La caída de Kabul

20 años después de la invasión imperialista de Afganistán, como reacción a los atentados de Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001 en EEUU, los Talibán han vuelto a entrar victoriosos en Kabul.

Es difícil imaginar una imagen más patética de la derrota occidental que las imágenes de los milicianos islamistas ocupando el palacio presidencial mientras los helicópteros americanos evacuan a los diplomáticos y nacionales de los países de la OTAN y se alzan las columnas negras de la quema de sus documentos reservados en las embajadas.

El secretario de estado Blinken ha tenido la desfachatez de afirmar que la retirada de EEUU tenía lugar tras cumplir el objetivo de acabar con los responsables de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Y el presidente Biden ha reconocido que no existían intereses estratégicos que justificasen los más de 80.000 millones de dólares despilfarrados en una guerra interminable que ha costado más de 150.000 vidas afganas, unas 6.000 bajas estadounidenses entre militares y contratistas y otras 3.500 de las tropas aliadas, incluyendo 102 españoles. Pero hoy Al Qaeda y Daesh siguen siendo un peligro en Afganistán, Siria, Irak y media docena de países africanos.

El desmoronamiento del gobierno afgano, con un ejército de 100.000 hombres y 50.000 comandos de las fuerzas especiales entrenados por EEUU y la OTAN, ha consensuado una explicación: la corrupción. Durante veinte años se ha alimentado una máquina de repartir prebendas entre empresas, contratistas, funcionarios, facilitadores y tropas de las que los principales beneficiarios no eran solo la élite afgana.  Durante veinte años se convirtió a las ciudades en fortines contra-insurgentes donde se impulsaba una “democracia islámica ejemplar” (sic), mientras se bombardeaba las zonas rurales hasta devolverlas a la edad de piedra.

La estafa ha sido aún mayor, teniendo en cuenta que los Talibanes, Al Qaeda y las demás milicias islamistas fueron financiadas, entrenadas y armadas por EEUU y Pakistán para luchar contra la URSS y sus aliados afganos del PDPA. Que el primer gobierno Talibán en Kabul fue saludado como una victoria propia por la Administración Clinton en 1996, después de cuatro años de guerra civil entre las fracciones islámicas. Y que, desde hace un año, primero la administración Trump y después Biden han negociado con los Talibanes, que aun forma parte de la lista de organizaciones terroristas, la salida de Afganistán de las tropas de EEUU, a espaldas del gobierno de Kabul.

Los Talibanes volverán a imponer un régimen teocrático islamista, en el que la misma noción de derechos humanos o de igualdad es un absurdo. Ya han iniciado una cacería de periodistas y mujeres comprometidas, impuesto el uso del burka y excluido a las niñas mayores de diez de los colegios. Hay que esperar que decenas de miles de desplazados y refugiados, muchos de ellos de las minorías étnicas como Hazaras y Tadyikos, intenten huir de Kabul.

La única palanca que le queda a la “comunidad internacional” es negociar e intentar influir en el nuevo gobierno Talibán. Es lo que están haciendo no solo Pakistán, su principal protector, sino Rusia y China, que ven en este nuevo Vietnam de EEUU la oportunidad de una victoria geopolítica. El gobierno Talibán buscará, con el apoyo de ellos y de Arabia Saudí y sus aliados del Golfo, conseguir rápidamente su reconocimiento internacional en nombre de la estabilidad regional.

El gobierno español ha prometido evacuar a decenas de afganos que colaboraron con las tropas españolas. Queda pendiente una política de asilo y refugio para quienes huyan de la reacción islamista Talibán. Y sobre todo un balance de la intervención española en la larga guerra de la coalición internacional en Afganistán. Parece imprescindible una comisión parlamentaria que establezca ante la ciudadanía el porqué de esa participación, cuánto costó y hasta qué punto valió la pena el sacrificio de 102 soldados españoles.

La retirada de EEUU de Afganistán y su derrota ante los Talibanes es una señal de la debilidad del imperialismo, del recrudecimiento de las tensiones geopolíticas y el anuncio de una nueva fase de desorden internacional.