Las cerca de cien mil gargantas que gritaron el sábado 16 de octubre en Roma “Nunca más fascismo” tomaron las calles para responder al asalto por grupos de esta ideología a la sede de la CGIL. El ataque se había producido una semana antes en el marco de una manifestación antivacunas. Se trata de un hecho gravísimo que no ha dejado a nadie indiferente. Prueba de ello es que en muchas ciudades de Europa y en varias ciudades del Reino de España hubo concentraciones de protesta contra dicho asalto.
La Covid-19 ha desnudado el fondo de la Unión Europea. Un marco de 500 millones de personas en el que los derechos menguan bajo la presión de las grandes compañías, los bancos y los gobiernos que les sirven. Un espacio en el que avanzan la precariedad, el racismo y la pobreza al calor de la concentración de una riqueza obscena y de unas leyes que imponen un orden basado en la insultante desigualdad y la feroz competencia entre sus diversas poblaciones. La clase trabajadora europea es cada día más multiétnica y plurinacional y se halla cada vez más necesitada de un lenguaje común. Un lenguaje que solo puede partir del respeto a los pueblos y a los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad republicanas.
En vez de ello, la UE y sus instituciones amparan leyes y políticas restrictivas, xenófobas y antidemocráticas que constituyen el lecho en el que prosperan fuerzas como Vox en España, Orban en Hungría, partidos como Ley y Justicia en Polonia o Fratelli y Forza Nuova en Italia. La falta de perspectiva en un cambio social hacia la izquierda ha ido creando, junto con la profundización de la desigualdad y la normativa que la ampara, el caldo de cultivo para culpar de la crisis y del recorte de derechos al inmigrante, a la mujer que protesta contra la violencia de género o al trabajador que exige sus derechos. En resumen, la guerra del penúltimo contra el último.
Las derechas, desde el PP hasta Vox, quieren hacer creer que, maltratando a las minorías, expulsando a los que vienen de fuera e imponiendo la mano dura de los tiempos negros del franquismo la situación mejoraría.
Ese es el mensaje de la brutal irrupción de las bandas fascistas en la sede de la CGIL. Pero, atención, eso es también lo que hay detrás de los fascistas que recorrieron el barrio de Chueca de Madrid; o cuando se maltrata a una mujer, a un inmigrante o a un homosexual y la extrema derecha lo aplaude o no lo condena.
El fascismo representa el recurso de los poderosos para mantener su dominación, para enfrentar entre sí a la población trabajadora, para fragmentarla. Ahora bien, si los fascistas logran atraer la mirada se debe a la falta una perspectiva social y democrática. Las izquierdas con más apoyo dudan y se encogen ante unas tareas que obligan a modificar profundamente muchos aspectos en un orden injusto y muy poco democrático. Agarrarse a ese marco, que ya no da las respuestas necesarias, no sirve para frenar a la derecha extrema ni para preparar cambios favorables a las clases trabajadoras. Nos hallamos en un momento en que la movilización resulta imprescindible, pero ya no es lo único suficiente.