La ya famosa curva, se ha vuelto pico. El reino es el segundo Estado de Europa con más contagios.
Sus efectos sobre los castigados centros de salud, los hospitales y sus UCI o sobre cualquier otra actividad en nuestra sociedad, resulta más que notable. Todo está dominado por la pandemia. Las medidas de restricción se endurecen, aparecen formas de confinamiento de los más suigéneris e inútil, como las de Madrid, pero el cierre de toda actividad que reclama buena parte de la comunidad científica, como único medio de parar al desbocado virus y sus diversas cepas, no encuentra el eco que halló en el gobierno de coalición progresista la primavera pasada. Mal asunto.
El principal negocio a proteger, incluso para los comerciantes a los que machaca más que el virus, Amazon, es la vida. Para resguardar esa vida hay que eliminar por lo menos durante un tiempo la angustia de tener que ir a trabajar sí o sí; de tener que abrir el pequeño negocio, sí o sí; de tener que coger el transporte sí o sí. Y también, ahora que ya sabemos, 10 meses después, que el llamado escudo social no alcanza, que el cauce para protegerla no puede ser otro que el de una renta básica universal e incondicional para el conjunto de la población. Una RBU pagada con una profunda reforma fiscal que haga que las grandes fortunas y empresas tributen de verdad.
En una sociedad profundamente dividida en clases, nada escapa a ese fraccionamiento irresoluble. Nada se evade de la lógica del capital. El último ejemplo: las farmacéuticas y su chantaje en el ritmo de entrega de las vacunas. Varios gobiernos amenazan con juicios por el incumplimiento de los plazos, pero mientras llegan, la gente sigue enfermando y falleciendo. Proteger a la mayoría de la sociedad y procurar su bienestar constituye la supuesta razón de ser de las instituciones. Si las farmacéuticas, cuyos contratos son secretos y sus patentes, protegidas, no cumplen con los establecido, deben ser, por el bien y la salud de la mayoría, intervenidas por los poderes públicos y sus patentes, reventadas. Faltan dosis de vacunas. Hay que defender la salud.
Pero también hemos comprobado que no faltan vacunas para todos. Estos días, ciertos generales, consejeros autonómicos, alcaldes o enchufados de los de toda la vida han podido aprovechar “los culines de los viales” para vacunarse rápido. Una vergüenza.
La sensación de que nada funciona, salvo la rapiña de los de siempre, se instala en medio del agotamiento provocado por la Covid. El régimen y sus instituciones no controlan ni son capaces de poner orden, siquiera en las vacunas. El mantra de la gestión de lo posible choca con la incapacidad de que, a través de esa gestión, las cosas mejoren para la mayoría. La ruptura con el actual marco del 78 es el problema, el elefante que no se quiere ver, pero que cada día estorba más.
Mientras la ruptura republicana, constituyente, igualitaria y fraternal basada en el principio de la autodeterminación de los pueblos llega, las luchas de aquí y de allí continúan haciendo su labor de baluarte de las necesidades de la mayoría y de la reorganización del pueblo trabajador.
Las próximas citas vienen de Galicia. El 25 de febrero, convocada por CIG, CCOO y UGT, habrá huelga general en la comarca de Ferrol para defender el empleo y el futuro ante los cierres y despidos que ya se anuncian desde As Pontes hasta Navantia. Antes, el día 11, movilización en todo el Estado de delegados sindicales por la retirada de la reforma laboral y en defensa del aumento del salario mínimo interprofesional.