América Latina se encuentra en ebullición. Empezó la crisis en Perú, donde el intento de “amnistiar” a Fujimori el pasado 24 de diciembre, produjo la mayor movilización espontánea en muchos años. Luego siguió la crisis institucional y bloqueo ante el cierre del Parlamento.
Pero a ese comienzo le ha seguido la irrupción en las calles de millones de personas en Ecuador, en Chile, en Bolivia y ahora en Colombia. Uno tras otro entran en la lucha países de la América andina, como si un fantasma los estuviera recorriendo. ¿Qué está pasando?
Sin duda cada país entra en ebullición por su propia situación; problemas larvados durante años, décadas. Y lo hace en función de las políticas que se están aplicando en cada uno de ellos, pero que son similares o afectan similarmente a la mayoría de la población. Sin embargo, cada uno tiene su particularidad.
Ecuador apareció ingobernable cuando Moreno trató de aplicar medidas draconianas de ajuste, entre ellas el aumento de los combustibles. Empezaron los cortes los indígenas, pero se acabó sumando la parte pobre de la población, en particular en los barrios obreros de Quito.
Chile reventó por la aplicación de los planes neoliberales desde la dictadura de Pinochet. La Constitución pinochetista es la garantía de los poderes oligárquicos que siempre han gobernado y contado con el apoyo de la socialdemocracia. La chispa fue el aumento de 30 pesos al billete de metro, pero, como decían los manifestantes universitarios, “no son 30 pesos, son 30 años”.
En Bolivia empezaron su protesta capas pobres y de clase media, marginadas por el gobierno del MAS y Evo Morales, pero fue la derecha racista y militarista quien transitoriamente ha tomado el timón a través de un golpe cívico-militar, con el argumento y excusa de fraude electoral (no demostrado todavía por ninguna institución).
Colombia ha entrado en esta vorágine a partir de la frustración de muchos aspectos que tienen que ver con las aspiraciones que esperaba el pueblo a partir de la firma de los acuerdos de paz con la guerrilla, pero que no se han traducido en ningún cambio ni en la paz, ni en la economía.
Tres gobiernos neoliberales y otro directamente golpista siguen tratando de mantener el timón del barco mientras las olas de la tempestad siguen. Y, a diferencia de una década atrás, al otro lado no existe tampoco ya ninguna referencia de la revolución bolivariana que pueda ofrecer una alternativa inmediata, ante su desgaste, su burocratización, el aburguesamiento y corrupción de sus líderes. En definitiva, su descrédito ante los ojos de millones de masas trabajadoras, campesinas e indígenas. Lo que no quiere decir que esas direcciones no cuenten todavía con influencia de muchísimos seguidores y sean vistos aún por amplias capas como “mal menor”.
Desde Europa se nos aparece una visión de conjunto del continente sudamericano como el principio del fin de una época. Es un momento de tránsito hacia una nueva situación. Las políticas neoliberales, de la que Chile era su mayor expresión, ya no van más. Los ajustes que el FMI, Banco Mundial y poderes imperialistas querían aplicar, no pasan. El pueblo ya está harto, ha dicho ¡basta! Y se expresa de mil maneras la idea de que hay que luchar “hasta que la vida valga la pena”.
Pero quizás la característica -común también a Europa, a Estados Unidos, a Hong Kong- es que son las generaciones más jóvenes las que presiden las movilizaciones. La lucha ya es por su propia vida y las de todas las generaciones; por el futuro del planeta ante el cambio climático; por la preservación de la naturaleza, devastada más que nunca en la última década; por la dignidad humana; por la democracia entendida como una sociedad libre de abusos, de corrupción, con poderes acotados y transparentes.
En Chile el intento de la oligarquía de abortar la movilización por la Asamblea Constituyente no ha resultado y ha dividido la izquierda. En Bolivia veremos si el acuerdo del MAS y la golpista Áñez para las elecciones, frena el golpismo o le da alas. Parece pues que la alternativa está entre poderes dictatoriales o un nuevo tipo de poder popular, políticamente enmarcado por la consigna de Asamblea Constituyente en el caso de Chile y otros países, como Panamá. No parece ser una vuelta a poderes “progresistas”, ni a simples acuerdos de reformas entre la reaccionaria y pro-golpista derecha latinoamericana e izquierda reformista. Estamos en un momento de tránsito, inestable. Veremos.
Desde Europa estamos a la expectativa y a la vez nos sentimos parte de ese futuro. Somos solidarios en la lucha contra el golpe en Bolivia, por la amnistía y retorno de Evo Morales. Somos solidarios con los represaliados, muertos y heridos y sus familias en Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia y queremos el castigo de los responsables. Pero, sobre todo, esperamos que esta situación transitoria vaya desarrollando y fortaleciendo con la lucha nuevas formas de poder popular que permitan dar un paso adelante hacia una nueva perspectiva de lucha por un cambio de estructuras democráticas y un verdadero socialismo internacional.