cosa de burgueses, cuando de lo que se trataba, y se trata, es de abrir una perspectiva republicana para garantizar una convivencia constructiva. Desplazar a la oligarquía española interesa a las clases trabajadoras de todo el estado, tanto para mejorar social y económicamente como democráticamente reconociendo el derecho a decidir. Un nuevo contrato social y político, republicano, para el conjunto del estado también forma parte de este balance.
Aprendiendo de la historia
Quien piense que este proceso ha sido una fiebre pasajera no tiene el mínimo conocimiento histórico. Desde principios del siglo XX el movimiento de emancipación nacional catalán ha estado muy presente y determinado, en muchos momentos, la política española. Entre los años 1906-1909, Solidaritat Catalana, una coalición de todas las fuerzas catalanistas de derechas e izquierdas, obtuvo 41 de los 44 escaños que se elegían en Cataluña para las Cortes españolas. La coalición saltó por los aires cuando los sectores más proburgueses, los Cambó y Prat de la Riba, la rompieron temerosos de la influencia de los sectores republicanos más a la izquierda. La coalición tampoco pudo soportar la Semana Trágica de 1909 (un levantamiento popular contra el envío de tropas a la guerra en África), en la que el movimiento obrero barcelonés se expresó de forma independiente y se sintió abandonado por el republicanismo burgués. Fue el inicio, que ha perdurado hasta ahora, de una compleja relación entre los intereses de las clases trabajadoras y el movimiento nacional.
Otra ocasión se presentó con la gran crisis en la Primera Guerra Mundial. La neutralidad de España permitió a la burguesía, especialmente a la catalana, un enorme enriquecimiento gracias a las necesidades de los contendientes europeos. Pero eso no mejoró las condiciones de vida de la clase trabajadora ni las condiciones de Cataluña. En 1917, coincidieron una grave crisis social (huelga general en agosto) con una Asamblea de Parlamentarios en Barcelona (julio) reunida para “deliberar y resolver sobre la organización del Estado, la autonomía de los municipios y los demás problemas que las circunstancias plantean con apremio inaplazable para la vida del país”. Una asamblea opuesta y alternativa a las Cortes de Madrid que habían sido clausuradas. En esta ocasión el movimiento social de las clases trabajadores y el movimiento nacional tampoco aunaron esfuerzos para liberarse de la opresión social y nacional.
El movimiento obrero pasó a ocupar el primer plano. El ejemplo más potente fue la huelga de la Canadiense que durante 1919 paralizó la industria durante 44 días y conquistó la jornada de 8 horas. Como balance de esas experiencias se intentó formar un partido o un movimiento que representara esa relación entre el movimiento obrero y el republicanismo catalán. Las figuras que tenían que encabezarlo eran el abogado Francesc Layret y el cenetista Salvador Seguí, “El Noi del Sucre”, pero el terrorismo patronal acabó con sus vidas. Layret fue asesinado en noviembre de 1920 y Seguí en marzo de 1923. Quizás ese intento frustrado debería formar parte del debate actual.
Cuando en 1931 llegó la II República, Francesc Macià proclamó en Barcelona la república catalana. En 1934, ante el avance de las derechas, el president Companys proclamó “la república catalana dentro de la república federal española”. En ambos casos no se pudo mantener. Hubo que soportar la larga noche del franquismo para que reapareciera la exigencia de autodeterminación de Cataluña, y el País Vasco y Galicia, y prácticamente todos los partidos de izquierda, ¡sí, incluido los socialistas!, la defendían en sus programas. Era tanta la presión y la preocupación de los continuadores del franquismo que tuvieron que legalizar el primer 11 de Septiembre en 1976 en Sant Boi, cuando todavía no hacía ni un año que había muerto el dictador. Centenares de miles de personas se manifestaron con la exigencia de amnistía para los presos, plenas libertades y derechos nacionales. La transición desvió la resolución del problema y solo consiguió retrasar el conflicto otra vez más. Disculpe el lector este largo recorrido histórico necesario para entender que han acabado en fracaso todos los intentos del unionismo español, que la solución positiva vendrá del ejercicio del derecho de autodeterminación. Es el sentido de las palabras de Jordi Cuixart, que fue presidente de Ómnium, cuando ante los jueces que le condenaron declaró: “Ho tornarem a fer” (Lo volveremos a hacer)
Los ciclos políticos
Los procesos sociales nunca son un camino en línea recta. Lo normal es que después de que las aguas alcanzan un determinado nivel, el que representa la fuerza y organización de la movilización, tienda a bajar. Lo importante es valorar correctamente si se trata de un parón circunstancial, de un retroceso momentáneo o una depresión profunda. En la Rusia de principios de siglo XX se necesitaron 12 años desde la revolución de 1905 hasta la de 1917. En uno de sus aniversarios, Lenin escribió: “todo el mundo comprende que esa (nueva) ofensiva no se puede producir artificialmente, según el deseo de los socialistas o de los obreros avanzados. […] Para prepararla, debemos atraer a la lucha a los sectores más atrasados de los obreros, debemos dedicar años y años a un persistente, amplio e infatigable trabajo de propaganda, agitación y organización”.
Tras el inicio de la dictadura de Primo de Rivera en 1923 se necesitaron 8 años para el advenimiento de la Segunda República. Después de las jornadas de octubre de 1934, tras los fracasos de la Comuna asturiana y de la rebelión en Cataluña, solo transcurrieron dos años para que estallara la revolución contra el fascismo. Joaquín Maurín, uno de los dirigentes del POUM publicó un recomendable libro, Hacia la segunda revolución, con la intención de sacar el balance y definir objetivos de futuro. Escribió: “Esta es la disyuntiva histórica. Socialismo libertador o putrefacción fascista”.
