Hace mucho tiempo que en Madrid no se escucha ese famoso dicho que nos habla de antesalas celestiales, porque el Gobierno de la región lleva décadas empeñado en hacer de las vidas de la ciudadanía madrileña un verdadero infierno en la tierra. Poco a poco, sin prisa pero sin pausa, el Ejecutivo madrileño se ha convertido durante sus muchos años de gobierno en la punta de lanza de las políticas más ultraliberales de todo el Estado. En su penúltima vuelta de tuerca conservadora, el gobierno de Isabel Díaz Ayuso, una combinación letal entre la derecha extrema y la extrema derecha, ha inaugurado un agresivo modo de gobernar que ha declarado la guerra política y cultural a quienes no forman parte de su electorado, y ha diseñado con precisión quirúrgica un plan sistemático de aniquilación del sector público que pretende extender a todo el Estado. De este modo, gracias a la falta de inversión, el recorte y la privatización manifiesta o encubierta, los servicios públicos han ido depauperándose, y la ciudadanía más necesitada ha quedado desguarnecida, empobrecida y frágil.
Pocos son los sectores que no se hayan visto afectados por la rapacidad del gobierno del Partido Popular madrileño, con excepción la hostelería, el gran comercio y el gran empresariado, que son la niña de sus ojos y los depositarios de todos sus favores y prebendas.
Si hablamos del transporte (el metro, el tren ligero y los buses municipales y regionales dependen del gobierno autonómico), la ciudadanía sigue resintiéndose de los cuantiosos recortes de 2011 y 2013, que empeoraron el servicio y arrojaron a muchos viajeros al vehículo privado. La flota de la EMT (empresa Municipal de Transportes) no se ha renovado desde 2016, y a día de hoy hay menos servicio en general que en 2010. No importa que los virus corran libremente por vagones de metros hacinados; el servicio se ha reducido drásticamente, y el pretexto para el recorte de la longitud y la frecuencia de los convoyes es que la demanda se ha reducido, la misma que el Ejecutivo se ha encargado de desincentivar.
Otro tanto ocurre con la sanidad. Como muestra, baste afirmar que Madrid ha reducido en este periodo 120€ en su gasto sanitario, y que figura a la cola de todas las comunidades autónomas en este concepto. Mientras tanto, hay 800 mil madrileños que no tienen asignado médico de familia, se cierran los servicios de urgencias de atención primaria y los de atención rural, y se propone un nuevo plan de apertura que, en la práctica, supone el desmantelamiento de las urgencias y el cierre vespertino de los centros de salud, con el consiguiente recorte de médicos, enfermeras y celadores, a quienes se imponen horarios abusivos y traslados obligatorios.
Qué decir de la enseñanza y de las becas a las familias que superan los 100 mil euros de renta, de la cesión sin medida de suelo y fondos públicos a la privada, de la falta crónica de profesorado, que tiene el horario lectivo más elevado de todo el país, y de las injerencias en el currículo que cortocircuitan el funcionamiento de los centros educativos; todo contenido que no determina el PP es “adoctrinamiento”.
El gobierno de Díaz Ayuso se jacta en público y en privado de fomentar el “dumping” fiscal, pide al Gobierno central con una mano el dinero que deja de recaudar con la otra para premiar con bajadas de impuestos a las rentas más altas y perjudicar a los más desfavorecidos, que son víctimas de su guerra constante con el Gobierno y obstaculizan, por ejemplo, la percepción del Ingreso mínimo vital junto con la Renta mínima de inserción.
Ni el ayuntamiento de la capital ni el Gobierno de la región han movido un dedo para paliar las terriblemente denominadas “colas del hambre”, en donde se alimentan 180 mil personas gracias a la solidaridad vecinal y a las ONG; y si hablamos del sector de la dependencia, seguimos contemplando atónitos e indignados las artimañas del PP y Vox para negarse a formar una comisión que investigue la muerte de casi ocho mil ancianos en las residencias de la región durante la pandemia. No les desgastan la indignación ni las crecientes denuncias de familiares de los afectados, ni los meses de insoportable carencia de electricidad que lleva soportando La Cañada Real, ni las penurias de los sin techo, ni las dificultades de los inmigrantes y de los sectores más precarizados que se ahogan en un océano burocrático, sin ayuda para salvar la brecha digital que los condena al ostracismo.
Ni siquiera el taxi, un sector tradicionalmente conservador, se ha librado de una desregulación salvaje que ha dado entrada a plataformas que tributan fuera de nuestras fronteras, explotan a sus trabajadores y han triplicado la flota de vehículos en la ciudad, convertida en una jungla de asfalto que sufre más que nunca los estragos de la contaminación y los atascos.
Todo esto transcurre con la inestimable ayuda de la derecha mediática, su particular Guardia de corps que embellece el discurso de la lideresa y silencia la crítica, la protesta y los desastres de su gestión.
Suma y sigue.
Pero se nos está agotando la paciencia; crece el malestar. Madrid lleva luciendo demasiado tiempo un traje de clientelismo y falsa libertad que está reventando por sus costuras. Somos muchos, demasiados, los perjudicados por políticas de desigualdad que ahondan el abismo entre ricos y pobres, nos arrebatan nuestros derechos conquistados y destruyen los cimientos de pertenencia a una colectividad.
¿Cuánto más maltrato podremos aguantar? ¿Cuántos más agravios, privaciones y recortes tendremos que soportar antes de salir a la calle a defender lo nuestro? La rabia contenida y la frustración no pueden durar eternamente, al menos sin ningún sentimiento más que las acompañe, y así están llegando la indignación y la protesta a las calles de la capital, que hace pocos días reunió a muchos miles de personas por primera vez en mucho tiempo en defensa de la sanidad pública; está llegando a las ciudades de la región, que se manifiestan contra los recortes y privatizaciones también en la sanidad y en otros sectores públicos; están llegando las convocatorias de huelga de los sanitarios, las manifestaciones en los pueblos de la sierra madrileña por el cierre de los servicios de urgencias de atención primaria, las convocatorias de los sindicatos para exigir subidas salariales y políticas fiscales que distribuyan equitativamente la riqueza, están llegando las manifestaciones del Sindicato de Estudiantes en defensa de la salud mental y de la educación pública. Y van a llegar más.
Parece que Madrid está despertando; pero la ciudadanía no puede hacer sola todo el trabajo. Necesitamos unas organizaciones y partidos de izquierda que den expresión política convincente y continuada a todo este descontento, que incentiven la participación ciudadana en la política, en estos días fragmentada; que articulen una respuesta ofensiva a los embates de la derecha, que se atrevan a dar todas las batallas, porque las que no se dan alimentan el desconcierto y la frustración de la ciudadanía, que abandona todo interés y esperanza por el cambio que la política pueda operar en sus vidas. Basta de pronunciamientos; necesitamos una alternativa de gobierno en esta comunidad, queremos representantes que apuesten por Madrid y sus problemas, que son muchos y muy graves.
El cambio puede llegar, se está acercando. Necesitamos una izquierda preparada para acompañarnos.
es profesora de la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid y sindicalista