Las cinco marchas que acabaron ayer en Barcelona han vuelto a marcar un hito histórico de movilización del pueblo catalán. 750.000 personas, según los organizadores, 550.000 según la guardia urbana. Pero, además, en las capitales de provincia y otras ciudades catalanas se movilizaban al mismo tiempo otras decenas de miles: 60 mil en Girona; 30 mil en Lleida; 10 mil en Tarragona y también en más ciudades.
Las marchas «por la libertad» confluyeron el viernes con la huelga general convocada por dos sindicatos independentistas, CSC e IAC. La huelga tuvo un seguimiento notable en sectores como la enseñanza, la administración, el transporte, servicios, aunque mucho menos en la industria. Sin embargo, logró parar la principal fábrica del país, el fabricante de automóviles SEAT-VOLKSWAGEN, algo que nadie, ni los propios sindicatos convocantes, esperaban. Pero la propuesta de no trabajar surgió de la empresa y fue consensuada con los sindicatos UGT y CCOO (mayoritarios), ante la evidencia de que no llegarían los suministros ni los trabajadores ante los cortes de carretera que estaban habiendo. La movilización ha pasado por encima de CCOO y UGT, los dos principales sindicatos. Para hacer una profunda reflexión.
Fraternidad y organización republicana
El transcurso de las marchas fue un encuentro de fraternidad republicana. Cada pueblo iba sumando su propia gente conforme pasaba por su tramo de carretera, autovía o autopista. Aplausos. Recibimientos con canciones y consignas. Gritos de alegría. Músicos que tocaban canciones populares conocidas y que eran cantadas por los participantes. Las marchas han sido una expresión de libertad, de felicidad, de orgullo, de reencuentro del pueblo consigo mismo. Charlas durante el camino, confraternización. Más allá de las clases sociales, había un objetivo común y transversal: el rechazo de la sentencia infame, vengativa, de odio al independentismo y hacia unas ideas, que ha recaído en nueve personas condenadas a más de cien años.
En la noche anterior las ciudades que acogieron a las personas que caminaban desde hacía dos días, organizaron todo el avituallamiento como el mayor catering profesional jamás visto. En la marcha que yo participé, en la ciudad de Martorell, durmieron 1.500 en un pabellón habilitado por el Ayuntamiento. Mesas, sillas, comida, lugar para dormir. Centenares de voluntarios estuvieron trabajando para tenerlo todo listo y también para solventar lo imprevisto. Durante el camino y a la llegada a la ciudad de Barcelona había equipos médicos, suministradores de agua, de tiritas para las ampollas en los pies, etc. Organización, planificación, esperanza. Una autoorganización y fraternidad que anuncian el nuevo tipo de régimen social y político que quieren los catalanes.
Las marchas han mostrado la capacidad del pueblo catalán de sobreponerse y organizarse ante una dura e injusta sentencia que trata de escarmentar a todo un pueblo. Pero han mostrado algo más: que la resistencia y la lucha van más allá de los independentistas. Que son «un solo pueblo». En efecto, esa sentencia ha hecho revivir el «espíritu del 3 de octubre» de 2017, el día en que salieron en una «huelga de país» centenares de miles a expresar su indignación por las brutales cargas policiales del 1 de octubre.
Els carrers serán sempre nostres (las calles serán siempre nuestras)
Dos años después, la sentencia de venganza. Además, declaraciones de todos los líderes de los partidos del régimen amenazando a autoridades y pueblo catalán con aplicarle nuevos castigos y vejaciones si no la aceptan. La chulería y el odio al pueblo catalán han tenido una respuesta masiva, valiente, contundente, en las calles. «Els carrers serán sempre nostres» se oía por doquier y la gritaban grandes, chicos, jóvenes, mujeres y hombres. Lo que ha hecho esta sentencia a nivel del pueblo es unirlo, determinarlo aún más a «acabar lo que empezamos el 1 de octubre», o sea, la autodeterminación, la república. Muchas carreteras de Catalunya siguen cortadas. La idea de independencia va ganando nuevas capas sociales.
Fora les forces d’ocupació (fuera las fuerzas de ocupación)
Pero frente a esta voluntad pacífica de buscar una solución pacífica y negociada, de buscar un diálogo abandonando la vía judicial, el régimen y sus partidos se empeñan en la vía represiva. La policía nacional (española) ha cargado duramente estos días contra jóvenes que la increpaban. Empezó en la acción del aeropuerto, tirando pelotas de goma prohibidas en Catalunya, reventando un ojo a un joven y con heridos. Y ha ido siguiendo, incrementando la tensión con actuaciones chulescas, atacando a jóvenes, a personas mayores, agrediendo sin motivos, atacando a periodistas por ejercer su labor informativa. Tan es así que diversas organizaciones de Derechos Humanos y otras han llamado al orden a detener esas prácticas, como Amnistía Internacional o el Colegio de Periodistas.