Por eso, es tan importante ahora reconocer el punto en el que estamos, qué lecciones se pueden extraer y cuáles deberían ser los pasos para seguir adelante.
Una bifurcación
Durante todos estos años la lucha contra la represión ha concentrado prácticamente todos los esfuerzos. Ha sido una lucha defensiva necesaria que no ha sido acompañada de la reflexión y el acuerdo para emprender nuevos retos. Los conflictos entre Junts y ERC en la disputa sobre la hegemonía del movimiento han determinado el debate político y la acción del govern. En el fondo, todo han sido intentos de los sectores provenientes de Convergencia para seguir manteniendo la hegemonía perdida. Primero fue la errática etapa de Torra, luego retrasar e hipotecar al máximo la formación del govern tras las elecciones de 2021, el intento de colocar por encima de partidos, instituciones y entidades al Consell de la República presidido por Puigdemont o la oposición, sin ninguna otra alternativa a la mesa de diálogo (porque no parece alternativa la enésima amenaza de proclamar la república ¿por qué no lo hizo Torra?)
Este 11 de septiembre todo lo que estaba larvado salió a la superficie, crisis en el govern, posiciones diferentes entre la ANC y Ómnium, desorientación en el movimiento. La participación volvió a ser importante porque siguen las razones para seguir luchando, pero se ha mostrado lo que desde algunos sectores se venía reclamando: la necesidad de un replanteamiento de los medios y las condiciones para una nueva ofensiva política y de movilización. Porque la unilateralidad no tiene fuerza y la mesa de diálogo tampoco obtiene resultados.
No es fácil volver a definir una nueva hoja de ruta para la emancipación nacional cuando hay una situación de desconcierto y de déficit de auténtico debate político, y sobre todo porque sigue demasiado presente el choque y el insulto que genera la impotencia y que siempre ha sido el caldo de cultivo para las posiciones más cerradas. A menos apoyo y más aislamiento, más radicalismo de boquilla.
Algunas ideas están generando debate. Por ejemplo, el discurso del actual presidente de Ómnium, Xavier Antich, que dijo en la Diada del 11 de septiembre: “Necesitamos un nuevo marco estratégico para el movimiento de liberación nacional. Y utilizamos la palabra estrategia en un sentido potente: el arte de crear poder. Tenemos mucho, pero nos hace falta más. […] En nombre de Ómnium, nos comprometemos a hacer posible un nuevo marco para el movimiento. Y un nuevo marco es un NUEVO marco, no estamos hablando de recuperar fórmulas que no han funcionado. Nos hacen falta nuevas complicidades: una complicidad renovada entre los que ya estamos, partidos y entidades. Pero también una complicidad entre nuevos agentes que, hasta ahora, no han participado en el debate estratégico. Es muy sencillo: la fórmula de estos cinco años de bloqueo ya no sirve. Nos hace falta nuevas maneras, nuevas sensibilidades y nuevas voces”.
Esta reflexión pone encima de la mesa dos políticas y dos caminos. El de la ANC, “acelerar” el proceso para la independencia como un acto de pura voluntad o la suma de alianzas, de nuevos actores, asociaciones y entidades, de respuesta a los graves problemas sociales en los que la autodeterminación y la república catalana sea una respuesta a los problemas democráticos y también a los de la mayoría social que debería darle apoyo.
Quizás la crisis mostrada en torno a la Diada permita abrir con calma los debates y las decisiones que durante estos años han ido postergándose. Por ejemplo, Anna Gabriel, la dirigente de la CUP que estuvo exiliada, ha declarado: “Ni la mesa de diálogo con el estado español nos llevará al ejercicio del derecho de autodeterminación, ni la aprobación de la DUI en un parlamento nos llevará a ser independientes, ni poner sobre la mesa un nuevo referéndum es la última solución, y lo plantea la CUP. Porque, justamente, cualquiera de estas opciones se ha de contemplar, pero no como un dardo contra quien lo defiende, sino que se han de contemplar todas las opciones para poder apuntalar este análisis complejo”.
Reunir las fuerzas para un nuevo empuje implica la confluencia entre las exigencias nacionales y democráticas con políticas sociales con las que afrontar la crisis que tanto afecta a las familias trabajadoras, a los que viven del campo o a la pequeña propiedad. Se necesita dialogar y llegar a acuerdos prácticos con el sindicalismo de clase, con el municipalismo, con los diferentes movimientos, feminista, climático, mareas, etc. Hace cinco años se llegó muy lejos y se acumuló mucha fuerza, pero también se comprobó que solos no es posible vencer.
Construir estos nuevos objetivos tiene que ser una tarea de todos y todas, partidos, entidades y movimientos. Unos objetivos compartidos, como lograr la libertad, la amnistía, para todos los encausados y exiliados. La exigencia de un referéndum para que el pueblo decida si quiere una república. Un plan político y social para enfrentar la crisis que tanto afecta a las familias trabajadoras. Unas alianzas con las izquierdas soberanistas e independentistas del conjunto del estado.
Cinco años después, una cosa está bien clara, la movilización del pueblo es la base para generar una alternativa política. No basta dar un susto a la monarquía y a las clases dirigentes, hace falta una verdadera y concreta perspectiva republicana.
Sindicalista, es miembro del comité de redacción de Sin Permiso.