El nuevo curso político se despliega como la cartera de un escolar a comienzos de septiembre, repleta de libros que versan sobre asignaturas diferentes y que no tendrá más remedio que aprobar si pretende avanzar al curso siguiente. En el “cole” se aprende y se avanza; en política, lamentablemente, no existe tanta seguridad. Prueba de ello es la pertinacia con la que regresan los recurrentes asuntos de la actualidad política y social que llevan meses, incluso años, sin resolverse.
Sin visos de solución satisfactoria continúa la situación en Afganistán, tras veinte años de tutela imperialista que dejan tras de sí un país desgarrado, un reguero de muertos, el miedo de los que se quedan y la incertidumbre de los miles de refugiados que, más allá de los vítores por lo que sin duda ha sido una agónica operación de salvamento, necesitan un compromiso y una solución de alcance europeo. Surfeando la cresta de la ola, y sin más obstáculos que la “oposición de alpargata” del PP, el Gobierno PSOE-UP se ha propuesto como anfitrión de la próxima cumbre de la OTAN.
Veremos cuánto dura la alegría, porque este tanto internacional tiene las patas muy cortas habida cuenta de los candentes problemas de índole interna que siguen pendientes. El precio de la luz prosigue su escalada estratosférica sin que el Gobierno, siquiera cara a la galería, sea capaz de reconvenir a las comercializadoras, que también han aprovechado la subida para llenarse los bolsillos a costa de la ciudadanía, impotente ante el abuso de las grandes compañías energéticas. El precio de la luz ha sido el principal causante -las desgracias nunca vienen solas- del aumento de la inflación, que este mes de agosto ha alcanzado el 3’3%, máximo récord de la década. Es ya un hecho que esta subida rebasa con mucho las cifras pactadas en los convenios salariales: más penuria para los trabajadores, que, junto a la creciente insolvencia económica, sufren el intolerable incremento de un 20% en el número de accidentes laborales.
Parece poco probable que la subida del salario mínimo interprofesional pueda desterrar esta lacra indeseable -muestra de los precarios parámetros en que se mueve un mercado laboral que la pandemia no ha hecho más que empeorar-, pero al menos aflojaría el nudo que lleva demasiado tiempo asfixiando el cuello de la clase trabajadora, sin que a la patronal y al sector más conservador del Gobierno parezca importarles gran cosa.
Si lo social cojea, qué decir del ámbito institucional, en el que llevamos años enfangados gracias al PP, que solo se acuerda del “sentido de Estado” cuando le conviene. Da comienzo el año judicial sin que asome en el horizonte el más mínimo acuerdo para la renovación del Consejo del Poder Judicial, sin que ello haya impedido a sus miembros seguir cobrando y designando a sus pares a espaldas de un plazo ético y estético que se prolonga tres años ya. Lo mismo ocurre con el Tribunal de Cuentas, que ha concluido su mandato cuestionado y sin consenso para su renovación, así como con el Tribunal Constitucional. Huelga decir que la muda de sus señorías no aliviará las penurias económicas que atraviesa buena parte de la ciudadanía, pero sí podría contribuir a mitigar la sensación de parálisis democrática e institucional que degrada el panorama.
Comienza septiembre con -todavía- más de 10 millones de personas sin vacunar, y cunde el runrún de la necesidad de una tercera dosis que siga ahondando el abismo de las diferencias entre países ricos y pobres que la pandemia se ha sumado a recalcar. No hay posible vacuna que aplaque los decibelios de una clase política que se entretiene en refriegas de vuelo raso sin atender las perentorias necesidades de la población, que ha perdido músculo movilizador y reivindicativo en la calle y presencia en el seno de los partidos y demás agentes sociales que deberían representarla.
Salir de este entumecimiento no parece fácil, pero es imprescindible articular una “vuelta al cole” que ponga en primer plano los problemas reales de la ciudadanía y las soluciones para paliarlos. Y para ello no bastan las vacuas declaraciones altisonantes. Hacen falta hechos; hay mucho descontento, mucha frustración que no encuentra vía para expresarse, y la falta de iniciativa política de la izquierda nos podría salir muy cara. Tal vez la revuelta por el pan de antaño se convierta estos días en un grito furioso por la factura de la luz y los bajos sueldos que nos devuelvan a la calle. Ojalá.
Mientras tanto, salud y buen inicio de año, que, como todos sabemos, no comienza en enero, sino cuando terminan nuestras vacaciones.