Los jóvenes se han sumado a esta movilización con un espíritu de revuelta. Son los mismos que han visto cómo entraba la policía en sus colegios, destrozaba puertas y ventanas, tiraba por el suelo a sus padres o abuelos, disparaba. Son los que saben que cuando acaben los estudios, la universidad o ya sin trabajo, no tienen futuro. Y la sentencia contra políticos que les llamaban a responder pacíficamente les ha indignado mucho, mucho. Sólo bastó las provocaciones de la policía, la nacional y la de los Mossos «para mantener el orden». Lo que dice la gente, los jóvenes, es: «todo estaba en paz hasta que llegó la policía». Por eso hoy el grito unánime de la manifestación en Plaza Urquinaona, frente a la comisaría de Policía Nacional ha sido: «¡fuera las fuerzas de ocupación!». Días atrás el Parlament aprobaba una resolución pidiendo la retirada del cuerpo de guardia civil. Ahora la calle exige que se vaya también el de policía nacional. Si sigue la presión popular, se tendrán que ir. En estos momentos (22h), una manifestación sigue gritando del cuartel de policía nacional que se vayan.
Buch dimissió (¡Buch- consejero de interior- dimisión!)
La represión no sólo viene de esos cuerpos policiales de España, dedicados en principio sólo a defender algunos edificios y servicios del Estado, como Gobierno Civil, aeropuertos, fronteras. El cuerpo policial propio, los Mossos, que es el que tiene las competencias de orden público, está también en el punto de mira. Su actuación en estos días ha mostrado que la «perfecta coordinación entre todos los cuerpos policiales bajo el mando de los Mossos», en realidad es la protección a los desmanes de la policía nacional y a los propios. Nada de «proporcionalidad».
La Generalitat está entrampada, entre la espada y la pared: o aplica las directrices que vienen de Madrid y obliga a «acatar la sentencia» o pende la amenaza de sustituir el mando de los Mossos por mandos policiales españoles. En el fondo la Generalitat actúa desde hace dos años como si el artículo 155 aún estuviera vigente. De ahí que las proclamas «independentistas» de Torra no se las cree nadie, y crece la indignación ante la parálisis de una Govern que se somete cada día en los hechos a los tribunales españoles, a las políticas neoliberales que castigan al pueblo más empobrecido y no toma ninguna iniciativa.
Gabinetes de crisis
La situación de Catalunya ha provocado la creación de gabinetes de crisis tanto en el gobierno catalán como en el español. Cada día se reúnen para ver cuál es la situación de la calle en Barcelona y otras capitales. Incluso dos veces. En Madrid Pedro Sánchez prepara con PP y Ciudadanos una respuesta represiva (el ministro del Interior habla de aplicar penas de 6 años a los «independentistas violentos»). Pero si lo hace, eso sólo incrementará la tensión y las batallas con la policía. No se les ocurre nunca una solución política. El jefe de Govern catalán, Torra, ha pedido desesperado una reunión urgente a Sánchez, pero a éste «no se le encuentra».
La juventud que participa en los enfrentamientos son aún minoría. Hay policías infiltrados, pero hay muchos más que no lo son, algunos menores. Los heridos de estos altercados ya son muchos, hay 18 hospitalizados, tres han perdido un ojo y uno en estado muy grave. Pero los jóvenes no tienen miedo por los motivos que hemos explicado. No son «extranjeros», ni siquiera antisistema, hay que son independentistas y quienes no lo son. El Ministro del Interior español y el Conseller de los Mossos se dedican ahora al unísono a engañar y tergiversar la opinión pública. La mayoría de los jóvenes tienen una profunda indignación por la injusticia. Eso les toca a todos, los que participan pacíficamente en las marchas y los que se revuelven contra la policía. «Ja n’hi prou!», ya es suficiente.
Lo que empieza a estar en cuestión es un régimen que ya está en su fase final. Los últimos coletazos de todo régimen caduco suelen ser muy represivos, pero también son los que acaban de decantar al pueblo que hasta entonces estaba dudando si sumarse a la rebelión o no. La juventud es la llama de las revoluciones.
Alfons Bech Peiró