El éxito rotundo de la huelga general francesa de los días 5 y 10 de diciembre en defensa de las pensiones y contra la reforma recortadora neoliberal del presidente Macron marca el paso. Ochocientas mil personas inundaron las calles de París la jornada del 5, mientras que en la del 10, se colapsó el trasporte y se celebraron nuevas marchas y acciones de calle. Se trata de la expresión de un malestar social profundo que abarca a cada vez más sectores. Son, las de estos días, las mayores movilizaciones que se producen en el hexágono tras las de los chalecos amarillos. No hay todavía una perspectiva de gobierno diferente al actual de Macron y Édouard Philippe, pero las huelgas enormes, marcadas todavía por su carácter defensivo, plantean la urgente necesidad de que la izquierda social y política asuma una tarea que estará marcada por la profunda impronta antineoliberal que se vive.
La calle ha sido también termómetro en Madrid de cómo la población siente la emergencia climática. La multitudinaria manifestación de decenas de miles de personas que llenó su arteria principal el pasado 7 de diciembre, constituye la mejor respuesta a las palabras vacías y al racaneo interesado con el que los gobiernos retrasan la urgente respuesta a una realidad que provoca millones de muertos y desplazados, así como laceraciones sin fin al planeta. La evidencia de que el beneficio privado de unos pocos, motor de la economía capitalista, choca con el interés de la humanidad en su conjunto comienza a extenderse en pancartas y consignas, y anuncia, también aquí, la necesidad de romper con los dogmas neoliberales.
Una de las principales consecuencias de esos dogmas y de su acción sobre nuestras vidas es su necesidad, para imponerse, de jibarizar las libertades y derechos, y de aumentar la opresión. Esta semana tuvimos una prueba en la visita que, por separado, giraron los secretarios generales de CCOO y UGT a la cárcel de Lladoners en la que se hallan presos los principales dirigentes del procés. Sordo y Álvarez acudieron a ver a Junqueras, el máximo responsable de ERC. Fue un baño de realidad, una demostración más de la imposibilidad de que el pacto Sánchez-Iglesias acabe en investidura exitosa sin abordar el problema territorial. Es una cuestión de la que las direcciones de CCOO y UGT han huido hasta ahora como de la peste, pero que condiciona cualquier posibilidad de avance parlamentario por la izquierda si no se apoya en el derecho de autodeterminación y el fondo republicano que lo inspira.
Un fondo cargado de igualdad y fraternidad que también estuvo presente en el manifiesto que el domingo 8 de diciembre se leyó a las puertas del centro de menores del distrito de Hortaleza de Madrid. Allí, más de mil vecinos se congregaron para exigir convivencia y rechazar el odio expresado por quienes arrojaron una granada (que no estalló) al patio del centro el día 4. En la instalación conviven niños y adolescentes inmigrantes y de familias desestructuradas en una situación de hacinamiento que los degrada ante la pasividad institucional y las provocaciones xenófobas que alienta Vox.
Calle y movilización ha sido la constante de la semana, y es por ese camino por el que llegará la alternativa y la posibilidad de responder al reto de un planeta que se degrada al ritmo que lo hacen los derechos de quienes lo habitan.